Saint-Jean-Pied-de-Port, el punto de partida del Camino de Santiago en Francia que inspiró a poetas y escritores
Las peripecias del protagonista de la novela ‘Zalacaín el Aventurero’ de Pío Baroja sirven de excusa para visitar esta villa medieval de los Pirineos fronteriza con España
“Al pie del puerto de Roncesvalles, un pequeño pueblo se halla sumergido. Las tormentas eléctricas bajan de las montañas al atardecer. Bolas de fuego ruedan por el pueblo. El aire se agrieta como una fruta verde.” Así describe la poeta canadiense Anne Carson su llegada estival a Saint-Jean-Pied-de-Port (Donibane Garazi en vasco). Incrustado al pie de los puertos pirenaicos, este pueblo pintoresco del siglo XII, nombrado en 2016 uno de los pueblos de la asociación Les Plus Beaux Village de France, constituye una etapa fundamental del Camino Francés a Santiago. Cada año, más de 70.000 peregrinos y viajeros atraviesan sus puertas medievales para encontrarse con su arquitectura vasca espléndidamente conservada, su riqueza patrimonial, la sabiduría de sus artesanos locales y su deliciosa gastronomía.
Salimos del Central Hotel, la casa solariega de los Ohando, los hidalgos enfrentados a Martín Zalacaín en la novela Zalacaín el Aventurero, de Pío Baroja, en la plaza Charles de Gaulle, y atravesamos la Porte de France. A la izquierda se abre el camino de ronda, un trayecto agradable por la muralla del siglo XV, que nos introduce al patrimonio militar de la villa. A 70 metros de altura aparece la Citadelle, la ciudadela militar construida hacia 1625 y modernizada en el decenio de 1640 por instrucción del arquitecto Vauban, que hoy alberga una escuela: el Collège de la Citadelle. “Donde se alza la pintoresca ciudad vasca, / enmarcada y cercada por manos guerreras, / en su enorme roca entronizada y coronada, /montañas que la rodean”, recoge Charles Dickens en sus escritos de 1895 sobre Saint-Jean-Pied-de-Port. Desde detrás de la ciudadela, en el mirador de la Media Luna Real, el panorama de la ciudad original, Saint Jean le Vieux, y los puertos del Cize son impresionantes.
Si se sigue el camino de los peregrinos para acercarse al centro de la villa y marchar hacia Compostela, debemos atravesar la bella Porte de Saint-Jacques. Declarada patrimonio mundial de la Unesco en 1998, en ella los romeros medievales debían pagar un portazgo obligatorio bajo amenaza de ser golpeados con garrotes, según recoge el Códice Calixtino del monje Aimery Picard, primera y más importante guía del Camino de Santiago. Tradicionalmente, los peregrinos toman la intacta Rue de la Citadelle, una calle en cuesta con casas de arquitectura vasca, en la característica piedra arenisca color rosado tomada del monte Arradoy. En sus fachadas figura la fecha de construcción, el nombre de los primeros dueños que las habitaron y su profesión, así como algunas preciosas esculturas medievales.
La epigrafía más antigua, de 1510, aparece sobre la casa Arcanzola. En esta vivienda, con fachada de paneles de madera rojos, nació en 1531 el jesuita Jean de Mayorga, martirizado en las islas Canarias por un corsario calvinista. El número 7 de la calle de la Ciudadela, la casa Larrabure acoge la antigua casa parroquial hoy convertida en una nueva sala de exposiciones. Separada de la casa Laborde (de 1584 y hoy centro de recepción de peregrinos) por un jardín, en el número 41 encontramos la prisión de los Obispos. Esta apelación se asocia a dos realidades históricas distintas: la estancia allí de los obispos de la diócesis de Bayona durante el cisma de Occidente o cisma de Aviñón (fines del siglo XIV y principios del XV) y su desempeño carcelario desde finales del siglo XVIII. Es impactante entrar en las celdas de los presos o bajar a la vasta sala subterránea donde se puede contemplar la exposición permanente: Historia de una búsqueda: evocación de los Caminos de Santiago en la Edad Media.
Antes de atravesar la puerta de Notre-Dame para acercarnos al barrio de los artesanos hay que hacer una parada en la iglesia Notre-Dame du Bout du Pont. Es uno de los edificios góticos más sobresalientes del País Vasco francés. Se atribuye su construcción al rey de Navarra, Sancho el Fuerte, en conmemoración de la victoria de batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212, contra los moros. Por suerte, encontramos allí una maravillosa actuación del orfeón Gogotik, con sus voces masculinas y sus cantos en euskera “¡Euskara, sal fuera! Bendito sea el país de Garazi, porque ha elevado el euskara al rango que le corresponde”, dicen citando a Bernat Etxepare, nacido en la vecina Eiheralarre y autor, en 1545, del primer libro impreso en lengua vasca.
Salimos de la iglesia y cruzamos el río Nive para llegar a la comercial Rue d’Espagne. Es un tesoro para todos aquellos interesados en la artesanía local. Conviene entrar en el taller de alpargatas de Patricia Arangois; degustar los deliciosos macarons del País Vasco, hechos a mano, de cúrcuma, pimiento de Espelette o nuez de coco en La Fabrique de Macarons; o descubrir la cerámica navarra de Olivier Carriquiry en Poterie Navarraise.
Tras probar la deliciosa trucha con perejil, cuajada de leche de oveja y confitura de cereza negra y los exquisitos vinos de Irouléguy en el Restaurant Oillarburu (8, Rue Eglise) abrimos la tarde con una excursión. Una opción interesante es acercarse al tren cremallera de Larrún, construido en 1924, que reanudará sus viajes el próximo 3 de junio tras estar parado por obras. Este tren de madera de cuatro vagones con cortinas de rayas rojas y blancas sube en 25 minutos a la cima del monte Larrún, a 905 metros de altitud. En el trayecto se pueden apreciar la flora y la fauna protegidas del macizo montañoso, especies como el buitre leonado o el pottok, el típico pony vasco, que allí vive en completa libertad. El panorama desde la cima es espectacular y la vista se pierde de los Pirineos y la costa de San Sebastián hasta las playas landesas. “Conocían también, palmo a palmo, las veredas que van por las vertientes del monte Larrún”, escribe Baroja en la segunda parte de Zalacaín el Aventurero. Otra excursión recomendable es adentrarse en las cuevas prehistóricas de Isturiz y Oxocelhaya para apreciar sus pinturas del Paleolítico superior, imágenes de cérvidos, bisontes y caballos, además de un muestrario de utensilios, armas y cuentas de collar de ámbar, hueso, marfil o conchas.
Regresamos a Saint-Jean-Pied-de-Port para no perdernos un partido de cesta punta en su Jaï Alaï, construido en 1977, y degustar en su bar los famosos talos, tortitas vascas tradicionales de maíz, con txistorra o con atún. Si se quiere seguir la fiesta, nada mejor que unirse a la comitiva de locales y turistas en el Café des Sports (7, Rue Sainte Eulalie) o en el Café Ttipia (2, Place Floquet). Es preceptivo descansar, porque a la mañana siguiente, calzados con unas buenas botas, cruzamos la Porte d’Espagne, integrada en el recinto amurallado, para dejar Saint-Jean-Pied-de-Port y tomar el Camino Francés hacia Roncesvalles. Son 28 kilómetros en ascenso, a partir del pueblo de Saint Michel, siguiendo el trazado de una calzada romana. Estos sugestivos paisajes, que quitan la respiración, todavía recuerdan las hazañas de Carlomagno y el nacimiento de la leyenda del poema épico Cantar de Roldán.
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