¿Por qué el público ha dado la espalda a Katy Perry? Crónica de la gran caída en desgracia del pop actual
La artista que arrasó hace 15 años en un mundo mucho más despreocupado y optimista ya no encaja en los parámetros actuales de letras confesionales, búsqueda de la autenticidad y reivindicación de causas sociales, pero está dispuesta a intentarlo una vez más
“Katy Perry es criticada por agradecerle a Elon Musk que le regale un cibercamión” habría sido un titular incomprensible hace una década. Y no solo por las palabras “Elon Musk” y “cibercamión”, sino porque a principios de los 2010 Perry era la única estrella del pop que le gustaba a todo el mundo y parecía invulnerable a las (escasas) críticas que recibía. Hoy, en cambio, sus intentos de volver a la cima son recibidos con sorna y desdén por un público que ha decidido que Katy Perry ya no mola y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Y eso que ella lo intenta. Perry no es la primera estrella del pop en pasar de moda, pero pocas lo han hecho de manera tan abrupta y desproporcionada. ¿Por qué el público le ha dado la espalda?
Hace una década, todo lo que hacía Katy Perry batía récords: consiguió cinco números 1 con un solo álbum (California Gurls, Teenage Dream, Firework, E. T. y Last Friday Night), un hito solo logrado por Michael Jackson en 1987 con Bad; protagonizó la actuación en la Super Bowl más vista de la historia; y fue la primera persona en alcanzar los 100 millones de seguidores en Twitter. La radio la adoraba mientras Firework, I Kissed A Girl y Roar se convertían en clásicos instantáneos de las bodas. Max Martin es el productor con más números 1 en las listas norteamericanas. Un tercio de ellos son de Katy Perry.
Ella puso banda sonora a un periodo social de optimismo: Barack Obama estaba en la Casa Blanca, la crisis económica todavía no se notaba en la calle y el público abrazó su universo de piruletas. “Ella era una estrella del pop perfecta”, afirma el crítico musical de The Atlantic Spencer Kornhaber, que acaba de publicar el ensayo On Divas. “Entendía que el pop consiste, en esencia, en dejarse llevar por un subidón absurdo y a la vez regodearse en esa absurdez. No caía en el incordio de las complejidades humanas. Con Katy nunca había tensión alguna”.
Perry supo conectar con la sensibilidad millennial. Primero, porque fue pionera en fetichizar la nostalgia pop, como en el videoclip de Last Friday Night en el que juntaba a Corey Feldman, Kenny G y Hanson. Y luego por su actitud autoconsciente. Ella era la broma y también gastaba la broma. Era sexy y a la vez parodiaba el erotismo (como cuando se puso un sujetador cuyos pezones lanzaban nata, mientras el sujetador de Lady Gaga lanzaba chispas), era una animadora que se reía de las animadoras, una triunfadora que se comportaba como una perdedora empedernida, una belleza canónica y una caricatura de la pin up, abrazaba los clichés de la femineidad pero aseguraba “no ser como las demás chicas” (de hecho, su primer disco se titulaba “Uno de los chicos”): bebía cerveza, eructaba y se reía de los chistes verdes de los tíos. En su primer single UR So Gay (eres tan gay) se quejaba de que su novio parecía afeminado. En su éxito California Gurls cantaba sobre cómo “los chicos se vuelven locos intentando mirar debajo de nuestra falda”. Katy Perry perfeccionó la maquinaria del pop como evasión absoluta: si Mariah Carey personifica la Navidad en la cultura popular, Perry representaba el verano. Era como si permanentemente estuviera de vacaciones. En el universo de Katy Perry, nada era demasiado importante. Nada era serio.
Su música se benefició de iTunes, porque el público compraba sus singles de manera impulsiva mediante un click (es la única persona con tres canciones que superan los seis millones de descargas y la única mujer con más de 15 millones de un solo tema, Roar). Pero tras tomarse un descanso de cuatro años, lanzó Witness en un mundo completamente distinto al que la había visto nacer como estrella. “Katy quería serlo todo para todo el mundo, pero el streaming impulsa a los artistas de nicho”, analiza Kornhaber. La venta digital y la radio ya no designaban qué canciones eran populares. Empezaban a mandar las plataformas de streaming, lo cual modificó el consumo de música: ahora las canciones se escuchan como sonido de fondo. Eso impulsó el éxito de artistas como Ed Sheeran, Post Malone, The Weeknd o Drake. El algoritmo beneficia a las canciones poco invasivas, cantadas con susurros y con producción lineal, y perjudica a los himnos bombásticos, cantados a pleno pulmón y con sonidos explosivos especialidad de Katy Perry. Un ejemplo práctico: las dos canciones más escuchadas en el mundo ahora mismo son Please Please Please y Espresso, ambas de Sabrina Carpenter. Su tono frívolo y actitud cómica recuerdan a Katy Perry, pero Carpenter las canta susurradas.
