Yanis Varoufakis: "Odio los bailes regionales, incluso los griegos"
El político heleno nos recibe en su piso de Atenas. El dolor de muelas de la troika prepara su regreso mientras admira obras de Warhol
Son las 11 de la mañana del 21 de diciembre cuando recibimos en el móvil un mensaje de Yanis Varoufakis (Palaio Fario, Grecia, 1961). El exministro de Finanzas griego quiere comentar los resultados de las elecciones españolas del día anterior. “Llámeme en diez minutos”, escribe. Marcamos su número. Al responder, nos advierte: “Tengo poco tiempo. Rajoy ha sido muy hábil narrando que la economía va mejor. Pero es falso. El trabajo en España es de baja calidad y muchos empleos están siendo robados a Italia. Eso es un problema que la Eurozona va a afrontar tarde o temprano”, comenta. ¿Ciudadanos? “Su idea de libertad y de cambio es tan superficial que no es ni liberalismo. La mitad de la militancia será absorbida por el sistema, la otra mitad desertará”. En cuanto a Podemos, Varoufakis se muestra bastante optimista: “Es un paso hacia adelante. Un buen resultado. Lo han hecho muy bien estos últimos meses”. Pero lo que más feliz le hace de todo es el gran éxito de Ada Colau en Cataluña. Hay una conexión especial entre ellos. “Sabía que iba a arrasar. Ella es importante, un ejemplo para Europa. Ha demostrado que se puede hacer política enfrentándose de forma sensata al poder económico. Y también plantándole cara a quienes ofrecen sólo soluciones legales al problema catalán”.
Son las 11 menos diez del miércoles 10 de diciembre en Atenas. Llegamos al portal en el que se encuentra el apartamento de Varoufakis. Un vecino, excamionero que volvió a Grecia desde Portugal, nos acompaña hasta su piso. Llamamos a la puerta. Nadie contesta. Volvemos a bajar a la calle, no sin antes cruzarnos con más vecinos con ganas de comentar cosas sobre el célebre exministro. “Si te dice que es amigo de Tsipras [primer ministro griego], miente”, afirma una abuela. En la calle, le mandamos un mensaje. Responde. “La puerta ya está abierta”. En el salón de su casa, nos espera con camisa morada y el gesto fruncido. “Cuando una cita es a las 11, es a las 11, no a las 11 menos diez, ni a las 11 y diez”. Miramos el reloj, son exactamente las 11 y diez. Hora de meterse en un agujero frío y oscuro y no salir de allí las próximas décadas. Varoufakis sonríe. Nos hace pasar y nos presenta a su mujer –ya saben, la fémina que inspiró en 1995 Common people, de Pulp, el último himno generacional que ha dado el pop–, quien pasea en chándal entre libros, cargando una taza. “¿Café?”, ofrece el griego. “Espresso”, pide el ayudante del fotógrafo. “De filtro”, zanja el exministro.
En estos días en Atenas hemos preguntado a mucha gente cómo veía la situación. La respuesta era siempre: “Según a quién pregunte”. Antes, los europeos sabíamos que estábamos mal, ahora no tenemos muy claro si estamos bien. No. La oscuridad es general. Cualquiera que diga que las cosas están mejorando, miente; sobre todo, a sí mismo. En los buenos tiempos, somos todos individualistas en la formas de ver las cosas. Pero cuando el tema se tuerce, me parece que convergemos en una postura común.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué el sistema sólo responde ante las catarsis? Hasta 2003, tenía la esperanza en que cada generación viviría mejor que la anterior. Habría altibajos, claro, pero la tendencia general sería siempre positiva. Cambié de idea. Estamos en caída libre. Europa es como un niño que ha crecido mucho, no es consciente. Funciona por inercia y por recapitulación ante lo que eran certezas. Es el paciente en la economía global.
Estamos en caída libre. Europa es como un niño que ha crecido mucho, no es consciente. Funciona por inercia y por recapitulación ante lo que eran certezas. Es el paciente en la economía global"
¿Pero la idea no era que Europa era un viejo cansado? ¿Demencia senil? No, porque para llegar ahí primero debes alcanzar la cima de tu poder intelectual y luego caer desde ahí. Nosotros no hemos alcanzado eso. Somos un feto que no ha desarrollado su capacidad mental para entender lo que sucede. Un viejo es sabio.
