OPINIÓN

‘This is a column’

La intervención de Toni Cantó es necesaria: en Madrid ya no se abre una panadería, se abre una ‘bakery’

Toni Cantó, en un acto de la Oficina del Español, el pasado septiembre.Samuel Sánchez

Andábamos buscando una ocupación para Toni Cantó en su hercúlea misión de promocionar el español en la única capital de Europa donde se habla español, y desde aquí, con toda la modestia y con todo el afán constructivo, nos permitimos elevar una sugerencia que tal vez a algunos les suene inoportuna, pero que no deja de tener su importancia: si Cantó conserva todavía algún hueco en esa agenda suya ...

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Andábamos buscando una ocupación para Toni Cantó en su hercúlea misión de promocionar el español en la única capital de Europa donde se habla español, y desde aquí, con toda la modestia y con todo el afán constructivo, nos permitimos elevar una sugerencia que tal vez a algunos les suene inoportuna, pero que no deja de tener su importancia: si Cantó conserva todavía algún hueco en esa agenda suya que se presume tan apretada, no estaría de más una intervención en defensa de las panaderías.

¿Qué tiene que ver el pan con la promoción del español? Mucho más de lo que parece en el caso de nuestra capital. No es que aquí falten dispensadores del alimento básico, cualquiera tiene varios a pocos centenares de metros de casa. Lo que ocurre es que se ha puesto en riesgo de desaparición la tan española palabra panadería. Las evidencias empíricas se acumulan desde hace tiempo. En Madrid ya no se abre una panadería, se abre una bakery.

Las razones me resultan del todo insondables. Es cierto que Madrid se ha convertido en una ciudad gozosamente multicultural y multilingüística. Un pequeño paseo por el centro te sirve para oír no sé cuántas lenguas, algunas incluso difíciles de identificar. Lo de las bakery, por tanto, podría ser un gesto hospitalario para con nuestros visitantes y residentes internacionales. El argumento no me acaba de convencer porque lo lógico es que entre el pequeño vocabulario de emergencia que uno recolecta cuando acude a un país con una lengua que no conoce figure una palabra tan básica como pan. Y, además, al viajar al extranjero es habitual que se busque en primer lugar lo autóctono, y en París, por ejemplo, prefiramos el aroma local de una boulangerie a la impersonal universalidad de una bakery.

El uso de una palabra de otro idioma en el rótulo de un establecimiento puede funcionar como reclamo si lo que allí se ofrecen son productos del país donde se habla esa lengua. Que un restaurante italiano pregone su cucina es tan comprensible como que los locales de comida española en el extranjero introduzcan en su denominación el inevitable término tapas. Pero eso aún hace más hondo el misterio que supone para mí la proliferación de bakery en Madrid. Tal vez es que me flaquee la memoria y que yo sea gallego —los gallegos adolecemos de cierto supremacismo gastronómico— pero, por mucho que rebusco en mis recuerdos alimenticios de tierras anglosajonas, no encuentro nada que se asemeje a lo que en mi pueblo llamamos pan.

Desgranadas y descartadas todas esas razones, solo me queda concluir que la invasión de las bakery en la ciudad es algo parecido a lo de ese antiguo gurú de La Moncloa caído en desgracia que en una reciente entrevista televisiva completaba sus frases con la locución “in my opinion”. Seguramente él se sentía muy cosmopolita hablando así. A los que somos de pueblo nos suena más a cosmopaletismo.

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