Para adaptarse a este nuevo paisaje musical lanzó Witness, un disco que ella misma describió como “pop con propósito”. Perry apoyó públicamente a Hillary Clinton durante la campaña presidencial de 2016, subió al escenario con ella en varios mítines y hasta actuó en algunos de ellos. La victoria de Trump la llevó a cuestionarse la función de la música pop en la sociedad y de ahí salió Chained To The Rythm, una crítica a esa evasión compulsiva a la que (tal y como señalaron muchos críticos) ella misma había contribuido. “Cuando debuté en la música el estado de ánimo en la sociedad era diferente”, reconocía la cantante en Rolling Stone. “Estábamos embriagados con la vida. No sufríamos como ahora. No estábamos divididos. Siento que ahora no puedo sacar un disco escapista”.
De la noche a la mañana, Katy Perry pasó de bailar con tiburones de peluche a actuar con dos esqueletos gigantes vestidos como Donald Trump y Theresa May. Cambió su bio de Twitter a “Artista. Activista. Consciente”. “Me siento muy empoderada”, declaró en un perfil de The New York Times titulado “Katy Perry ha despertado y quiere que lo sepas”.
Para celebrar el lanzamiento del disco, Perry se encerró en una casa con 41 cámaras que retransmitirían todos sus movimientos en directo durante 96 horas. Mientras sonaba su nuevo disco sin cesar, la cantante hacía yoga con el actor Jesse Tyler Ferguson, practicaba meditación con el gurú Bob Roth, cocinaba con el chef Gordon Ramsay, asistía a recitales de poesía, conversaba con activistas racializados que le ayudaban a entender cómo se había apropiado de culturas ajenas en el pasado (en una ocasión actuó vestida de Geisha, en otra se puso una peluca de trencitas) y reunía a varias “personas con discurso” en una cena con la intención de “provocar conversaciones”. Entre las asistentes estaban Caitlyn Jenner, Anna Kendrick, Dita Von Teese o Sia. Cenaron tostadas de aguacate y ensalada de kale. El proyecto, llamado Witness World Wide, estaba patrocinado por la empresa de cosméticos CoverGirl.
“Todo resulta demasiado premeditado”, criticó Amanda Petrusich en The New Yorker. “Cuando estas conversaciones están tan claramente orquestadas para promocionar un disco no quedan tanto como una epifanía o un acto de altruismo sino como un cinismo calculado”. “Ser testigo de la lucha de Katy Perry por ser relevante está siendo doroloso”, escribió Chris DeVille en Stereogum. “Está equivocándose de manera tan pública que se ha convertido en objeto de fascinación mórbida”, valoró Lindsay Zoladz en The Ringer. Las polémicas empezaron a afectarle como nunca antes: su rivalidad con Taylor Swift fue considerada “poco feminista”, un chiste a costa de Britney Spears (“estoy cuidando mi salud mental, todavía no me he rapado la cabeza”) generó acusaciones de insensibilidad y el hecho de colaborar con un grupo abiertamente LGTBfóbico como Migos llevó a muchos a cuestionar su compromiso con el colectivo. Nadie hablaba de las canciones. Todos hablaban de lo poco que les gustaba su pelo corto rubio platino.
Witness fue el primer disco de Perry sin la producción de Dr. Luke (acusado de abuso sexual por la cantante Kesha en 2014) y el primero sin grandes éxitos o, al menos, sin las cifras gigantescas de sus éxitos anteriores. Dr. Luke estuvo detrás de los nueve números 1 que Katy Perry consiguió en cinco años. Desde que dejó de colaborar con él hace una década, solo ha conseguido cuatro top 50. Ella misma ha reconocido que estaba obsesionada con las listas de éxitos y que el fracaso de Witness la llevó a una depresión: “Dependía tanto de la validación del público que cuando el público no reaccionó como yo esperaba se me rompió el corazón”.