Recientemente, le preguntaron a José Mujica, exmandatario uruguayo, si en su tiempo en activo se había topado con algún político muy especial, brillante. Él respondió que no, que vivimos tiempos de supina mediocridad. ¿Y usted? Estuve en política sólo seis meses. Pero al respuesta es… no. Podría decirle que es una cuestión de tiempo, que finalmente iba a toparme con alguien realmente especial. Pero no lo creo. El caso es que la política ha sido invadida por la economía, que es una zona libre de democracia. Las grandes empresas crecen a expensas de la política. Así, ¿qué sentido tiene hoy meterse en política? Tal vez estás en el gobierno, pero no en el poder. Si poder es lo que ansías, vete a Goldman Sachs. Si eres altruista, vete a una ONG. Brandt, Roosevelt... Hicieron política para mejorar las cosas. Esto ya está obsoleto.
Pero existen ejemplos que aportan cierta idea de cambio de paradigma. Ada Colau es una aberración. Y de ahí viene la esperanza. De las bases, de los municipios, de cuando una ciudad elige a un gobernante que dice la verdad. A ver, la economía es un depredador y la política, una presa. Si los tiburones se comen todo el pescado, se quedan sin alimento. Deben empezar a darse cuenta de que la presa necesita estar viva, aunque sea sólo para alimentarlos. Ada Colau es ejemplo de esa parte de la política que no se dejó devorar por el depredador.
¿Cómo recuerda su primer día en Bruselas? ¿En qué momento fue consciente que el mandato de su gente iba a chocar de frente con las posiciones que allí se mantenían? La primera vez que conocí a esa gente fue de manera informal. Las reacciones fueron distintas. El FMI [Fondo Monetario Internacional] era muy positivo. Me dijeron: “Entendemos lo que os pasa, no podemos aspirar a que vuestro gobierno haga lo mismo que los demás”. Nuestro sueño se haría realidad, decían. Lo mismo, la Comisión Europea. Obviamente, el ministro de Finanzas alemán no estaba tan entusiasmado. Eso sí, el primer día que nos sentamos en reunión oficial, toda esa variedad de sensibilidades se concentró en una sola. Y ya sabemos cuál es.
¿Se sintió muy solo? No crea.
Bueno, el pasado abril, en la cumbre del Eurogrupo en Riga, le criticaron por grabar las reuniones y le pidieron que se fuera. Y una foto en la aparecía muy solo dio la vuelta al mundo. De hecho, ni siquiera acudió a las cenas, ¿no? ¡No! Sé que usted es periodista, pero no crea todo lo que lee en la prensa. Es feo, es asqueroso, no es cierto. Todo lo que dijeron que pasó en Riga jamás sucedió. Que me insultaron, que me ignoraron… Jamás me he topado con tanto énfasis en una misma mentira como aquellos días. Goebbels debía estar muy feliz en su tumba. Él fue quien afirmó que si quieres decir una gran mentira, debes asegurarte de que es enorme y que la dices muchas veces. La última noche hubo una cena privada, un acto de esos con bailes y demás. No acudí. Estaba cansado. Schäuble tampoco fue y nadie dijo que se le había marginado.
¿Sintió en aquellos momentos que se estaba convirtiendo en un personaje demasiado interesante para la prensa? ¡Salí a dar un paseo por Riga! ¿Hubiera sido mejor si me hubiese sentado allí a ver bailes regionales? Odio los bailes regionales, incluso los griegos. Es mi derecho como ministro salir de paseo y no asistir a una cena informal en la que vendrán unos señores a bailar cosas regionales.
¿Eran ataques personales o cree que la raíz está en el simple hecho de que en Grecia los medios, como dijo Tsipras, no están en manos de los periodistas desde hace años? En Grecia, cada radio, cada televisión, cada diario está en bancarrota. Los grandes, los que crean opinión. Todos deben cientos de millones de euros a los bancos. Los bancos también están en bancarrota, sólo los sostiene la troika. Se crea así un conglomerado de intereses entre todas estas partes. Esos intereses resultaron ser justo los contrarios a los nuestros. Ya no espero que jamás digan nada bueno de mí. Esperaba críticas por todas partes, desde a mis ideas hasta a mi forma de vestir, pero ¿mentiras tan gordas? No estaba preparado para eso.
