La fragilidad del caos en un cuerpo libre y desnudo
Las cartas entre tres mujeres durante el confinamiento construyen un diálogo metafórico sobre la distancia y el espacio en ‘El diablo en la playa’
Un silencio sepulcral inunda la oscura sala del teatro de La Abadía. Claudia Faci y Celeste González pisan con fuerza el escenario con sus tacones. “Yo, haciendo de Claudia y Pina. Cualquier cosa con tal de no ser yo”, anuncia Celeste, ataviada con un vestido rojo. La correspondencia entre las actrices y la directora Ana Vallés durante el confinamiento han supuesto la materia prima para la elaboración de El diablo en la playa, una obra en la que las protagonistas se desnudan física y emocionalmente. Se trata de la primera parte de La Trilogía de la Fragilidad, que se ha estrenado en la sala madrileña.
La función, que no tiene un hilo narrativo, transcurre a través de la conversación entre Claudia y Celeste, ángel y demonio. El íntimo diálogo sobre la fragilidad y el caos penetra en sus cuerpos, que se mueven instintivamente. Las dos atraviesan diferentes estados de ánimo. Hay momentos irreverentes, tiernos, pasionales y dolorosos. “Como me gustaría desaparecer para ser visible”, confiesa Celeste a los espectadores.
Fuera de escena, la mujer trans de 59 años lamenta el retroceso social: “Hemos ido a peor en cuanto a discursos de odio, a tener que pedir permiso para existir y a que se nos cuestione continuamente. Es muy jodido”. La canaria empezó a hormonarse hace ocho años. Ahora, frente al público, se define como una persona ávida, vibrante e insaciable.
Durante la conversación, las artistas coinciden en su anhelo por alcanzar el nirvana. La química entre ellas sobre el escenario es evidente. Ambas comparten un pasado común: su formación en danza clásica durante su juventud. Sin embargo, transmiten energías dispares en escena.
Claudia, con el pelo enmarañado, bailó en el ballet de Boston. “Aislamiento y soledad eran el nuevo decorado de su vida”, cuenta la narradora, que la compara con una campana de cristal. Un foco la ilumina. La sombra de su delgado cuerpo se proyecta en la pared y crea un efecto visual propio de la ficción.
Faci cuenta que las cartas entre ellas giraban alrededor de la fantasía que Vallés tenía de ella. Su papel sobre el escenario nace de la figura, imagen y persona que la directora creó en su imaginación bajo su nombre. “Yo me reconocía y me extrañaba a la vez. Eran fantasías que yo jamás había tenido conmigo misma”, admite. Las reflexiones en su correspondencia son el reflejo de estímulos y lenguajes que se plasman en un espectáculo tan sensorial como desconcertante.
Las tres tejieron las escenas que componen la función teatral, que también ahonda en el concepto de la distancia. “Si me acerco demasiado, dejo de ver los detalles. Es difícil encontrar la distancia justa”, se cuestiona Claudia.
El origen de todas las preguntas es el caos. A sus 62 años, la directora se inspiró en la teoría del filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995). Él defendía que la filosofía, la ciencia y el arte tienen en común la lucha contra el caos. “El arte abre grietas en el paraguas protector de la ciencia y la filosofía, que protege al hombre del caos, para dejar paso a la luz y lo desconocido”, explica la dramaturga.
“La mente occidental tiene la obsesión de tener todo controlado, darle nombre a las cosas y tener los conceptos muy claros”, declara Vallés. Pero, la gallega insiste en que es necesario acabar con el encasillamiento que se construye a partir de esa manera lógica de pensar. Esta idea se manifiesta tanto en las líneas del guion como en la escenografía.
El espacio, decorado tan solo con una alfombra blanca y dos sillones, refleja el alma de los personajes: “El cineasta Roy Andersson habla de que el plano general, el espacio que rodea a una persona, dice más de ella que su propio rostro”. La playa se presenta como una metáfora del espacio, un lugar entre la tierra y el mar en el que no se dejan huellas y se pierde el sustento del suelo.
Los cuerpos de las protagonistas se levantan de la superficie y saltan libres por el escenario. Las dos bailan y cantan a la velocidad de los cambios de luces y al ritmo de una canción de rock. Las protagonistas se sientan en la mesa de cristal y continúan su profunda conversación. “¿Acaso somos más que un personaje?”, concluye Claudia.
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