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IDEAS | Transformaciones
Columna
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Larga adolescencia

Viven una frustración de expectativas vitales. Se ven con un presente y futuro peores que los de sus padres a su edad

Andrés Ortega
Un grupo de adolescentes.
Un grupo de adolescentes.Alan Graf (Getty Images/Cultura Exclusive)

La adolescencia se ha alargado como consecuencia de transformaciones biológicas y de los efectos de la profunda crisis vivida desde 2008. Podría llegar hasta los 35 años. Pese a lo atractivo de esta fase vital, esta segunda adolescencia no provoca satisfacción sino frustración en muchos de sus integrantes.

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La adolescencia biológica, según algunos científicos, empieza ahora antes, incluso a los 10 años en algunas jóvenes, debido a los adelantos en sanidad y nutrición. Hubo tiempos, no tan lejanos (la Edad Media), en los que la infancia terminaba a los 7 años y prácticamente no había sentido de adolescencia. Ahora se sabe que las mutaciones biológicas propias de esa fase pueden durar mucho más allá de la edad teen (13 a 19 años), hasta los 24. Facebook —empresa que vive de los datos— tenía una app (que ha tenido que retirar) para monitorear voluntariamente a jóvenes en el uso de otras aplicaciones instaladas en sus móviles. Los databa de los 13 a los 35 años.

Muchos jóvenes en nuestras sociedades, debido a los efectos del cambio socioeconómico de estos años, han perdido o carecen de posibilidades de emancipación, de establecimiento de una familia, tradicional o moderna, y de procreación con tranquilidad laboral y económica. No es casualidad que la edad media de las españolas para tener su primer hijo se haya retrasado a 30,9 años (era de 29,4 en 2007), casi dos años más que la media europea, que también se ha demorado en este tiempo.

Muchos de estos adolescentes con menos recursos, y algunos con ellos, viven una frustración de expectativas vitales. Crecieron en la mayor expansión económica prácticamente de la historia, para verse inmersos, al llegar a la edad de emplearse, en la crisis que ha cambiado muchas cosas en general, pero que les ha afectado incluso más que a otras cohortes. Se ven, sea o no real, con un presente y unas expectativas de futuro peores que las de sus padres a su edad. Estos últimos no tuvieron que competir entonces —ahora sí— con chinos, indios o robots. Aquellos adolescentes en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado empezaron a contar con un dinero de bolsillo y una industria dedicada a ellos que las generaciones anteriores nunca habían tenido. Los actuales integrantes de la segunda adolescencia, incluso si son la generación mejor formada de la historia, ven que los estudios universitarios u otros ya no les garantizan ingresos y empleos decentes. La tasa de paro juvenil suele ser siempre el doble de la general, pero en estos años el doble de mucho es vitalmente más que el doble de poco. Hay además mucho subempleo en estas cohortes formadas esencialmente por la generación Y, la de los mileniales, y cada vez más por los Z, nativos digitales. Hay menos diferencias en valores y actitudes vitales entre los Y y los Z que con los anteriores.

Viven una frustración de expectativas vitales. Se ven con un presente y futuro peores que los de sus padres a su edad

¿Efectos a largo plazo? Con el alargamiento de la vida, estos jóvenes también heredarán —los que lo hagan— más tarde, y no a los 30 o 40 años como lo hacían sus abuelos y bisabuelos (habrá menos de estos últimos). Cambian asimismo los hábitos de consumo. El automóvil ya no es una prioridad para estas generaciones. No pueden y no quieren. Viven, o intentan vivir, en el centro de las ciudades, y de ahí que algunas grandes cadenas se instalen en estas zonas urbanas. Políticamente, se verá. En EE UU, donde de cara a las elecciones de 2020 la generación Z ya representará uno de cada diez electores, por ejemplo, ésta parece más proclive a los demócratas.

La mayor dependencia de estos adolescentes longevos puede afectar a su maduración. Es, o será, otra forma de madurez, como una adolescencia en proceso de alargamiento dio pie al 15-M. Viven un desequilibrio generacional frente al predominio de los babyboomers que van llegando a la jubilación. Para compensarlo, ¿hay que plantear el voto a los 16 años? Sea como sea, como decía Jean Cocteau, “la juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere”. En estos años ha aprendido mejor a saber lo que no quiere.

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