A Fidel Castro: “En noviembre del 90 te escribí una carta que nunca recibiste”
El 20 de julio de 1992 Felipe González escribe el borrador de una carta a Fidel Castro, que el 26 de ese mismo mes participaría en la Cumbre Iberoamericana de Sevilla, una ciudad tomada por la Exposición Universal. Como explica el propio González, la nueva misiva retoma las ideas de otra que nunca llegó a enviarle escrita en noviembre de 1990, es decir, al filo de la caída del Muro de Berlín.
“Son muchos los acontecimientos ocurridos desde entonces”, escribe el presidente español. “Parece como si la historia quisiera mostrarnos que puede acelerarse, dislocando toda previsión y liquidando todo pretendido cientifismo en la previsión. A veces esta aceleración se parece más a una vertiginosa marcha atrás que a un avance hacia el siglo XXI (…) Lo que me parece más evidente es que nadie se cuestiona el fracaso del modelo comunista. Tal vez como decías hace un año en Guadalajara, ‘la historia no ha dicho su última palabra’ -yo añadiría sobre el comunismo-. (...) Pero lo que hoy está en peligro no es la vuelta al comunismo, cuya recuperación me parece imposible, aunque haya experiencias en frente, sino más bien los valores de la Ilustración. Y esto es más preocupante”. ¿Por qué?, se pregunta. Porque estos valores “pusieron al hombre en el centro del universo” y permiten que los seres humanos “puedan elegir y puedan tolerarse en sus diferencias”.
“Hoy”, prosigue, “me temo que son estos valores los que están siendo amenazados y probablemente seremos obligados a combatir para preservarlos”. Entre las grandes amenazas, señala dos que, con el tiempo, marcarían, hasta hoy, la agenda internacional: "Los nacionalismos radicales –exclusivos y excluyentes- y los ataques por razones religiosas –fanatismos-". “A veces”, añade, “se mezclan ambos fenómenos”. En ese punto, Felipe González escribe algo que refleja bien el carácter funcional de sus cuadernos, en los que mezclaba, sin discriminar por temas, todos los asuntos que iba tratando: “(Interrumpo para ver a los sindicatos latinoamericanos presentes con motivo de la cumbre)”.
Nombres como el de Fidel Castro, Jacques Delors, Willy Brandt, Margaret Thatcher o Mijaíl Gorvachov aparecen con frecuencia en esos cuadernos. Como le gusta decir a José María Maravall citando un artículo de The Economist, durante años España fue un púgil que peleaba por encima de su peso (internacional). Junto a asuntos como el ingreso de España en la Unión Europea, la permanencia en la OTAN o la primera Guerra del Golfo, sus manuscritos dan cuenta del papel mediador que puede jugar Europa en Oriente Próximo y, en general, en un mundo todavía polarizado por los estertores de la Guerra Fría. A veces la gran política alterna con la pequeña. Si en una nota se refleja la preocupación de Túnez por una plaga de langosta, en otra la inquietud es la de los empresarios españoles ante las hipotéticas nacionalizaciones que puedan desarrollar el gobierno sandinista de Nicaragua.
Cuatro años antes de la carta a Castro, el 5 de septiembre de 1988, cuando el Telón de Acero parecía más fácil de reformar que de derribar, Felipe González recibe una invitación de Ronald Reagan para almorzar en la Casa Blanca y anota: “Parece más bien campaña electoral”. Luego añade entre paréntesis: “(NO)”. Un mes más tarde, tras una entrevista con Erik Honecker, último líder de República Democrática Alemana, apostilla: “Buena coyuntura económica. Programa de reformas en el Este”. Apenas un año más tarde caía el Muro de Berlín.