Las inversiones a las economías emergentes se disparan
Wall Street apostó 76.500 millones de dólares en mercados emergentes en noviembre, un incremento del 225% respecto al mes anterior
Desde el punto de vista económico, los países en desarrollo están sufriendo como pocos los efectos de la pandemia. El sistema financiero global, sin embargo, apunta en una dirección muy diferente. En noviembre, inversores apostaron 76.500 millones de dólares en mercados emergentes, un 225% más que el mes anterior, impulsados por el optimismo de los avances en la vacuna del coronavirus y el fin de la contienda electoral en Estados Unidos. Un monto así no se había registrado en seis años, de acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF).
Esta avalancha de inversiones se debe en gran parte a la laxa política monetaria que la Reserva Federal de Estados Unidos ha prometido hasta, por lo menos, 2023. Que la Fed haya asegurado que su tasa de interés referencia estará cerca al cero por varios años hace que los instrumentos financieros en países desarrollados tengan muy bajos rendimientos. Los administradores de fondos en estos países están, por lo tanto, buscando inversiones redituables en el extranjero y es aquí en donde las acciones y bonos de deuda en países emergentes se vuelven tan atractivos.
Detrás de este optimismo hay riesgos que los gobiernos, sobre todo los latinoamericanos, no deben subestimar, apuntan los expertos. Gran parte de estos flujos de capitales se deben a los bonos de deuda que gobiernos y empresas emitieron durante un periodo de contracción económica muy severa. La pandemia amenaza con desaparecer el 8,1% del producto interno bruto en América Latina este año y en 2021 la recuperación será solo de un 3,6%. Si los gobiernos no administran e invierten bien sus recursos, la deuda que contrajeron en este periodo será un peso en contra del crecimiento económico en el futuro inmediato.
“Titulares recientes sobre posibles vacunas, combinados con la resolución de la incertidumbre con respecto a las elecciones estadounidenses, han beneficiado enormemente los flujos de capital.”, escribió el economista de IIF Jonathan Fortun en su reporte publicado esta semana. “El éxodo de capitales de los mercados emergentes está ahora firmemente en el espejo retrovisor y las entradas robustas parecen estar listas para continuar”, pronosticó el experto.
David Lubin, economista jefe de mercados emergentes de Citi en Londres, apunta a otro dato sin precedentes: de enero a noviembre, los países emergentes han emitido 730.000 millones de dólares en bonos de deuda en dólares, un incremento del 12% en comparación con el año pasado. Al mismo tiempo, inversores extranjeros están cada vez menos interesados en deuda local — es decir, emitida en la moneda del país. Esta es una tendencia preocupante, apunta Lubin, porque los países no tienen control sobre la apreciación del dólar. Si el dólar encarece, se vuelve más difícil cumplir sus obligaciones de deuda.
“Detrás de este optimismo hay una historia más preocupante sobre el legado de esta crisis”, asegura Lubin, “en términos del perfil de riesgo de los países en desarrollo, en términos de las futuras tasas de crecimiento de los países en desarrollo y en términos de su capacidad para poder financiarse a sí mismos en sus propias monedas”.
En la memoria de Wall Street están los más recientes años de bonanza de América Latina, entre 2001 y 2012, cuando la demanda de China por materias primas impulsó el crecimiento económico de muchos países en la región a tasas espectaculares que variaron entre 3% y el 6% anual. Pero el momento hoy es otro, dice Lubin. “Ese auge de las materias primas fue algo que ocurre una vez cada 200 años, en el sentido de que el auge de 2001 a 2012 fue el aumento más largo y más grande de los precios reales de las materias primas en 200 años”, dice el experto. “Si alguien piensa que las tasas de crecimiento que Brasil, Ecuador o Chile pudieron disfrutar durante ese período es algo normal está loco”.
Sin duda estos flujos de capital entrando ahora a países en desarrollo pueden ser bien administrados y reinvertidos para generar crecimiento económico, asegura Lubin. Pero los resultados tardarán en materializarse, ya que el crecimiento que se prevé para la región sigue siendo débil aún con los avances en la vacuna para el coronavirus y, mientras tanto, el peso de la deuda soberana emitida por los gobiernos, se acumulará.
“Existe este gran problema,” dice el economista, “en primer lugar, el hecho de que este aumento de la deuda pública en las economías emergentes pueda acabar por alentar las tasas de crecimiento futuras, y, en segundo lugar, que el aumento de la deuda pública desemboque en un deterioro del perfil de riesgo del país”.
También existe el riesgo de lo que los economistas llaman una ‘equivalencia ricardiana’, que es que los inversores se vuelvan menos dispuestos a invertir en un país por temor a que el gobierno en ese país suba impuestos para pagar su deuda pública — entorpeciendo el crecimiento económico. Es aquí cuando surge el problema de que los altos niveles de deuda terminan generando incentivos en contra de que las empresas inviertan en nuevas plantas, equipos y más empleos.
“El crecimiento débil tiende a aumentar la deuda pública de un país. Sin embargo, la causalidad también funciona en la otra dirección”, explica Lubin, “en otras palabras, un aumento de la deuda puede tener el efecto de ralentizar el crecimiento y eso es particularmente cierto en las economías emergentes”.
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