Wyoming
Esta columna no va sobre José Miguel Monzón, Wyoming, pero quiero que las primeras líneas sean un toque de atención sobre su personalidad, que alguien quiso convertir en un caso. He sabido (es decir, lo ha sabido todo el mundo) que fuerzas políticas que mandan en la Comunidad de Madrid quisieron vetarle como cantante en un reciente homenaje a Antonio Vega. El malentendido creado en torno a cierto incidente nocturno con un periodista también notorio condujo a una campaña intensa de descrédito de Wyoming, pero parecía que la ola había remitido. Como nadie (de los que le persiguieron) le ha pedido aún disculpas, abro esta columna con su nombre para que no se olvide que es un afectado más de los numerosos malentendidos que pasan a la historia como hechos reales.
Y ahora, vayamos al insulto como metáfora. El espectáculo del otro día en el Senado es uno de los más penosos de la democracia. Para los espectáculos penosos tenemos una memoria comparativa, que es la peor de las memorias. Se arma ese follón, realmente barriobajero, y siempre hay alguien que dice:
-¡Y lo que le hicieron los socialistas a Suárez!
Es verdad. Y lo que le hicieron los socialistas a Calvo-Sotelo, y a Aznar. Pero, estamos hablando de lo que ha sucedido ahora, no estamos haciendo comparaciones. Unos señores que se sientan en la Cámara parlamentaria del sosiego les gritan a sus adversarios lo que no gritarían en los estadios, o sí.
El pesimismo mal gobernado conduce a la histeria; la histeria lo domina todo y halla su expresión máxima en la indignidad de las metáforas. Escuché a Esteban González Pons decir que Zapatero es como "un pollo sin cabeza". Le tengo mucho afecto a González Pons, que se sabe a Pablo Neruda (el rey de las metáforas) de memoria, pero creo que no estuvo muy fino en la comparación, porque él es el líder de las metáforas de su grupo, el PP, y por ese tobogán que engrasó cayeron enseguida otros tropos que dejaron estupefacta a la audiencia. Un diputado de cuyo nombre no consigo acordarme dijo, siempre hablando de Zapatero, que el presidente es como "un timonel borracho". Zapatero debe tomar vino de León, o de Rioja, pero jamás lo hemos visto más alegre de la cuenta. Seguramente en las noches locas de cuando frecuentaba el barrio húmedo de su pueblo Zapatero llegó al éxtasis de la borrachera, que es uno de esos sucesos de los que sólo nos arrepentimos cuando nos duele la cabeza. Pero, ¿"timonel borracho" Zapatero?
Son metáforas atolondradas, hijas quizá de esa histeria con la que nos conducimos últimamente. Pero parecía que no se iba a llegar jamás a la gruesa metáfora familiar, y se llegó. Fue Rita Barberá, que dijo, con la serenidad que da el uso irrestricto de la palabra, que la mujer de Zapatero debe estar harta de su marido. ¿Cómo lo sabe? Me pareció insólito que alguien, por ejemplo, González Pons, o Soraya Sáenz de Santamaría, dignos lectores de metáforas, no salieran de inmediato a decirle a la señora Barberá que no todo el monte es orégano.
Ah, por cierto, esta es la semana en la que Esperanza Aguirre pidió perdón por decir aquello de que era "pobre de pedir". Por ahí se empiezan a enderezar las metáforas.
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