Chanel y Dior reivindican su lugar como iconos de Francia
La semana de alta costura de París celebra el legado de dos de sus marcas más universales
La primera vez que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, visitó su semana de la moda no acudió en representación del Consistorio sino a título personal. Durante los desfiles de la alta costura que se están celebrando, Anne Hidalgo, su homóloga parisiense, lo ha hecho por motivos estrictamente profesionales. Esta cita deja alrededor de 1.200 millones de euros en beneficios a la ciudad y refuerza su imagen como capital de la moda (y las compras). Un asunto nada frívolo que exige ser tratado con seriedad. Consciente del poder económico, pero también simbólico, de esta industria, Hidalgo presidió este lunes la inauguración de la exposición con la que Dior celebra su 70º aniversario, una sobrecogedora demostración de grandeur por parte de la firma. Allí estuvo también la esposa del primer ministro francés, Brigitte Macron, en uno de sus primeros actos públicos.
Este martes, la alcaldesa concedió la medalla Grand Vermeil de la villa de París a Karl Lagerfeld. Este reconocimiento llega después de que el director creativo de Chanel decidiese dedicar su colección Métiers d’Art a la capital gala y presentarla en el mítico hotel Ritz el pasado diciembre. "La idea era hacer algo para París". Y ahora la ciudad le ha devuelto la deferencia. "Tú eres París. Y París te quiere", le dijo una emocionada Hidalgo. "Al ser extranjero amo la ciudad sin vínculos nacionalistas ni patrióticos. Me encanta cómo se ha repuesto y está mejorando. Y espero que los próximos Juegos Olímpicos se celebren aquí", respondió el creador.
Para recibir la condecoración, el alemán construyó en el Grand Palais una réplica de la Torre Eiffel. Bajo ella, presentó una rica y elocuente declinación de otro de los grandes iconos del diseño francés: el traje de chaqueta de Coco Chanel.
Dior, quizá la marca más conocida del país junto a Chanel, rindió homenaje a su propio legado el lunes. Por fin parece que su directora creativa, Maria Grazia Chiuri, se ha encontrado a sí misma dentro de la maison. Aunque para lograrlo, y siguiendo con la metáfora que planteó sobre la pasarela, le hiciera falta un mapa. El que descubrió entre los archivos de la firma mientras se documentaba para la exposición Christian Dior Couturier du Rêve, que acoge el Museo de las Artes Decorativas de París hasta enero. El atlas de 1953 acredita la expansión internacional en la que estaba inmersa la marca entonces y ha servido de excusa a la diseñadora para evocar a una suerte de heroínas victorianas a medio camino entre Amelia Earhart y Freya Stark. Se trata de la colección más afinada que ha presentado la italiana desde que llegase a la enseña francesa en 2016. La peor crítica que se puede hacer de su trabajo es que está más cerca del prêt-à-porter de lujo que de la alta costura, cuestión que no resulta baladí, sobre todo tratándose de uno de los pilares de la haute couture. Aunque en menor medida, la propuesta de Chanel también dejó un sabor de boca parecido.
Más que explorar las fronteras de Dior, Chiuri propuso un ejercicio de topografía emocional, un viaje por los referentes que le han obsesionado desde que llegó a la marca: la chaqueta Bar, el feminismo y la fluidez entre géneros. Todos estos lugares comunes —reducidos y destilados sin caer en la obviedad de otras ocasiones— están presentes en sus largos abrigos abrazados al cuerpo por finos cinturones, en sus pantalones plisados y en sus cazadoras de aviador transformadas en monos. Los tejidos masculinos —cheviot, príncipe de gales, espiga— y la paleta de color, salida de una chimenea industrial, remiten al Londres sufragista y cosmopolita. La diseñadora contiene sus vestidos de gasa y tafetán. Las princesas tienen poco que decir en esta historia. Ni siquiera ataviadas con las famosas camisetas que Chiuri lanzó con el título de uno de los ensayos de la escritora Chimamanda Ngozi: "Todos deberíamos ser feministas".
Otra de las casas con una herencia incontestable es la que Elsa Schiaparelli fundó en 1927. Desde que la marca volviese a la vida hace un lustro, sus sucesivos diseñadores han intentado reivindicar el universo onírico de esta musa del surrealismo sin dejarse fagocitar por él. Para lograrlo, Bertrand Guyon, al frente de la casa desde 2015, ha decidido no regodearse en el pasado y entregarse a las tendencias más actuales. El problema es que, en cuanto a referentes, resulta demasiado promiscuo —abrigos retrofuturistas, gabardinas clásicas con estampados geométricos a la espalda, vestidos de bailarina—, y la coherencia y personalidad de su trabajo se resienten.
Princesas y armaduras
La semana de la alta costura de París solía ser el momento en el que las marcas hacían alarde de su poderío creativo y artesanal. En esta edición, la dosis de grandilocuencia corrió a cargo de Versace, Giambattista Valli y Stephane Roland, que celebraba 10 años de la mano de su musa, Nieves Álvarez, y reconociendo, con foto y biografía en la nota de prensa, el trabajo de sus costureras.
Versace también exhibió este martes el increíble saber hacer de sus modistas en una colección exuberante, donde destacaba un mono elástico sobre el que habían cosido a mano y una a una pequeñas escamas doradas: la armadura de la mujer del siglo XXI, según Versace. Una propuesta nueva para la marca, pero no para la pasarela.
Giambattista Valli volvió a debatirse entre sus propios extremos: minivestidos de encaje frente a ampulosas piezas de tul que exigen un radio de acción de cinco metros cuadrados. Zapatillas de ballet contra salones de tacón de aguja y plataformas tectónicas tan altas que estuvieron a punto de acabar con varias modelos desnucadas.
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