La campaña electoral muta y los bulos se trasladan a las redes
La desinformación y las emociones se refugian en lugares como la mensajería encriptada
Las campañas ya no son lo que fueron hace 20 años. Las fórmulas de comunicación política han mutado y se han trasladado a otros espacios. Manuel R. Torres, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide y miembro del consejo asesor del Real Instituto Elcano, lo resume: “Los sistemas convencionales, como el mitin, la propaganda y las comunicaciones a través de los medios, han perdido influencia frente a nuevas plataformas”. Varias investigaciones lo confirman. Una de ellas asegura que incluso el debate televisado, cuya propuesta de celebración ha centrado los primeros días d...
Las campañas ya no son lo que fueron hace 20 años. Las fórmulas de comunicación política han mutado y se han trasladado a otros espacios. Manuel R. Torres, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide y miembro del consejo asesor del Real Instituto Elcano, lo resume: “Los sistemas convencionales, como el mitin, la propaganda y las comunicaciones a través de los medios, han perdido influencia frente a nuevas plataformas”. Varias investigaciones lo confirman. Una de ellas asegura que incluso el debate televisado, cuya propuesta de celebración ha centrado los primeros días de precampaña, “no parece cambiar el comportamiento del votante”. Las redes se han convertido en los principales medios de difusión, donde triunfan los mensajes emocionales o negativos. Aunque mantienen su hegemonía, la incorporación de sistemas de moderación para combatir la desinformación, no siempre de forma exitosa, ha provocado que los bulos se trasladen a aplicaciones de comunicación encriptada, como WhatsApp o Telegram, donde campan sin límites.
“El mitin, en su concepción original, era un espacio abierto para que cualquier interesado conociera las propuestas de un candidato de una forma directa. Eso ya quedó superado hace tiempo y, realmente, son actos de partido a los que solo van los ya convencidos y cuyo propósito es generar algún tipo de material para los informativos y para alimentar las redes sociales. Cada vez tiene más carácter de escenografía”, afirma Torres.
Y no solo el mitin. Ni siquiera el gran momento electoral que suponía el debate televisado ha sobrevivido a las nuevas formas de comunicación política, según una investigación publicada por la Universidad de Oxford el pasado marzo en The Quarterly Journal of Economics. Sus autores concluyen que las campañas electorales y los debates televisados tienen poco efecto en los votantes frente a otras fuentes, entre las que se incluyen los activistas políticos, redes y amigos, cuyos mensajes tienen más impacto.+
“A pesar de todo el interés que generan, la gran audiencia que atraen y los muchos comentarios de los medios que provocan, los debates televisados no parecen cambiar el comportamiento de votoCaroline Le Pennec y Vincent Pons, universidades de Montreal y Harvard
Tras un análisis de 62 campañas electorales en 10 países, Caroline Le Pennec y Vincent Pons, de las universidades de Montreal y Harvard, han observado que “las preferencias políticas se mantienen notablemente estables a lo largo de la campaña”. Sobre los debates televisados, los autores observan que, “a pesar de todo el interés que generan, la gran audiencia que atraen y los muchos comentarios de los medios que provocan, no parecen cambiar el comportamiento de voto”.
Torres comparte las conclusiones: “El elector ya ha determinado su voto con bastante antelación, antes de la celebración de esos debates, y el porcentaje de votantes que se siente afectado por los resultados de esos encuentros es cada vez más reducido. También existe cierto consenso en que suelen estar más interesados en debatir aquellos candidatos que parten de una posición de derrota o necesitan aumentar su cuota de conocimiento. Los candidatos con una posición más ventajosa suelen ser más reacios a participar en los debates porque tienen poco que rascar ahí y, en cambio, si se produce algún tipo de incidente, como quedarse en blanco o una mala respuesta, le puede ocasionar un problema considerable”.
La pérdida de influencia de la campaña presencial, la propaganda y los medios convencionales ha derivado el debate hacia las redes, entre las que destacan Facebook, Twitter, TikTok y YouTube. Según un reciente estudio encabezado por tres psicólogos de la Universidad de Columbia y publicado en PNAS, “las redes sociales están a la vanguardia de las campañas políticas modernas”, en especial, con la polarización ideológica, que favorece el auge de las facciones más extremas.
“Los políticos necesitan todos los votos que puedan reunir para alcanzar y mantener mayorías, especialmente, porque los márgenes estrechos pueden decidir las elecciones. En este entorno ultracompetitivo, las plataformas de redes sociales se han convertido en una vía valiosa para que los políticos lleguen a sus electores y para que los electores difundan los mensajes de los políticos”, defienden los autores.
Los mismos investigadores identifican un problema con este modelo. Ciertos patrones de lenguaje llevan a los usuarios de las redes sociales a amplificar, es decir, a respaldar públicamente (”favorito”) y compartir (“retuitear”) el contenido político más destructivo. Estos patrones no son ajenos a la polarización, sino que la alimentan, ya que los mensajes más exitosos son aquellos contra los grupos oponentes, los negativos o los que apelan a emociones desfavorables. “Los políticos pueden aumentar sus posibilidades en elecciones muy disputadas al llegar a partidarios de ideas afines y motivarlos a actuar”, concluyen.
