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Gutinho, confesiones de un chico “intensito”

Jorge Gutiérrez despunta con un cancionero ultrasensible y una voz doliente que recuerda a James Blake

Jorge Gutiérrez Castro, cuyo nombre artístico es Gutinho, debuta con 'Hyper punkie'.
Jorge Gutiérrez Castro, cuyo nombre artístico es Gutinho, debuta con 'Hyper punkie'.Marina Gala

De niño, los estudios se le daban al madrileño Jorge Gutiérrez Castro tan solo regular. No es que anduviera escaso de megas en su materia gris, sino acaso todo lo contrario: era dueño de un mundo interior tan pletórico que adaptarse a los planes de estudio y a la disciplina propia de la vida en sociedad le suponía un esfuerzo agotador. Con el tiempo, Guti –que así es como le conoce todo el mundo– fue enderezando su expediente académico, pero cada vez tiene más claro que sus inquietudes no podían canalizarse por las vías convencionales. “Me interesan demasiadas cosas a la vez”, se sincera con una sonrisa entre tímida y nerviosa, como si el hervidero en el que siguen inmersas sus neuronas incluyera más elementos de los que pueden articularse de manera ordenada.

Un devorador de emociones. Así se siente y considera. Por eso se marchó a Londres a los 18 años a mejorar el inglés “y aprender cómo se gana uno la vida”. Por eso se ha convertido en un lector voraz de historia (“¡ahí sí que sacaba notazas!”) y de poesía, “de Bukowski a García Lorca”. Y por eso, tras estudiar audiovisuales en la Escuela de Comunicación, Imagen y Sonido; tras despuntar como fotógrafo o foguearse en agencias publicitarias, ha acabado condensando toda su curiosidad por la vida con una guitarra y un bloc de notas entre las manos. Vayan apuntándose el nombre artístico: Gutinho.

¿No habrá abarcado Guti más facetas de las que sugeriría la prudencia en sus aún radiantes 27 años? “No me importa abrazar esa idea de ser aprendiz de mucho y maestro de nada”, rebate, convencido de que la insaciabilidad no deja de ser un salvoconducto para sentirse satisfecho dentro de tu propio pellejo. Él, que fue futbolero de chavalín y apuntaba maneras como medio centro, ha encontrado en las canciones su banderín de enganche con una realidad más afable que la de los telediarios. “No me gustaba la imagen de esos futbolistas que viven en sus propias burbujas, alejados del mundo real. Pero necesito aislarme un poco de las noticias, porque me encabronan muchas de las cosas que escucho. Sobre todo, aquellas que tienen que ver con los abusos de los poderes políticos y económicos”, explica con un inesperado destello de furia en su voz pausada y suave.

Así son, de hecho, sus composiciones. Esas que escribe “de manera casi compulsiva, prácticamente todos los días, así me encuentre tristón o muy feliz”. Temas delicados, íntimos y preciosistas, como Federica, Esa carita o No pasa nada, que le han valido comparaciones con la generación del háztelo-tú-mismo o con voces tan ultrasensibles como la del británico James Blake. Su objetivo último es “vomitarlo todo” con ese mismo ardor volcánico que le dedica a cuanto habita en su cerebro. “No sé si soy ensimismado o, más bien, obsesivo”, reflexiona. “Comienzo a trabajar en algo y me vuelvo compulsivo, incapaz de parar. Me pasa también con el amor: si es recíproco, ¿por qué dosificarlo? ¡Hay que ir a muerte!”. Y su expresión se vuelve tan pasional que recapitula: “Estás ante un Piscis y, sí, soy más bien intensito. A veces me gustaría serlo un poco menos…”.

En su primer EP, ‘Hyper punkie’, encapsula su fascinación por el ‘Romancero gitano’, las dentelladas ocasionales del desamor y hasta algún devaneo con la bossa nova.

Pluridisciplinar. Torrencial. Algo caótico. Integrante de esa generación de “nuevos renacentistas” con la que cada vez más jóvenes se sienten identificados. “Igual que no me gustaba la escuela, se me despertó la pasión por la música y aprendí a tocar la guitarra mediante tutoriales de YouTube”. El factor autodidacta, siempre recurrente. “Cuando algo me produce curiosidad, necesito saberlo todo. Ipso facto”, se sonríe. Como cuando a los 13 años descubrió Can’t stop, aquel zambombazo de Red Hot Chili Peppers, e hizo bueno el título de la canción escuchándola hasta la eternidad. “Es cierto que a veces me aburro enseguida de las cosas”, admite, “y necesito aprender sobre algo radicalmente distinto. Por eso soy aficionado al cine de autor, pero me he visto todas las de Fast and furious. Y no dejo de escuchar una y otra vez el último disco de Bud Bunny, aunque la música a la que podría dedicarme por el resto de mis días es el blues…”.

Una pequeña parte de todo este universo poliédrico se retrata en Hyper punkie, el EP con el que acaba de estrenarse: un título “para jugar deliberadamente al despiste” que encapsula su fascinación por el Romancero gitano, las dentelladas ocasionales del desamor y hasta algún devaneo con la bossa nova. Empezará a presentarlo a finales de febrero, en espacios íntimos y especiales, si la puñetera pandemia lo permite.

El objetivo último, dice, es acertar con canciones atemporales, “de esas que puedes tener ganas de volver a escuchar de tanto en cuanto, como a mí me pasa con el Hotel California de los Eagles”. Eso y, ya puestos, un mínimo de holgura económica. “Porque no quiero quejarme”, articula en casi un murmullo, “pero atravesamos momentos duros y complicados para todos”. Y no digamos para la cultura y el arte joven.


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