La discapacidad se hace fuerte en las redes sociales
El colectivo encuentra en estas plataformas un altavoz para reivindicar sus derechos, dar rienda suelta a su personalidad y empujar a las administraciones a que eliminen las barreras que impiden su completo desarrollo
Nacho Santías lleva siempre la sonrisa puesta. Es el portavoz de la Fundación Cadete, entidad que ayuda a costear los tratamientos a jóvenes y niños con discapacidad. Está estudiando un ciclo de Administración en la Universidad y desde su cuenta personal de Instagram comparte reflexiones. “Soy muy reivindicativo. Hace 40 años éramos monjes tibetanos. Te metían en tu casa y de ahí no salías. Hemos avanzado”, afirma con humor en una sala del ...
Nacho Santías lleva siempre la sonrisa puesta. Es el portavoz de la Fundación Cadete, entidad que ayuda a costear los tratamientos a jóvenes y niños con discapacidad. Está estudiando un ciclo de Administración en la Universidad y desde su cuenta personal de Instagram comparte reflexiones. “Soy muy reivindicativo. Hace 40 años éramos monjes tibetanos. Te metían en tu casa y de ahí no salías. Hemos avanzado”, afirma con humor en una sala del Centro Conmigo de Aravaca (Madrid), donde ha sido tratado desde pequeño de su parálisis cerebral. El discurso que hizo en un vídeo contra la reforma de los colegios especiales de la ley Celaá en 2020 consiguió cinco millones de reproducciones.
“Lo que muestro en mis redes es que una limitación o una circunstancia diferente no te impide ser feliz. Intento desde la alegría y desde el respeto buscarle la cara amable a las cosas. Creo que ese ha sido el truco”, explica Santías, de 22 años, sobre cómo ha alcanzado casi 12.000 seguidores. Como él, muchas otras personas con discapacidad han descubierto en las redes sociales un altavoz para reivindicar sus derechos, dar rienda suelta a su personalidad y empujar a las administraciones a que eliminen las barreras que impiden su completo desarrollo.
“Lo importante es que la gente se entere de que las personas con discapacidad estamos en la sociedad. ¿Cuántas veces nos hemos parado, de verdad, a observarlas?”, se pregunta Santías durante una mañana de mayo. Su madre, María Palacios, presidenta de la fundación, deja este apunte sobre las redes sociales: “A una persona con discapacidad le llega un mensaje negativo como que los discapacitados no deberían existir y la trituras. Por supuesto que les afecta siete veces más que a ti, son más vulnerables. Nacho no le da ninguna importancia y gracias a Dios le llegan pocos”. A lo que él le responde divertido que es imposible caer bien a todo el mundo.
Para Álvaro Galán, del Colegio de Psicólogos de Madrid, las redes sociales han permitido a las personas con discapacidad señalar cómo quieren ser percibidas por la sociedad. “Tenemos gente con autismo o con lesión cerebral que no necesitan portavoces ni interlocutores válidos, que desarrollan ellos mismos su valor de marca. En ese sentido, debemos verlo como muy positivo”, declara. Además, invita a realizar una búsqueda en las plataformas para encontrar perfiles con un gran activismo.
A la hora de hablar sobre los peligros que acechan en las redes sociales, Galán lo tiene claro: “Esa mirada protectora hacia el colectivo no deja de ser un estigma y un prejuicio muy alejado de la realidad. Mientras la sociedad no haga un compromiso claro con la eliminación de todo tipo de barreras, seguirá prevaleciendo el viejo constructo de que una persona con discapacidad no puede hacerlo”. Y añade que lo que les condena es el entorno: “Si hubiera más rampas y ascensores no tendrían esa limitación para participar en igualdad de condiciones en cualquier ámbito de la vida comunitaria”.
Mario Becerra es un chico gallego con espina bífida. Confiesa estar nervioso ante la avalancha de entrevistas que se le han venido encima tras colgar en abril un vídeo en sus redes sociales en el que se arrastra por las escaleras hasta llegar al segundo piso de su casa de Ferrol. Pero siente la responsabilidad de denunciar que la adaptación de los espacios públicos sigue siendo una asignatura pendiente en España.
