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Columna
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El vértigo del presidente

El discurso autonomista de Feijóo trabaja a favor de la resignación y no de la rebeldía o la reivindicación

El debate sobre el estado de la autonomía de Galicia se ofrecía como una inmejorable ocasión para que Núñez Feijóo presentase un programa de gobierno realista, acomodado a las restricciones presupuestarias y a las nuevas exigencias derivadas de la agudización de la crisis y sus impactos negativos sobre el empleo en el primer trimestre de 2011. No obstante, el pragmatismo tecnoconservador cedió el turno a la nostalgia y el discurso presidencial evitó compromisos de gobierno operativos para destilar, únicamente, una apasionada declaración de afirmación autonomista.

A cualquier observador foráneo semejante acto de fe le parecerá un ejercicio ocioso; como el valor a los militares, al presidente de la Xunta se le supone un autonomismo sincero, pero, según la sabiduría popular, o que sobra é o que mantén; de modo que el alegato de Núñez Feijóo sobre las posibilidades de nuestro autogobierno y su confianza en el Estado de las autonomías en nada sobra y ayuda, en todo caso, a mantener viva la esperanza en que el Gobierno gallego aún no haya renunciado (totalmente) a ejercer sus deberes en la defensa de los intereses del país y en la búsqueda de la prosperidad de sus ciudadanos. Algo es algo.

Cargado de bombo victimista, el discurso autonomista del presidente trabaja, no obstante, a favor de la resignación y de la pasividad y no de la reivindicación o de la rebeldía ya que apenas tiene otro objetivo que erosionar electoralmente la credibilidad (en quiebra) del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero. La existencia de un Gobierno hostil, poco comprensivo y nada generoso, en Madrid, por más razón que tenga Feijóo, no descarga de sus responsabilidades a su indolente Gobierno, abonado desde primera hora a la política de esperar y ver si los problemas se resuelven solos. Tampoco hay que tener una formidable memoria para recordar los efectos benéficos que tuvieron para Galicia los gobiernos amigos del aznarato, aún están a la vista las delicadas cicatrices que dejaron sus políticas sociales, ambientales o económicas.

Núñez Feijóo se extravía con los antónimos. Nuestro presidente cree que autonomía es lo opuesto de autodeterminación, federalismo o soberanismo y se resiste a aceptar una evidencia: autonomía es el contrario de dependencia y, como nos recordó Xosé Luis Barreiro Rivas en A terra quere pobo, fue el dominio absoluto y casi indefinido del PP lo que convirtió a Galicia en el paraíso de la política dependiente, en una reserva política sumisa a los caprichos del Gobierno central, macerada históricamente en la desconfianza respeto de las posibilidades de su autogobierno. La condición de Galicia como territorio vencido es una de las herencias más infelices que le debemos a los Gobiernos conservadores, activos en La Moncloa o durmientes en San Caetano.

La afirmación autonomista de nuestro presidente supone un complicado ejercicio de funambulismo político y, como tuvimos ocasión de comprobar en el debate parlamentario, Núñez Feijóo es dado a perder el equilibrio y sufre, por momentos, un vértigo aterrador cada vez que mira hacia el futuro. Le hace perder pie mantener un diálogo con el Gobierno central articulado como un prolongado grito de resentimiento, pautado únicamente por el oportunismo electoralista, fabulado como coartada para disfrazar su falta de coraje e iniciativa gubernamental. Y le da vértigo el futuro porque sabe, mejor que nadie, que la principal amenaza sobre los autogobiernos autonómicos no procede de los partidos de su oposición parlamentaria, sino del Tea Party Neocentralista que, incubado por la FAES, crece en el interior del Partido Popular.

Hace apenas un par de meses, el think tank ultraconservador que lidera José María Aznar (ya saben, el último presidente amigo que tuvo Galicia), hizo público Por un Estado autonómico, racional y viable, un informe que se consagra a la misericordiosa tarea de convencernos de lo indeseable que es para España continuar, en el futuro, por el camino de la ampliación de las capacidades financieras y competenciales de los autogobiernos de sus nacionalidades y regiones y de la necesidad de formatearlos, antes que tarde, como entidades subcentrales, dedicadas devotamente a clonar en sus territorios las decisiones del Gobierno de España. ¿Conservará el equilibrio autonomista Núñez Feijóo ante la presión inspiradora de la FAES? ¿Concluirán los males de Galicia con Mariano Rajoy en la Moncloa? ¿La reforma de nuestro Estatuto de Autonomía dormirá para siempre en los archivos de Monte Pío? Lástima que el storytelling autonomista de Núñez Feijóo no adelantase respuestas a tan molestas preguntas.

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