Torres coincide en que los contenidos con más capacidad de propagación son negativos, apelan a sentimientos de venganza y rencor y ridiculizan al adversario. “Eso afecta a la comunicación de los partidos y de los actores políticos y lo vemos hasta en escenarios más propicios para la formalidad, como el Congreso de los Diputados o en los debates televisados”, añade.
En ese caldo de cultivo se gestó la viralización de la desinformación, contra las que algunas plataformas han intentado poner coto con medidas de mediación. Sin embargo, un trabajo difundido el pasado octubre por Global Witness y el grupo Ciberseguridad para la Democracia, de la Escuela de Ingeniería Tandon (Estados Unidos), considera que “TikTok aprobó el 90% de los anuncios con desinformación electoral engañosa y falsa y Facebook permitió un número significativo de publicidad igualmente inexacta y falsa”.
YouTube, según la investigación, sí eliminó estas informaciones. Sin embargo, la política de la plataforma empieza a cambiar, según ha anunciado esta en su blog: “Instituimos una disposición de nuestra política de desinformación electoral centrada en la integridad de las pasadas elecciones presidenciales de los Estados Unidos, en diciembre de 2020. Dos años, decenas de miles de eliminaciones de vídeos y un ciclo electoral después, es hora de reevaluar los efectos de esta política en el panorama cambiante de hoy. En el entorno actual, encontramos que, si bien la eliminación de este contenido frena cierta información errónea, también podría tener el efecto no deseado de restringir el discurso político sin reducir significativamente el riesgo de violencia u otros daños en el mundo real. Con eso en mente, y con las campañas de 2024 en marcha, dejaremos de eliminar el contenido que promueva afirmaciones falsas de que ocurrieron fraudes, errores o fallos generalizados en las elecciones presidenciales de 2020 y otras elecciones presidenciales pasadas de los Estados Unidos”.
Durante años, hemos visto procesos democráticos clave socavados por la desinformación, las mentiras y el odio que se difunden en las plataformas de redes sociales.Jon Lloyd, consejero de Global Witness,
“Durante años”, según Jon Lloyd, consejero de Global Witness, se han visto “procesos democráticos clave socavados por la desinformación, las mentiras y el odio que se difunden en las plataformas de redes sociales. Las propias empresas incluso afirman reconocer el problema. Pero la investigación muestra que simplemente no están haciendo lo suficiente para detener las amenazas a la democracia que surgen en sus plataformas”.
“No han empezado a actuar de manera proactiva hasta que la magnitud del problema que generaba la difusión de contenido de falso y la desinformación adquirió dimensiones preocupantes”, explica Manuel R. Torres. “Estas plataformas”, añade, “no solo se deben limitar a regular el espacio y atender las denuncias, sino que deben tener una actitud proactiva, llevar la iniciativa y no reaccionar simplemente cuando el problema está generado”.
El catedrático de Ciencia Política cree que estas plataformas se debaten entre su modelo de negocio (búsqueda de audiencia) y la necesidad de evitar, según sus palabras, “un territorio salvaje donde todo este tipo de prácticas nefastas, que son tan perjudiciales para la democracia, puedan desarrollarse”.
Hay todo un subsuelo de desinformación que no está al alcance de la vista, sin moderadores o la verificación de los periodistas. No sabemos qué se está moviendo en ese espacio que se entiende que es privado, pero que tiene una enorme influencia para determinar el comportamiento de los ciudadanosManuel R. Torres, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide
Aunque no han sido totalmente eficaces, la moderación de contenidos consiguió que la cantidad de información falsa y extremadamente sesgada disminuyera entre 2016 y 2020, según un análisis del profesor de Ciencia Computacional Boleslaw Szymanski a partir de los mensajes difundidos por Twitter antes de que Elon Musk adquiriera la plataforma.
Sin embargo, a esta disminución de contenidos falsos en plataformas le ha seguido un auge de los mismos mensajes en aplicaciones cifradas y sin moderación, como WhatsApp o Instagram, ideadas inicialmente para la comunicación interpersonal, pero que están siendo utilizadas como redes sociales.
“Determinados perfiles que distribuyen información falsa de manera sistemática se han visto bloqueados o expulsados y han recurrido a las plataformas que se supone que son de comunicación directa entre usuarios, pero que al final tiene funcionalidades también de distribución masiva o, al menos, de llegar a mucha gente”, explica Manuel R. Torres. “Hay todo un subsuelo de desinformación que no está al alcance de la vista, sin moderadores o la verificación de los periodistas. No sabemos qué se está moviendo en ese espacio que se entiende que es privado, pero que tiene una enorme influencia para determinar el comportamiento de los ciudadanos”, concluye.
Szymanski ha detectado también la proliferación de influencers supuestamente independientes. “Surgieron de la oscuridad”, advierte el profesor, quien considera que estos, “incluso sin enviar noticias falsas y simplemente propagando hechos unilaterales seleccionados, pueden crear un mosaico que no es real”.
En España, la Ley de Comunicación Audiovisual quiere regular la actividad de influencers, streamers, tiktokers y youtubers a través de un registro que permita su seguimiento y si cumplen la obligación de proteger a la audiencia de contenidos que inciten al odio y la violencia o el acceso a contenidos pornográficos.
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