Su historia viene de mucho antes. Desde los 3 hasta los 12 años vivió con su abuelo y, escalón a escalón, con todo el peso del cuerpo sobre sus brazos, como hace ahora, alcanzaba la cima, una cuarta planta. La comunidad de vecinos no quiso instalar un ascensor. “Ahí es donde entra la empatía. Con tal de no soltar dinero… y eso que me conocían de toda la vida. Ahora me he enterado de que sí que lo van a poner”, expone Becerra, que se lo toma con filosofía y bromea con que, de lo fuerte que está, la chupa de cuero que lleva en la videollamada le aprieta. Está acostumbrado a los obstáculos. Los sortea. Como los muchísimos comentarios que ha recibido preguntándole que por qué no se muda. “Es nuestro piso familiar, de momento es lo que podemos tener”, aclara.
Si quiere ir a Cantabria, trayecto que Becerra realiza con regularidad, tiene que esperar una semana hasta la confirmación de la empresa de transportes. “Para los discapacitados viajar es un privilegio, cuando debería ser un derecho”. No es fácil organizarse, indica, cuando desconoce si al final podrá subirse o no al tren. Por eso ha creado una petición en change.org para reclamar la ampliación de rutas, horarios y una mayor adaptación de los trenes para las personas con movilidad reducida. Con 25.000 seguidores en TikTok, esta plataforma ha ayudado a este chico de 29 años a hacer amigos y a aprender más sobre su condición.
Otros testimonios que se ven en redes son el de Celia Cruz y Jose Manuel Pajares, una pareja de 24 y 26 años, respectivamente. Se conocieron en el centro al que acuden para personas con síndrome de Down. Jose le escribió una carta a Celia para decirle que la quería y ella le contestó que también. Así surgió un amor que dura ya ocho años. Ambos residen en un piso compartido en Úbeda (Jaén), junto a un mediador.
Durante los fines de semana ensayan los bailes que después publican. Ahora tienen 235.000 seguidores. “Ha sido una sorpresa. Y queremos seguir trabajando y rompiendo barreras porque nosotros somos iguales”, exponen por videollamada. A Celia le encanta la moda y lleva siete años como dependienta en la tienda de ropa Bershka. “Hago de todo, desde la caja, los probadores, atender al público”, relata entusiasmada. A pesar de que la mayoría de comentarios que reciben son positivos, siempre hay alguien que les quiere aguar la fiesta. “Les damos envidia”, zanja Jose.
Desde la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (COCEMFE), Marta Valencia, secretaria de organización, opina que las redes sociales son una ventana al exterior, pero que las cuentas más populares recaen en personas con discapacidades no tan severas. “Visibilizar es importante, pero es un poco peligroso. Sobre todo por no generar falsas expectativas. Yo estoy en contra del ‘quien quiere, puede”, esgrime. Otro problema que ve es el anonimato en las redes, porque puede haber alguien detrás que intente abusar. “La violencia digital en las personas con discapacidad es más aguda, especialmente en las mujeres”, advierte.
Lucía Machota vive en un pueblo al sur de Ávila. Su hijo Romeo nació ciego y decidió narrar su día a día en Instagram. Ya tienen una comunidad de más de 150.000 seguidores. Hace un año se volvió viral un vídeo en el que Romeo pedía que las latas de conservas estuvieran en braille para que él pudiera leerlas. El eco de sus palabras resonó en muchas conciencias. A Lucía Machota la contactaron desde restaurantes que querían poner su carta en braille y conserveras hasta comunidades de vecinos para adaptar los números del ascensor. “Incluso el Ministerio de Consumo. Me dijeron que habían sentido mucho el vídeo y que sacarían una nueva ley en el BOE, aunque todavía no se ha avanzado lo suficiente”, lamenta.
El contenido en redes sociales está consentido por Romeo, de cinco años, que quiere ser el protagonista de su historia. Todo el mundo le conoce en el pueblo y él se desenvuelve perfectamente. Sabe dónde está la farmacia, distingue por el olor cuando pasa al lado de la panadería, pero se sorprende en sus viajes a Madrid para acudir al hospital o a la terapia de la ONCE. “¡Aquí no hay pájaros!”, exclama. “Los hay, pero hay mucho ruido y no los escuchas”, le contesta su madre con cariño. “A veces pienso que tiene mucha exposición para ser tan pequeño, pero está tan participativo… y se nos han abierto muchas puertas. Continuaremos hasta que Romeo quiera. Si lo pongo en la balanza, estamos haciendo más bien que mal”, concluye Machota.
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