El mal trago de la industria del cava
El estancamiento de ventas en España y la estrategia de dejar la marca blanca lastran el negocio
Hace dos meses, la industria del cava se conjuraba para alejar uno de sus fantasmas: el boicot que se derivó del debate del Estatuto catalán, del que nunca se ha recuperado. En la presentación de los resultados de 2016, el presidente del Consejo Regulador del Cava, Pere Bonet, restaba importancia a la caída en las ventas internas, de 700.000 botellas (el 0,8% menos) y auguraba mejores resultados por la recuperación económica. Hace dos semanas, sin embargo, Codorníu anunciaba que dejará de fabricar para terceros, lo que implicará el despido de 93 trabajadores, la mitad en sus cavas. Freixenet aún trabaja en cómo abordar su futuro tras el cisma familiar. Con las dos empresas líderes tocadas, la industria del cava pasa por un mal trago.
"El sector está empezando a crujir", alerta Miguel Ángel Domínguez, responsable del sector agroalimentario de CC OO en Cataluña. En los últimos diez años, el consumo de cava en España ha caído casi un 12% y, pese al optimismo de Bonet, no hay visos de que la tendencia se revierta. La vocación exportadora de la industria logró compensar los resultados en los años de la crisis. Fuera de España se vendieron más de 158 millones de botellas, el 65% del total. Pero mientras que la curva de ventas en el exterior sube (especialmente en los países fuera de la UE, como Rusia) la interna sigue plana.
El Gobierno catalán y las marcas coinciden en que hay un problema de fondo: defienden que el producto está infravalorado. Como primer paso, el sector optó el año pasado por una subida de precios a nivel internacional, algo que el propio Bonet califica de "necesario". Esta revalorización, sin embargo, fue recibida con cautela por países cautivos como Alemania, donde las compras se desplomaron un 14% (4,9 millones de botellas menos). Bélgica y Reino Unido también experimentaron caídas, aunque más suaves. Además de la guerra con el champán, hay otros productos como el prosecco italiano que se han convertido en una amenaza considerable para el sector.
"La mayor penetración del cava premium es vital para la consolidación", defiende Bonet. Freixenet y Codorníu ya han optado por lanzarse a afianzar sus líneas más selectas para lograr mejores márgenes. El peso del negocio recae sobre el producto tradicional, pero, según el Consejo, los productos de la línea superior ya son el 12% de las ventas.
La marca blanca
En esta perspectiva se inscribe la decisión estratégica de Codorníu de acabar con la producción para terceros, que la ha abocado al ERE. La empresa familiar más antigua de España elaboraba cava para grandes cadenas británicas como Tesco que acababa compitiendo con su enseña y le dejaba poco margen. La producción de marca blanca representa una quinta parte del total del grupo y el 5% de su facturación, explican fuentes sindicales. Domínguez recuerda que las negociaciones iniciales hablaban de 100 despidos, pero la empresa los ha reducido hasta 93, en su mayoría mediante prejubilaciones. La mayoría de los afectados está en las bodegas de Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona).
Pero no hay bodega que no fabrique productos de este tipo. Freixenet ya había emprendido hace cuatro años el camino de adelgazar la producción para terceros. La empresa manejada por las familias Bonet, Ferrer y Hevia facturó el año pasado 529 millones de euros, un 5,1% más que en 2016.
El beneficio neto de Freixenet llegó a los 2,35 millones, una mejora del 6,7% pero muy lejos de una empresa de su peso y prestigio. Y de las expectativas de los accionistas. Las tres familias siguen sin ponerse de acuerdo en una fórmula que permita aumentar los umbrales de rentabilidad y el posible ingreso de un accionista ajeno. Los problemas de gobernanza del grupo, junto con los problemas del sector, complican el panorama del fabricante líder.
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