Las 10 de… Ana Belén
Dicen que es perfecta. Muchas de estas canciones se ajustan a esa definición. Le falta componer, pero como musa nadie la ha igualado
Anota el director y escritor cinematográfico Fernando Méndez-Leite, su biógrafo audiovisual, que la vida de Ana Belén “carece de recorrido dramático” porque “es una mujer perfecta”. Y no es cierto, aunque la perfección la haya rondado a menudo. A nuestra Pilar Cuesta, madrileña de Lavapiés, se le resiste el arte de la composición musical. A cambio, ha ejercido como musa para docenas de nuestros mejores autores, más allá de su marido y más rendido admirador: Víctor Manuel. Casi seis décadas, de sus pletóricos 69 años, la contemplan sobre las tablas. Difícil escoger de entre veintitantos álbumes...
Anota el director y escritor cinematográfico Fernando Méndez-Leite, su biógrafo audiovisual, que la vida de Ana Belén “carece de recorrido dramático” porque “es una mujer perfecta”. Y no es cierto, aunque la perfección la haya rondado a menudo. A nuestra Pilar Cuesta, madrileña de Lavapiés, se le resiste el arte de la composición musical. A cambio, ha ejercido como musa para docenas de nuestros mejores autores, más allá de su marido y más rendido admirador: Víctor Manuel. Casi seis décadas, de sus pletóricos 69 años, la contemplan sobre las tablas. Difícil escoger de entre veintitantos álbumes, pero allá vamos.
Canción del oro
(De Al diablo, con amor, 1973)
La culpa fue de Gonzalo Suárez, que juntó a Víctor Manuel San José y Pilar/Ana ante la cámara para el rodaje de Morbo (1971). El amor surgió, cuentan, entre plato y plato de fabada. Dos temporadas más tarde, con los tortolillos recién casados, la pareja repite para el realizador asturiano en Al diablo, con amor, una fantasía musical con canciones escritas entre San José y el propio Suárez. Esta tabernaria Canción es el insólito primer mano a mano musical del hasta hoy inseparable dúo.
La muralla
(De La paloma de vuelo popular, 1976)
Nada de Tierra (1973) ni Calle del Oso (1975) dejó huella en la memoria, pese a que ambos repertorios llevaran íntegramente la firma de su marido. Así que Ana se desmarca con un inesperado doble álbum monográfico en torno al poeta cubano Nicolás Guillén. Y esta muralla simbólica, utopía en torno a un mundo más solidario (“Juntemos todas las manos / Los negros sus manos negras / Los blancos, son blancas manos”), se erige en su primer y más duradero talismán sonoro. Con música de Quilapayún, nada menos.
Mucho más
(De Con las manos llenas, 1980)
La fama, en el capítulo de adaptaciones de clásicos en inglés, se la lleva El hombre del piano, con la que Víctor Manuel concedió una segunda oleada de popularidad a Piano man (1973), de Billy Joel. Pero en el mismo disco también figuraba la menos célebre pero igual de hermosa Mucho más, que traducía Longer, delicadísima balada de Dan Fogelberg. Fallecido prematuramente en 2007, este cantautor country-folk de Illinois nunca llegó al gran público español. Con Joel, en cambio, Ana y Víctor repitieron en 2015 al adaptar Just the way you are, reconvertida en Quiéreme tal como soy. Bingo: se llevaron dos Grammy Latinos.
España, camisa blanca de mi esperanza
(De Géminis, 1984)
En 1981, nada más fracasar la asonada militar del 23-F, San José toma el lápiz y canta a un país de claroscuros parafraseando un verso de Blas de Otero: “España, camisa limpia de mi esperanza”. Inolvidable como himno de esperanzas e incertidumbres, contrasta con su envés, el mucho más acongojado Digo España (del LP Casi nada está en su sitio, 2018), donde Víctor repudia la crispación actual.
La puerta de Alcalá
(De Para la ternura siempre hay tiempo, 1986)
En origen, una travesura medio fumeta de Bernardo Fuster, maqueada y adecentada por su media naranja en Suburbano, Luis Mendo. La maqueta llegó in extremis a Londres, donde Víctor y Ana grababan a medias un disco doble. Lo que surgió como broma (rimar “Mírala” y “Alcalá”) acabó siete semanas en el primer puesto de ventas. Y abrió las puertas a nuevos originales de Suburbano para nuestra protagonista: A pesar de usted (1988), El chivo (1989) o la extraordinaria Arde París (1989).
Lía
(De Rosa de amor y fuego, 1989)
Un bolero de vida azarosa. José María Cano lo esbozó como encargo para el brasileño Roberto Carlos y Mecano lo barajó para el disco Aidalai, que pudo haber sido doble. Pero la compañía creyó prudente aligerar el repertorio y Lía acabó de rebote en la voz de Ana, que se eleva hasta la estratosfera. Intentarían emularla Julio Iglesias, María Dolores Pradera y el propio José María Cano, pero solo esta Lía primigenia perdura.
El fantasma del Estudio 1
(De Como una novia, 1991)
Bien entrada la noche, cuando todos se han marchado, un tierno fantasma entra en el estudio y se dedica a grabar canciones tristísimas. Increíble que esta oda encantadora al oficio musical apenas trascendiera. En sus créditos descubrimos las firmas del añorado Manolo Tena (junto al que en 1994 regrabaría Marilyn Monroe, que el autor creó en los tiempos de su grupo Alarma!!!), Antonio García de Diego y Pancho Varona, los dos escuderos de Sabina.
Contamíname
(De Mucho más que dos, 1994)
Casi nadie conocía por entonces al tinerfeño Pedro Guerra, pero Ana y Víctor lo enrolan en la comitiva de aquel abril en Gijón, donde han planeado grabar un doble elepé en vivo. Guerra ejerce de eslabón intergeneracional. Calienta motores interpretando en solitario Dibujos animados, que asombra entre el sector joven del público. Y regala a sus mentores este canto ya inmortal sobre la diversidad y el mestizaje. Cultural y vital.
Peces de ciudad
(De Peces de ciudad, 2001)
Trasteando en un hotel de Lima, el tándem Varona/Sabina acierta con una de las cúspides de su orondo historial. El primero juguetea con el ritmo de To Ramona. Dylan, qué menos. El segundo acepta el envite y sublima un universo de sueños y desengaños. Que levante la mano quien crea superar el verso “Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar”.
Rumbo al sur
(De Anatomía, 2007)
Dos firmantes mucho menos trillados en la trayectoria de Ana, el brasileño Leo Minax y el extremeño Pablo Guerrero, se confabulan para este evocador viaje en coche entre jara, olivares y tomillo. Bajo un sol que “lanza semillas de calor”, Ana musita: “Tengo mi libertad por alimento”. Como en la Ítaca de Cavafis, esa a la que cantaba Lluís Llach, una Pilar Cuesta sabia y madura comprende bien que el camino mismo importa tanto como el destino final.