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CARTA BLANCA
Columna
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La familia y la memoria

Como en muchas casas, en la suya había parientes de ambos bandos en la Guerra Civil. Hoy investiga la reconciliación. Y se lo cuenta a su tío abuelo

QUERIDO VALERIANO: Somos una familia tan grande que solo recuerdo haberte visto en una ocasión. Fue en Granada, en Semana Santa de 2016. Mi madre, que había ejercido de intermediaria, me acompañó. La excusa fue que había leído en las memorias de Carlos Castilla del Pino que tú habías sido su compañero de piso, “Valeriano Moreno-Torres, muy capaz, con sentido de la justicia, pero sin ánimo para la protesta”, y quería que me contaras tu relación con el psiquiatra gaditano. Tuvimos un encuentro breve que, aunque no me sirvió de mucho para lo que estaba investigando, me dejó una fuerte impresión. Volvimos en el coche mi madre y yo a Málaga hablando de lo que habías sido para mí. Recuerdo la música que escuchábamos y el cielo de Granada en ese momento; también que estaba un poco triste porque no te había dicho nada acerca del motivo real de mi visita, y quizá ya nunca volvería a verte.

En 2010, cuando estaba en segundo de bachillerato, tenía que hacer un trabajo en grupo para una asignatura intrascendente. Sin ningún motivo específico, mi grupo eligió hacerlo sobre la memoria histórica en Andalucía. Poco antes, habías escrito un libro autobiográfico contando la trágica historia de nuestra familia en la guerra: “La Guerra Civil de un niño de 80 años”. Así supe que tu padre, mi bisabuelo, notario de Bujalance (Córdoba), había sido asesinado a hachazos por unos anarquistas. La tesis principal del libro, que había buenos y malos en los dos bandos, no era tan obvia para muchas personas de tu generación que venían de familias que habían ganado la guerra a un gran coste personal. Más allá de tu tesis, tus memorias resultaron fundamentales para que empezara a investigar la historia de mi familia y de la Guerra Civil. Con un estilo ampuloso y utilizando grandes metáforas de las que ahora me avergonzaría, hice un trabajo en el que reivindicaba el papel de las víctimas de toda condición en España recreando, por un lado, la vida de mi bisabuelo y, por otro, los asesinatos de la masacre de la carretera Málaga-Almería. Hasta entonces, nunca había escrito nada con mucha convicción. Mi profesor, el crítico gastronómico Fernando Rueda, se mostró entusiasmado con el trabajo y me animó a seguir escribiendo.

En su momento no lo hice, pero me gustaría haberte contado tres cosas. La primera tiene relación con la otra parte de mi familia. Un tío abuelo mío, de izquierdas, catalán y con padre represaliado por el franquismo, escribió hace poco un libro que se titulaba como el tuyo y tenía la misma tesis como argumento principal. Creo que te hubiera emocionado saber que dos personas con nada en común ideológicamente habían pasado por experiencias similares y buscaban la reconciliación. La segunda tiene relación con el libro que estaba escribiendo cuando fui a Granada, sobre unas víctimas de la generación siguiente a la tuya. Creo que te hubiera interesado el tema del libro y lo habrías encontrado de interés a pesar de tratar sobre la vida de unos comunistas. La tercera es el motivo real de mi visita: expresarte mi gratitud por haber sido tan importante a la hora de que descubriera mi vocación. Que te murieras sin enterarte de la publicación de mi libro por solo unas semanas me da mucha pena. Descansa en paz, Valeriano. 

Javier Padilla es autor de A finales de enero (Tusquets).

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