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Buenos Aires a todo color

La primavera austral invita a dar un largo paseo por los nuevos museos 
y espacios culturales de la capital argentina, más una parada en el barrio de moda, Villa Crespo

Fiesta en la exposición de fotografías de Juan Gatti 'Transhispania', en el Palais de Glace, en Buenos Aires.
Fiesta en la exposición de fotografías de Juan Gatti 'Transhispania', en el Palais de Glace, en Buenos Aires.
Javier Montes

Cuando Art Basel, el gran coloso del mercado mundial del arte contemporáneo, decide desperezarse y darse una vuelta por el globo terráqueo conviene estar al tanto y seguirle los pasos. Después de abrir sucursales en Miami y Hong Kong, ahora y durante los próximos años ha puesto casa en Buenos Aires, la Art Basel Cities House, para difundir y hacer las presentaciones entre el mundillo del arte porteño y el circuito internacional: por algo será.

Porque la potencia cultural (artística, literaria, escénica) de la ciudad no es ningún secreto para los que hablamos castellano, desde hace por lo menos un siglo. En su monumental Borges, Bioy Casares cuenta un viaje particularmente largo y pesado en taxi junto a su gran amigo y cómplice literario a través de Buenos Aires. Después de kilómetros y kilómetros de cuadras casi idénticas, Borges dejó de mirar por la ventanilla y exclamó: “¡Qué ciudad! ¡Quién sabe lo que se propone…!”. Pues parece que lo que se ha propuesto últimamente ese secreto a voces de Latinoamérica es ocupar un sitio de primera fila en el mapa global de las artes, siguiendo el ejemplo ya consolidado de otras potencias regionales como Brasil o México.

Exposición de Sergio Avello en el MAMBA de Buenos Aires.
Exposición de Sergio Avello en el MAMBA de Buenos Aires.

Desde hace unos cinco años ha entrado mucho aire fresco en la escena contemporánea porteña: nuevos centros y museos, y también nuevos gestores al frente de clásicos con excelentes colecciones del siglo XX, como el MAMBA o el MALBA (que acaba de reformar el arquitecto español Juan Herreros); toda una panoplia de galerías jóvenes y espacios independientes que han colonizado barrios periféricos y aprovechado una arquitectura industrial del siglo XX fabulosa que esperaba a ser rescatada y reciclada; y también se ha dado a conocer una generación nueva de artistas y de teóricos, comisarios y críticos formados en la tradición eminentemente cosmopolita y sofisticada de la ciudad.

javier belloso

Por todo esto dicen los zorros viejos que se acuerdan del Nueva York de los setenta: por el nivel creativo y teórico, las ganas de reinventarse y la capacidad de convocatoria (rara es la noche en que no hay una inauguración, una performance o un evento artístico de algún tipo en la ciudad), acompañadas, por ahora, de un mercado aún accesible y una nómina de coleccionistas locales reducida y aún por consolidar.

La entusiasta Vanessa Bell invita a descubrir secretos muy bien guardados del Buenos Aires arquitectónico

El barrio-ejemplo de todo esto es Villa Crespo: un vecindario porteño de pura cepa, de clase media y pequeños establecimientos industriales (garajes y talleres de autopartes) cerca de áreas oficialmente de moda como Palermo o Colegiales, pero con alquileres mucho más baratos. Fueron pioneros los artistas más jóvenes que encontraron por aquí estudios asequibles, y también una ya asentada escena teatral off y off-off, con espacios veteranos como El Excéntrico, Vera Vera o Patio de Actores.

La galería pionera en lanzarse a la piscina y abrir sede por aquí fue Sly­Zmud, ahora renovada como Zmud, a secas, por una de sus cofundadoras, la joven galerista Larisa Zmud. Uno de los más interesantes arquitectos jóvenes de Argentina, Nicolás Fernández Sanz, ideó un segundo espacio cercano a la sala original. En su exterior, pinta un triángulo blanco sobre la acera para completar visualmente la esquina del edificio, que está en chaflán.