¿Cómo vive un ministro de Finanzas que se declare un corralito? ¿Es ese el mayor fracaso posible? Cuando se cerraron los bancos fue un momento muy difícil. Para todos. Y no quiero sonar egoísta, pero especialmente para mí. Una de las mayores dudas éticas a las que me he enfrentado fue cuando supe que en dos días los bancos iban a cerrar. ¿Cómo se controla esa información? No se lo dije ni a mi mujer, ni a mi hija. Ni a mi padre, ni a mi madre. Me parecía intolerable informarles. Entonces, me contaron que los cajeros automáticos del Parlamento, durante esos dos días antes del cierre de las oficinas bancarias, habían tenido que reponer efectivo tres o cuatro veces al día. Muchos parlamentarios estaban sacando dinero sin parar. Se estaban aprovechando de la información. El día que cerraron los bancos, me preguntaron si yo había sacado dinero las jornadas anteriores. Era una pregunta legítima. Dije que no. No me acerqué a un cajero en esos días porque pensé que moralmente era reprobable que el ministro de Finanzas hiciese eso conociendo lo que iba a suceder. ¿Cómo se contó en la prensa? Escribieron que no quería estar con la plebe haciendo cola en los cajeros, que era un ser superior y no deseaba mezclarme con los demás. Cuando llegas a este punto, ¿qué haces?
Tal vez la solución era tan simple como vender su moto. ¡Eso nunca! Cuando decidí presentarme al congreso, le dije a mi gente: “Si cambio, disparadme”. ¿Por qué llevar una corbata? ¿Ha visto la mafia de Nueva York? Van mejor vestidos que Obama. ¿Qué pasa si dejo de ir en moto? ¿Sabe qué se diría? “Oh, ha dejado de ir en moto porque quiere presentarse como un… bla bla bla”. Hubo momentos en los que me tendían emboscadas porque mi apariencia no era la de un ministro de Finanzas. Si yo era tan burro de no entender ni cómo debía vestirme, cómo iba a entender todo lo demás. Mire, cuando dimití me criticaron por ser un idiota, por haberme metido en una negociación sin tener un plan b preparado. Entonces, les dije que sí había un plan b y cómo era. “¡Ah! ¡Tenías un plan b! ¡Eres un traidor!”. Buf.
Hubo momentos en los que me tendían emboscadas porque mi apariencia no era la de un ministro de Finanzas. Si yo era tan burro de no entender ni cómo debía vestirme, cómo iba a entender todo lo demás"
¿Cómo vivió el acercamiento de Podemos? No voy a decirle qué es Podemos y qué defiende. No soy tan pretencioso. Lo que puedo decir es que cuando Pablo [Iglesias] vino en enero, Alexis [Tsipras] y él subieron juntos al escenario, se cogieron de la mano y todo el mundo gritó y jaleó “venceremos” [dice en español]. Estuvo bien. Eso sí, España no es Grecia, y creo que no deberían haberlo olvidado. Un gobierno español tiene un nivel de libertad ante la Unión Europea que Grecia no posee. Bruselas jamás hará un spexit.
¿Cree que ha dado usted cierta imagen de "izquierda caviar"? Y no le voy a recordar sus fotos en Paris Match [en la villa de su esposa en la isla de Aegina, retratados cual celebridades] por educación: estamos en su casa. La estupidez crece en todas partes. Debemos ser responsables de nuestra moral. ¿Este piso contradice mi ideología?
Pues no. No se ofenda, pero por lo leído en los medios imaginaba algo más espectacular, un ático lujoso con vistas a la Acrópolis, y desde su balcón sólo se ve una calle en obras y algunos toldos rotos. Es un buen piso, y punto. Si estuviese usando mi posición para jugar en la bolsa a escondidas y contradiciendo las políticas que defiendo, entonces debería ser atacado, pero tengo una moto y un coche desde hace muchos años, comprado con lo que he ganado en la universidad. No pediré perdón por eso. Mi idea ha sido siempre que los de izquierdas debemos vivir con lo que tenemos y que lo que tenemos debe estar en consonancia con nuestros ideales. Si me ves en un yate con los oligarcas, entonces destrózame. Pero no si voy a la casa de mi mujer en Aegina, una casa que ha sido propiedad de su familia 30 años, 20 antes de que me conociera a mí. Como viejo marxista, estoy en contra de la explotación que conlleva la confección de los productos del capitalismo, pero no de los productos en sí mismos. Las motos son maravillosas.
