Lugares de esperanza para salvar los océanos
A través del proyecto Mission Blue, la bióloga marina Sylvia Earle estudia distintos ecosistemas marinos en una iniciativa respaldada por Rolex que busca proteger hasta el 30% de los océanos del mundo antes de 2030
La relación de Sylvia Earle con el océano comenzó muy pronto y de manera accidental. “A la edad de tres años fui arrollada por una ola y, desde ese día, el océano me fascina”, recuerda esta bióloga marina que ha dedicado más de cuatro décadas de su vida a la investigación de los ecosistemas marinos. “Ha acaparado mi atención todos estos años por la vida que cobija”, prosigue. “Es una sensación increíble sumergirse, sentirse en la ingravidez y no saber a qué atenerse. Pero también pensar que cada inmersión reserva algo maravilloso. Estas sorpresas hacen del océano algo irresistible. No puedo imaginarme mi vida de otra manera”.
Earle, en efecto, ha dedicado la mayor parte de su vida a investigar y preservar esas maravillas que se ha encontrado en las profundidades marinas. En 1970 formó parte del proyecto de investigación del gobierno estadounidense Tektite II, en el que dirigió a un equipo que vivió durante dos semanas en un laboratorio submarino para estudiar la vida del océano y las consecuencias para el cuerpo humano de una estancia prolongada bajo el agua. En 1979, consiguió el récord mundial femenino de inmersión autónoma más profunda, a 381 metros bajo la superficie del océano Pacífico, y en 2009 fue galardonada con un premio TED, apoyo gracias al que fundaría Mission Blue, una iniciativa que contribuye a establecer en diversos lugares del globo zonas oceánicas protegidas. En 2019, Rolex lanzó su iniciativa Perpetual Planet, ofreciendo apoyo a individuos y organizaciones extraordinarios, cuya colaboración con Mission Blue es uno de sus pilares actuales.
Mission Blue investiga en los océanos de todo el planeta y establece lo que han denominado como Hope Spots (lugares de esperanza), zonas que, desde el punto de vista ecológico, son vitales para la preservación de distintas especies de fauna y flora marina. Algunos de ellos se han convertido en parques marinos protegidos, mientras que la organización trabaja para que otros alcancen esa consideración, desde los mares profundos en el Antártico hasta los atolones del Pacífico. “Creamos Mission Blue con el fin de explorar más para profundizar en nuestros conocimientos”, explica Earle. “Por un lado, utilizamos la tecnología para explorar y analizar lo que vemos y para compartir lo máximo posible nuestros hallazgos, no solamente con la comunidad científica, sino también con el gran público. Por otro lado, animamos a la gente a actuar”.
La creación de estos espacios con el objetivo de que se conviertan en lugares protegidos es una necesidad que cada vez es más urgente. “Hemos diezmado una cantidad espantosa de peces. Cada año, cerca de 100 millones de toneladas de fauna marina son extraídas de los océanos, y hay que tener en cuenta la destrucción de los hábitats de dichas especies. Además, numerosos peces son pescados y luego tirados de nuevo al mar, muertos”, narra Earle. “Antes pensábamos que el océano era tan vasto y tan resistente que no teníamos la capacidad de afectarle pero, en el espacio de unos cuantos decenios, hemos roto equilibrios fundamentales a escala mundial. Todo está conectado, y ahora estamos tomando conciencia de la importancia de dichos equilibrios. Desgraciadamente, son muchos los que siguen sin comprender que al proteger los océanos se protege a la especie humana”.
Los objetivos de Mission Blue pasan por lograr que se proteja hasta el 30 % de los océanos del mundo antes del 2030, coincidiendo con las metas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Desde 2011, el proyecto ha conseguido que unas 130 de esas zonas que ha declarado básicas para mantener ecosistemas marinos lleguen a tener algún tipo de protección oficial. Una de ellas es Palaos, al oeste del océano Pacífico. “El 80% de la zona es una reserva natural protegida, un refugio de paz para la fauna marina, dedicándose el resto a la pesca para alimentar a la población local”, explica la bióloga. “El turismo constituye la principal fuente de ingresos, lo que significa que, en lugar de matar tiburones u otras especies, se estimula la creación de espacios para protegerlos. Es mucho más beneficioso y sostenible”.
En su misión, Sylvia Earle sigue manteniendo esa curiosidad que, con tres años, le llevó a sentir la llamada del océano. “Esta curiosidad es la que nos hace humanos”, afirma. “Nos ha llevado a realizar descubrimientos que transmitimos de una generación a otra, esperando ofrecer a nuestros hijos perspectivas mejores de las que nosotros hemos tenido. Hoy en día tenemos una mejor visión, un mejor conocimiento y una mejor comprensión de lo que nos rodea. Los niños actuales saben a qué se parece la Tierra vista desde el espacio. Ése no era el caso cuando yo era niña. Y, sin embargo, apenas estamos comenzando a explorar los fondos marinos. La historia de la vida en la Tierra es, sobre todo, una historia del océano. Si rellena un recipiente con agua de mar, verá un condensado de la vida en la Tierra. El océano se encuentra en el corazón de la acción”.
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