Sus recientes tentativas de regresar por todo lo alto con el single Women’s World, de momento, han despertado cachondeo en redes sociales. Cuando apareció en un desfile de Balenciaga con unas medias rotas, un abrigo de piel sintética sin nada debajo y una coleta alta engominada (un look que sería celebrado si lo llevase Charli xcx), un tuitero opinó: “Es como si su única dirección creativa fuese ‘alimenta a los gays’, pero no tienen la receta”. Cuando publicó la imagen promocional del single con una estética ciber dosmilera, otro tuitero escribió: “Esta nueva tendencia de estrellas del pop fracasadas intentando servir coño manufacturado para atraer al mínimo común denominador de los gays”. Ambos tuits tienen más de tres millones de visualizaciones. Katy Perry ha pasado de gastar la broma a solo ser la broma.
El consenso parece ser que Katy Perry lo está intentando demasiado fuerte. En un momento en el que las estrellas del pop se muestran pasotas y apáticas, una estrella tan calculada y perfeccionista como Perry parece una reliquia de un pasado que ya no existe. Billie Eilish, Lorde, Charli xcx, Troye Sivan, Ariana Grande, Sabrina Carpenter, Beyoncé o Taylor Swift triunfan gracias a algo tan intangible e innegable como la autenticidad. Y eso es justo lo que parece faltarle a Katy Perry. “No hay una ciencia para ser estrella del pop”, opina Spencer Kornhaber. “Katy Perry y Charli xcx se visten igual y hacen las mismas bromas, pero lo que juzga el público es si le funciona o no le funciona”. Kornhaber considera que a Perry la estética underground le queda como un disfraz. “Las estrellas de pop masivas siempre ha cogido cosas de los márgenes y acaban neutralizándolas. Antes no nos enterábamos. Ahora sí. Si intentas forzar el camp o el underground cool fracasas en el objetivo”.
En un momento en el que se llevan las estrellas del pop que van de perdedoras, Perry no encaja porque ella siempre tuvo cierto aura de privilegiada y ganadora. Incluso aunque, paradójicamente, lleve siete años perdiendo. “Ella una energía de alfa, es puro mainstream. Y ahora mismo eso es difícil de vender en el pop. A Katy, además, no le sale el rollo confesional. Primero, porque no escribe sus letras. Segundo, porque nadie entiende cuáles son sus problemas exactamente”, dice Kornhaber. Katy Perry era un producto tan de su tiempo que arrasó más que nadie pero quedó obsoleta enseguida. Hoy su actitud de enrollarse con otra chica para la mirada masculina se llama queerbating y meterse en una olla gigante mientras un grupo de hombres negros la cocina... bueno, eso ya resultó cuestionable en 2017. La broma, sencillamente, dejó de hacer gracia.
“Los millennials ya no lideran la cultura como hace diez años”, apunta Kornhaber. “Y Katy Perry es una de las artistas más millennial que existen: lo intentaba muy fuerte, era autoconsciente, sabía venderse, cuidaba mucho su imagen, aparecía siempre impoluta, se le daba bien la marca personal y tenía ideas vagamente progresistas pero en el fondo era institucionalista. Trabajaba muy dentro del sistema. La gente joven ya no se cree lo de que todo irá bien si operas dentro del sistema. Entre la juventud post-Covid se lleva un nihilismo super irónico e incluso radical. Y no hay nada menos nihilista que Katy Perry. Ella está robando la estética underground kitsch, el rollo berlinés, antiinstitucional, antimillennial. Pero no le va a funcionar. Ahora se lleva mucho que parezca que todo te da igual y Katy sencillamente no es esa persona. No puede disimular. Siempre se va a notar cuánto se esfuerza en lo que hace”.
Toda esta corriente adversa quedará anulada si Perry consigue un éxito incontestable. Para asegurárselo, ha vuelto a contar con Dr. Luke en su nuevo disco. Las redes sociales ya han mostrado su rechazo, pero hay millones de personas que o no conocen las acusaciones contra el productor o les dan igual. Una masa que no entra en X ni en TikTok para la cual la música es solo música y no hay que politizarlo todo. Y, al fin y al cabo, ese siempre ha sido el público de Katy Perry.
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