Cuenta la leyenda que días después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Bruce Springsteen, la mayor estrella del rock estadounidense, se encontraba abriendo la puerta del garaje de su casa en Nueva Jersey, cuando un vecino pasó por delante de su casa y, desde su camioneta, le gritó: “¡Bruce! ¡Vuelve! Te necesitamos”. Springsteen, que había pasado toda la década de los noventa encadenando fracasos comerciales, vitales e incluso de idiosincrasia, grabó entonces The rising, un disco que para muchos significó su renacer creativo. Quince años más tarde, Yanis Varoufakis, la mayor estrella del rock en Europa, termina un año de auge y caída en el que ha pasado por las mismas fases que Springsteen. Eso sí, en diez meses, no en diez años. Tras los atentados del 11 de septiembre, EE UU quedó noqueado. Europa lleva más de un lustro en la lona. Varoufakis tiene un plan. Va a cambiar el disco.
¿Qué puede contar de este movimiento paneuropeo en el que ahora está enfrascado? Estábamos a punto de lanzarlo, pero los atentados de París lo retrasaron. Iba a suceder en noviembre, junto a amigos de varios países de Europa, pero sobre todo de Barcelona, con Ada Colau, que ha sido clave en todo eso.
¿Nace este proyecto del rencor o de la esperanza? He aceptado que el proceso político basado en las naciones está finiquitado. Tuvimos una oportunidad de cambiar cosas en Europa, pero nos rendimos. Es muy difícil darle energía a la gente de nuevo tras haberles traicionado. La alternativa es crear un movimiento que vaya más allá de las fronteras. Empezar con una conversación, conceptualizar y ver cómo podemos afrontarlo juntos. El siguiente estadio es crear expresión de forma local. Ahí es donde estamos ahora. En vez de ir de abajo arriba, de los partidos nacionales a la alianza europea, ¿por qué no lo hacemos al revés? Empezar a nivel europeo y luego bajar a la calle. ¿Saldrá bien? No lo sé. Pero es lo único que me motiva ahora a levantarme por la mañana.
Cada revolución tecnológica, a pesar de las dudas iniciales, ha terminado creando más empleo del que ha destruido. ¿Cree usted que esta vez también sucederá? Parece más complicado. Esta es una gran amenaza. En los últimos años, hemos pasado de la agricultura y la industria a los servicios. La mayoría de estos crean puestos de trabajo tan simples que, si una máquina pasa el test de Turing, podrá hacerlos. Entonces, se perderán cientos de millones de trabajos en muy poco tiempo. El capitalismo está a punto de crear la tecnología que convierta el poder corporativo en algo obsoleto.
Si me ves en un yate con los oligarcas, entonces destrózame. Pero no si voy a la casa de mi mujer en Aegina, una casa que ha sido propiedad de su familia 30 años, 20 antes de que me conociera a mí"
¿Hasta qué punto la desintegración de las ideologías es algo que está realmente sucediendo? No creo que sea posible no tener ideología, el concepto ya es una ideología en sí mismo. Por eso, la filosofía es importante, porque puedes estar diciendo algo tan filosóficamente obvio como eso sin ser consciente de lo que dices. El problema es que los jóvenes no creen en un proyecto común. Y eso sucede porque la política no les acompaña. Sin pensar en la comunidad, ningún sueño vale la pena.
¿Ha robado la derecha la dialéctica de la revolución? Sí, y no es nuevo. En los setenta, Thatcher devolvió la confianza en la política. Ella lo cambió todo y lo escoró a la derecha. Para mí, Marx representa una narrativa liberadora, emancipadora. Cree en el individuo, lo quiere liberar del capitalismo. La izquierda era moralidad. En los años treinta del pasado siglo, la izquierda abandonó el concepto de libertad para abrazar el de igualdad. Marx odiaba la igualdad. Somos distintos. Lo único es que él creía que el individuo sólo será sí mismo cuando el capitalismo sea vencido.
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