Fachada del antiguo Banco de Londres, de Clorindo Testa, en Buenos Aires.
Fachada del antiguo Banco de Londres, de Clorindo Testa, en Buenos Aires.Federico Cairoli

Él firmó también el proyecto de 2014 que transformó un antiguo almacén de mármoles en la flamante nueva sede de la galería Ruth Benzacar, una de las de más solera en Argentina, que se mudó al barrio desde el histórico búnker subterráneo en plena plaza de San Martín. Junto a ella desembarcan otras veteranas como la galería Nora Fisch, espacios asociativos como La Ira de Dios o la peruana Revólver Galería, que el año pasado inauguró sucursal en un antiguo taller de mecánica también espectacular. Para estar al tanto de lo que hay para ver, es útil seguir la pista de las convocatorias conjuntas que organiza la asociación de galerías Lista. Y AVC (Amo Villa Crespo), la revista que puede pillarse gratis en galerías, librerías y cafés del barrio, da pistas muy útiles para orientarse por la zona.

La iniciativa Móvil

Porque toda ayuda es poca para moverse por una ciudad inmensa que a veces parece hacerse de rogar a la hora de revelar sus mejores secretos. Lejos de Villa Crespo, en el barrio de Parque Patricios, al margen del circuito turístico habitual, está CheLA, un centro autogestionado de experimentación en arte y tecnología que tiene su sede en las inmensas instalaciones desafectadas, de nítida arquitectura racionalista, de una antigua fábrica de amianto: en una de sus vastas naves ha encontrado su casa la iniciativa Móvil. Desde 2014 apoya la creación de proyectos site-specific (concebidos para un lugar específico) por parte de artistas jóvenes, con un programa muy interesante de exposiciones y ediciones limitadas, visitas comentadas y debates.

El MALBA, tras la reforma de Juan Herreros, en Buenos Aires.
El MALBA, tras la reforma de Juan Herreros, en Buenos Aires.

Desde allá puede darse un salto al barrio de La Boca, corazón del viejo Buenos Aires industrial que sí atrae a los autobuses de turistas desde que la legendaria Caminito y otras calles de la zona repintaron los colores de sus fachadas y renovaron bares, milongas y tiendas de recuerdos. Parte de la culpa la tiene la Fundación Proa, un centro de arte privado que se instaló allá en 1996 y desplazó el centro de gravedad desde el barrio de Recoleta, el más cheto de la ciudad (así se conoce a los pijos porteños) y donde aún conservan sus sedes algunas de las galerías más famosas de Buenos Aires, como Henrique Faria o Jorge Mara-La Ruche.

La Proa, por su parte, redobló su apuesta por La Boca en 2008, cuando amplió y renovó su sede. Conserva la fachada italianizante y ecléctica del edificio original, de un blanco inmaculado, a la que se superpone una elegante y depurada estructura high tech que alberga auditorio, librería, amplias salas de exposiciones y un muy buen programa pedagógico: siempre se topa uno con visitas escolares por allá. Su presupuesto generoso le ha permitido especializarse en grandes muestras de nombres consagrados de arte del XX y contemporáneo: de Louise Bourgeois a Yves Klein, de Duchamp a Malévich. Tiene un punto casi escandinavo que se acentúa en el luminoso restaurante de la azotea, con su terraza con vistas fabulosas a los tinglados, grúas y pantalanes oxidados del antiguo puerto.

Proa ha cumplido su función como núcleo irradiador e imán de galerías y nuevos centros de arte. También esta zona es inagotablemente generosa en galpones, talleres y almacenes a los que ya no se les da el uso al que estaban destinados, y es fácil comprobar, al visitarlos, el gusto sofisticado y seguro de la nueva generación de galeristas porteños. Un interés renovado por ampliar inversiones inmobiliarias en la ciudad hace el resto, y en muy pocos años este barrio se gentrifica y cambia a ojos vistas: se puede ir dando un corto paseo hasta Isla Flotante, una joven galería independiente contigua al Centro Munar, en un antiguo edificio restaurado, y llegar hasta Barro, un proyecto reciente que desde 2014 luce una de las programaciones más consistentes de la ciudad (para variar, en otra nave diáfana de aúpa, que deja sin aliento cuando se atraviesa la puertecita discreta que da a la calle) y artistas aún jóvenes pero ya más que emergentes, como Matías Duville o Diego Bianchi.

