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Actrices hartas de ser vistas como perchas de lujo

En época de premios, vestidos de lujo y preguntas absurdas, la periodista y escritora analiza la revolución iniciada por mujeres de Hollywood cansadas de que se las trate de forma sexista en las alfombras rojas

Julianne Moore, en la alfombra roja ante decenas de fotógrafos en los últimos premios de la SAG.
Julianne Moore, en la alfombra roja ante decenas de fotógrafos en los últimos premios de la SAG.stefanie keenan (wireimage)

Aunque las entrevistas no sean del todo interesantes, ningún periodista tiene la desfachatez de preguntarle en los premios a los que acude porque él lo vale, de dónde ha salido el pelazo que luce desde que es Frank Underwood, sin que a nadie le conste que haya pasado por Lourdes.

Kevin Spacey es el paradigma, en estos tiempos de igualdades y desigualdades —y que me perdone Piketty, por mentar la desigualdad en un artículo que se apoya en frivolidades—, que permite abordar una cuestión seria: la revolución de las chicas listas de Hollywood contra el sexismo. Porque si hay un espacio planetario en el que hombres y mujeres son tratados de manera radicalmente desigual, ese es la alfombra roja. Y desde el 11 de enero, en que arrancaron los Globos de Oro, hasta el 22 de febrero, con los Oscar, vivimos en un éxtasis de entregas de premios, escotes en uve, bótox y preguntas irrelevantes y absurdas. Que nunca son para Kevin y sus amigos varones.

Cuando se trata de una actriz, por poner un ejemplo, candidata al Oscar, al gremio de la entrevista televisiva le es indiferente que tenga un cociente intelectual de 148, interprete a una mujer malgache piloto de avioneta, aprenda a pilotar y a hablar malgache sin acento, engorde 30 kilos para el papel, y luego los adelgace para poder enfundarse en un modelo de alta costura y recoger uno de los susodichos galardones. Cuando ponga el pie en la alfombra roja la inevitable pregunta será: “¿De quién es el vestido?”. Todo lo más, “¿Cómo has conseguido adelgazar?”.

Si Corea del Norte se ha convertido inesperadamente en un player del juego de Hollywood, es que todo es posible en domingo, que, justamente fue el día en que se celebraron los últimos Globos de Oro. Esa noche, dos actrices levantiscas, las ex Saturday Night Live Tina Fey y Amy Poehler, se hartaron del juego del “¿De quién es el vestido?”. Y esa misma noche se cargaron de razones por culpa de una nueva perversión informativa: un mini set con una cámara que muestra las manos y el detalle de la manicura de las actrices. Un trágala infumable, para entendernos. Aunque muchas se prestaron entre risas, nos llevamos la sorpresa con la dulce Peggy de Mad Men, Elizabeth Moss, puso la mano frente a la manicam pero para enseñar el dedo corazón en modo peineta. ¿Alguna duda?

Los gestos revolucionarios son contagiosos. Jennifer Aniston, en los siguientes premios, los de la SAG, pasó sonadamente del tema con un “No” como un cañonazo. Jennifer (y muchas más) encontraron que lo de la manicam estaba al nivel del codo o culo. Ella estaba nominada y quería hablar de su interpretación. Y la revolución tomó aire en las redes sociales con el hashtag #AskHerMore y que enseñe la mano tu tía.

Hoy día, no hay revolución sin hashtag, y este debutó en los Emmy del año pasado. Lo lanzó un grupo liderado por mujeres cineastas, The representation Project. Su #AskHerMore podría interpretarse como “Pregúntale (a ella) algo más (interesante)”. Y una pregunta interesante sería hasta qué punto las actrices contribuyen a su cosificación, sometiéndose al juego que las reduce a perchas para trajes de 20.000 euros. ¿Beneficia a sus carreras tal exposición? ¿A sus bolsillos? ¿Es rentable pagar ese precio —entiéndase, preguntas tontas sobre ropa y accesorios— por exhibirse en la pasarela más cotizada del planeta? Difícil abandonar la mesa con la partida empezada. Se dan casos tan grotescos como el de la actriz Hayden Panettiere que moría por llevar un modelo de Tom Ford a los Globos de Oro del año pasado. Cometió la osadía imperdonable de comprárselo. La casa había apostado por una sola embajadora, Naomi Watts, y, ¡oh, sorpresa!, cuando comenzó a calentarse el asunto en las redes sociales, el propio Ford, muy elegantemente, envió un ramo de rosas a la única que se había tomado la molestia de pasar por caja.

Tina Fey, Amy Poehler y Jennifer Aniston se han sumado a la denuncia

Porque no se veía un caso tan insólito desde que Emma Thompson contestara a la pregunta “¿De quién es tu vestido?” con un rotundo: “Mío”. Idéntica a la respuesta de nuestra admirada Terele Pávez en unos Goya, que añadió: “Para eso lo he pagado con mi dinero”.

Que a nadie se le escape que la protesta llega del lado de las actrices resultonas; las chicas listas y graciosas a las que nunca veremos prestando su rostro a un bolso. No en vano, el grupo de apoyo a la revolución de las preguntas interesantes se autodenomina AmyPoehlerSmartGirls. La industria de la moda es ya una segunda-primera ventana para las actrices de la lista A, las top, con Oscar y tipazo, como Jennifer Lawrence o Cate Blanchett, invitadas a los desfiles de París en avión privado. Ellas se convierten, gracias a sus celebradas apariciones en las alfombras rojas, en iconos publicitarios de firmas que cotizan en los índices LVMH y Armani. Pero nada es gratis. Para cumplir contratos están la mencionada alfombra, la prensa y un público ávido de saberlo todo sobre sus ídolos. Hasta cómo les llevan las cutículas.

Confieso que, en la década larga en la que cubrí como periodista las alfombras rojas, también formulé la dichosa pregunta; era obligado. Pero también me interesaba por trabajos recientes, el papel de la nominación o algún detalle curioso en torno a la ceremonia. No hay tiempo para grandes reflexiones. Los publicistas empujan a las estrellas hacia la cámara siguiente en una liturgia que evoluciona en connivencia con la industria de la moda y la belleza. Que haya llegado el momento de poner límites, o romper las reglas, está en la mano de las actrices. Sin enseñarla en la manicam. Y con preguntas como las de Kevin. #AskHerMore

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