El reto sin fin de jugar al críquet en Madrid
No hay una cancha en condiciones en la ciudad, pero cientos de jugadores de varios equipos se las ingenian para poder practicar el segundo deporte más popular del mundo
Comenzó con un pequeño anuncio en un periódico de Madrid, que invitaba a quien quisiera jugar criquet. Era el verano de 2001 y unos cuantos ingleses respondieron y se juntaron una tarde de domingo para pelotear en una cancha de asfalto en el barrio de Estrella, en el distrito de Retiro. Ahora hay tres equipos activos en la ciudad —aunque hay otros un poco más informales—, que reúnen alrededor de 150 jugadores de más de 14 nacionalidades para practicar el segundo deporte más popular del mundo. Sin embargo, 20 años más tarde, todavía no hay en la ciudad una cancha en condiciones. Aun así, los equipos madrileños se las ingenian: algunos siguen jugando con pelotas de tenis y bates de plástico en pistas de baloncesto. Mientras que el Madrid Cricket Club (MCC), el más organizado, juega en una liga contra clubes de otras ciudades, y sus partidos de local son en La Manga (Murcia).
Su actual presidente, Jon Woodward, lo refundó tras aquel domingo en 2001. “El club es el más antiguo de España. Lo empezó en los años sesenta un británico, tras conseguir algo de equipamiento de la Embajada. Pero en los noventa desapareció y quedaron solamente algunos equipos en la costa”, cuenta Woodward, que ha investigado la historia del deporte en España desde que está al frente del club. A partir de entonces, algunos jugadores comenzaron a reunirse para partidos informales de manera regular, como una manera de socializar y hablar un poco de inglés. Pero la aspiración era mayor.
El críquet se juega en una cancha ovalada, que equivale más o menos a dos campos de futbol. Se batea desde el centro, en un rectángulo con una superficie más firme, similar a un green de golf. Además, la bola es particularmente dura, por lo que también hace falta material de protección. Lo primero que hizo el recién reformado MCC fue comprar esos elementos. La siguiente misión era buscar la cancha. Entre tanto, ayudaron a lanzar la liga de la costa este, en la que participan hasta el día de hoy.
El primer lugar en Madrid que lograron que les cedieran, en 2004, fue la cancha de fútbol del colegio del British Council en Somosaguas (Pozuelo de Alarcón). Allí entrenaban y jugaban algunos amistosos, pero el espacio era demasiado pequeño para un partido oficial. En 2010 empezaron a jugar en un campo de rugby de la Universidad Rey Juan Carlos en Alcorcón y ahí llegaron a tener dos equipos enteros, hasta que, por la crisis, se cerró ese centro deportivo. Desde entonces entrenan en unas canchas de tenis en la Universidad Complutense, aunque desde que empezó la pandemia no han podido volver.
Hace unos seis años intentaron adecuar una cancha en Sonseca (Toledo). Pero las condiciones eran lamentables: un terreno baldío junto a un polideportivo, desnivelado y seco, sin césped y con piedras y hasta cristales en el campo. Tampoco había baños, ni agua, ni algún lugar con sombra. Pero al ser el único lugar que encontraban, perseveraron y jugaron una pequeña liga de Madrid. Todavía organizan partidos allí de vez en cuando contra los equipos que no están en la liga de la costa, porque no pueden pagar los viajes.
La “cancha” de Sonseca refleja la dedicación y desesperanza que tienen los “cricketers” madrileños, tras dos décadas buscando que alguien les preste atención. “No te podría decir a cuántos Ayuntamientos nos hemos acercado. No buscamos dinero, solo el espacio. Nosotros pagaríamos la instalación del rectángulo central [que se puede hacer asfaltado y cubierto de una alfombrilla especial] y el mantenimiento. Estamos dispuestos pagar el alquiler también, pero no hemos podido avanzar”, asegura Woodward.
Normalmente los descartan porque piensan que es un deporte de guiris —a pesar de que la mayoría de los jugadores son de origen indio, pakistaní o bengalí—. En otra ocasión, intentaron aprovecharse de ellos para facilitarles el espacio. “Nos pedían unos planos de la cancha —un óvalo con un rectángulo en el medio―, pero los teníamos que hacer en la firma de arquitectos del cuñado del concejal pagando 5.000 euros. Nos negamos y no nos volvieron a contestar”, prosigue, indignado, Woodward.
Ahora tienen la esperanza puesta en poder federarse a escala nacional, como ya lo está en Cataluña, para conseguir la cancha, aunque ese también ha sido un proceso burocrático que parece eterno. “Cuando empezamos la liga, el críquet apenas era reconocido como un pasatiempo en España. En 2010 logramos que fuese considerado un deporte, y desde entonces estamos en el proceso de federación”, explica el presidente de MCC. Llevan más de 10 años cumpliendo los requisitos que les piden en el Ministerio, para que luego les pongan uno más, se queja el presidente del club madrileño. Primero eran 30 equipos registrados en el país; luego 40, en cinco comunidades autónomas diferentes; después 80 y un programa de juego infantil. La última vez les pidieron también que hubiese equipos femeninos. Lo lograron organizar y ahora están a la espera de una respuesta.
En esta ocasión hay una tímida esperanza. “Cada vez que vamos nos suben la barra, porque, entendemos, si nos federan el deporte están obligados a invertir dinero en él. Pero ya hemos cumplido todos los requisitos, no nos pueden pedir más”, explica Woodward. En Cataluña, por ejemplo, un equipo de mujeres ha logrado pasar la iniciativa para reformar un campo de futbol municipal y convertirlo en uno de críquet; sería el cuarto de la zona para atender a los 400 jugadores que hay allí. “Hay bastantes ventajas en estar federados”, explica el presidente del club. “No solamente dinero. Principalmente, para nosotros, nos daría la credibilidad para que algún Ayuntamiento nos ayude, porque ahora nadie sabe qué es el críquet”.
Un club, no un equipo
El Madrid Cricket Club se considera a sí mismo un club deportivo a la vieja usanza. Un ente social que organiza eventos paralelos, se involucra en la comunidad y hace acciones benéficas también. Por un lado, imparten talleres de cricket en colegios de la Comunidad para introducir el deporte en las nuevas generaciones; por otro, celebran noches de dardos y de billar para socializar y recaudar fondos para un campo de refugiados en Serbia. Desde hace varios años viajan al país balcánico para entregar las donaciones en persona y también hacen talleres de cricket con los refugiados sirios.
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