Una corredora pasa bajo un puente en el barrio de Recoleta, cerca del Museo de Bellas Artes, en Buenos Aires.
Una corredora pasa bajo un puente en el barrio de Recoleta, cerca del Museo de Bellas Artes, en Buenos Aires.Jordan Banks (SIME)

A dos pasos está la faraónica Usina del Arte, con salas de espectáculos y de exposiciones, que se inauguró en 2012 después de reformar una descomunal central eléctrica de ladrillo visto y estilo renacentista, llena de ventanas geminadas y gabletes, como un palacio florentino que hubiese tomado anabolizantes: el edificio original es de 1912, recuerdo de la época del boom mundial argentino, cuando el país descollaba como gran potencia continental y Buenos Aires no iba a la zaga de Chicago o Nueva York en extensión y en delirios arquitectónicos. Es uno de los polos de atracción de un Distrito de las Artes con vocación de reciclaje inmobiliario, donde alternan los silos industriales y cementeras pintadas de colorines (como esculturas gigantescas o una especie de mutación enloquecida de las calles de La Boca) y más galpones y otros ejemplares de arqueología industrial reconvertida en espacios de exposición. En los Estudios Arenas se celebra desde hace dos años la feria ArteBA Focus, centrada en galerías porteñas y arte argentino y una muy buena ocasión de hacerse una idea de la variedad y calidad de la escena local. En la otra punta de la ciudad, ya en El Tigre, el Proyecto URRA recupera también otra zona de almacenes, portuaria e industrial, con su proyecto de residencias para artistas jóvenes, donde es posible visitar estudios y pequeñas exposiciones de los residentes.

La nave diáfana del espacio Barro deja sin aliento cuando se atraviesa la puertecita discreta que da a la calle

El ejemplo para esa renovación lo puso, hace ya casi 30 años, la reforma de la zona de Puerto Madero, que hoy luce como una mezcla de Miami y Dubái frente al río de la Plata y en el corazón de la ciudad: no faltan los rascacielos de César Pelli y un puente de Calatrava, cerca del ya muy establecido hotel Faena, en otro edificio industrial reformado por Philippe Starck con el barroquismo decadente y casi perverso que luce a veces. Al lado, y siguiendo la tónica de espacios descomunales, el Faena Arts Center no repara en gastos a la hora de restaurar una antigua fábrica harinera que alberga proyectos específicos tan morrocotudos como el espíritu que anima todo el barrio.

Muestra de David Lynch y Patti Smith en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires.
Muestra de David Lynch y Patti Smith en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires.David Fernández

Inmensa mansión

Una idea similar de arquitectura XXL, pero pública, es la que ha inspirado la construcción del Centro Cultural Kirchner, que se inauguró en 2015 ampliando la ya de por sí apabullante sede del Correo Central de Buenos Aires, especie de mansión afrancesada inmensa de principios del siglo pasado que deja en mantillas incluso al nada modesto Palacio de Correos madrileño. Dice ser el edificio más grande en su género en Latinoamérica, y desde luego todo en él es descomunal: la gran cúpula acristalada que sustituye a la antigua de pizarra como remate y salón de aparato, los 100.000 metros cuadrados de superficie útil, las más de 10 salas y auditorios, los espacios colgantes o emergentes en forma de lámpara o de ballena que colman el gigantesco patio central y sirven de sala de conciertos y centro de exposiciones. Con semejante obra de El Escorial, Buenos Aires parece retomar, quizá algo desfasadamente, los delirios de grandeza arquitectónicos del inicio del siglo XX, cuando mamuts eclécticos y cercanos como el Edificio Barolo, con sus evocaciones esotéricas e inspiración en la Divina comedia, competían con los alardes de Manhattan.

Obra 'Puerto de memorias', de Leandro Erlich, en el MUNTREF de Buenos Aires.
Obra 'Puerto de memorias', de Leandro Erlich, en el MUNTREF de Buenos Aires.

El vestíbulo del Barolo, oscuro y gótico, ha ganado con los años un aura novelesca, y yo tuve la suerte de visitarlo en un tour de la arquitectura moderna más desconocida de la ciudad organizado por la entusiasta Vanessa Bell, que, al frente de Creme de la Creme (cremedelacremeba.com), invita a descubrir secretos muy bien guardados del Buenos Aires moderno: del brutalismo de Clorindo Testa, con sus futuristas Biblioteca Nacional y antiguo Banco de Londres, a las decadentes Galerías Santa Fe, verdadero laberinto secreto de pasajes cubiertos decorados en los cincuenta con pinturas y frescos de la plana mayor del arte moderno argentino. Si no te lleva alguien bien informado, es muy difícil dar con ellas; pero al ritmo que parece retomar Buenos Aires no me extrañaría que dentro de poco luzcan restauradas como un nuevo contenedor de arte, cooperativa experimental o sede de galerías comerciales: la impresión que da la ciudad es que las cosas no han hecho más que empezar, y por ahora no parece que el mundillo del arte porteño esté cansándose de reinventarse.

Javier Montes es autor de Varados en Río (Anagrama).

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.

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