“¡Asesinos! ¡Esclavistas!”: cuando una estrella del jazz fue cortina de humo para un genocidio
El documental ‘Banda sonora para un golpe de Estado’, nominado al Oscar, reconstruye el asesinato del congoleño Patrice Lumumba a través del uso que la CIA hizo de la música y cómo usó de topo a Louis Armstrong en un conflicto sangriento que todavía no ha terminado
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El 17 de enero de 1961, el derrocado primer ministro congoleño Patrice Lumumba, líder panafricanista, fue asesinado por el gobierno títere de Joseph Mobutu tras un golpe de Estado orquestado por la CIA y Bélgica. En el anterior mes de septiembre, Lumumba había sido ilegalmente destituido. Y en octubre, Louis Armstrong actuó en el Congo. Aunque algunos –a riesgo de parecer conspiranoicos– la habían intuido, no se había probado la conexión entre estos sucesos hasta que en 2021 la historiadora Susan Williams hizo público un descubrimiento que abordaría más tarde en su libro White Malice: The CIA And The Covert Recolonization Of Africa (2023, Malicia blanca: La CIA y la recolonización encubierta de África, inédito en España): Armstrong, sin saberlo, fue usado como topo por la CIA, según documentos hallados por la investigadora en los archivos de las Naciones Unidas. Los conciertos programados del trompetista y cantante permitieron a una delegación de EE UU acceder a la región de Katanga, rica en uranio, cobalto, cobre y diamantes, que se encontraba en pleno proceso de secesión del Congo con el apoyo del gobierno belga.
Según un miembro de su banda, Armstrong apoyaba a Lumumba y durante aquella gira afeó la fijación por el dinero del secesionista presidente de Katanga, que le respondió pidiendo que se mantuviera “ajeno a la política”. Otro historiador, Karl Evanzz, afirmó que la leyenda del jazz amenazó con renunciar a la nacionalidad estadounidense e instalarse en Ghana, al sentirse una cortina de humo. Armstrong no fue el único peón en estas agresivas tácticas de Guerra Fría enmascaradas de misión cultural: en 1956, Dizzy Gillespie fue enviado a Siria mientras se desarrollaba la anticomunista operación Straggle, mientras que en 1961 Nina Simone actuó en Nigeria de la mano de la Sociedad Estadounidense para la Cultura Africana, inconsciente de que se trataba de otra tapadera de la CIA.
En la película Banda sonora para un golpe de Estado, que llega este viernes 28 de febrero a España de la mano de Filmin y el domingo puede ganar el Oscar al mejor documental, el director belga Johan Grimonprez une los puntos para reconstruir la historia del asesinato de Lumumba a través del jazz. El crimen, al fin y al cabo, tuvo a su manera una coda relacionada con el género. Días después del asesinato, el 1 de febrero de 1961, la cantante Abbey Lincoln y otras mujeres del grupo de escritores afroamericanos de Harlem, como Rosa Guy o Maya Angelou, irrumpieron durante la celebración del Consejo de Seguridad de la ONU. “¡Asesinos! ¡Esclavistas! ¡Hijos de puta del Ku Klux Klan!”, se les oye bramar a las manifestantes, que entraron a las instalaciones con sesenta pases facilitados por Cuba. El álbum We Insist! Freedom Now (1960), del percusionista Max Roach y con voz de Lincoln, sirve de hilo conductor a la película. La obra maestra del avant-garde jazz, un canto por el africanismo y los derechos civiles de la población negra, contó con presentación íntegra en 1964 en la televisión belga, de donde Grimonprez obtuvo las imágenes.
“Mientras veíamos ese concierto de jazz en la televisión de Bélgica, un genocidio estaba ocurriendo en el Congo. Esa es una de las capas de la película”, señala a ICON el cineasta por videoconferencia. Grimonprez cuenta que creció con la televisión de los sesenta y llegó a esta historia a través de su fascinación por el conocido como “incidente del zapato” de Nikita Jrushchov, cuando el entonces líder de la URSS usó su calzado para golpear con furia el estrado durante una intervención. No hay siquiera fotos de archivo (aunque circulara una imagen manipulada en la que se añadió un zapato a su mano, mientras hacía un aspaviento durante un discurso), pero Banda sonora para un golpe de Estado contiene una grabación inédita de Jrushchov comentando y admitiendo el incidente, como parte de unas memorias rescatadas, revela Grimonprez, por su hijo Serguéi. “Nunca había sabido que [el golpeo] tenía que ver con mi país”, dice el director, por la resolución contra el colonialismo que la ONU debatía en ese momento, impulsada por los soviéticos.
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Jrushchov no sentía ninguna simpatía hacia el jazz. “No es música, sino una cacofonía. Cuando escucho jazz, es como si tuviera gases en el estómago”, se le cita al principio de la película. Grimonprez comprende esa animadversión por parte de la cabeza de la URSS: “Para Jrushchov era bastante obvio que había una estrategia diplomática [en el jazz]. Lumumba fue derrocado la primera semana de septiembre y fue el gran ausente de la XV Asamblea General de la ONU. Un mes después, vio cómo Louis Armstrong era enviado como instrumento de propaganda”. El dirigente, en aquellas sesiones, también fue víctima de una traducción errónea: cuando, al final de un discurso donde proclamó “¡Muerte a la esclavitud colonial! ¡Enterrémosla muy profundo!”, se dijo que estaba amenazando con enterrar a Estados Unidos.
Al documentalista le interesaba la perspectiva de Jrushchov en tanto villano “demonizado”. “Es interesante contar la historia desde el otro lado. Jrushchov es como el payaso del burlesque que puede romper la máscara de la hipocresía”, reflexiona Grimonprez sobre la gestualidad explosiva y el histrionismo del ruso. Vídeos de archivos de los frecuentes golpes con el puño del soviético en su mesa, también durante intervenciones ajenas, son incorporados aquí como parte de la sinfonía jazz que forman las dos horas y media de película. Banda sonora para un golpe de Estado reconoce la activa posición soviética contra el colonialismo de las potencias occidentales y en defensa de la independencia en África, además de la denuncia pública que hizo de la segregación, la discriminación y las vejaciones a la población negra en Estados Unidos. Tampoco elude lo astuto de dicha posición: 16 países del continente acababan de incorporarse a la ONU y, de votar en bloque, ese grupo podía ser fuerte y decisivo.
La traición de la música
La famosa serie La traición de las imágenes (1928-29), de René Magritte, contenía una representación de una pipa junto a la inscripción “Esto no es una pipa”. El pintor surrealista belga aparece en el documental, en una entrevista de archivo, comentando el significado de su obra mientras unos letreros nos introducen a William Burden, antiguo presidente del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, agente de la CIA y accionista en la industria minera de Katanga, que en 1959 fue nombrado embajador de Estados Unidos en Bélgica. Además de representar, a través de Magritte, que nada es lo que parece dentro de las maniobras culturales de la CIA, la idea también sintetiza en la película la propia instrumentación del arte, con músicos como Armstrong, Gillespie o Simone usados al servicio de valores completamente contrarios a aquellos en los que creían. Algo que apela directamente a la naturaleza del colonialismo.
“Bruselas, tal y como está organizada, la diseñó Leopoldo II [que tenía bajo su dominio personal la colonia durante el genocidio congoleño, entre 1885 y 1908]. Las avenidas, el Palacio Real, el Palacio de Justicia… todo eso se paga con dinero del caucho”, explica Johan Grimonprez. “La colonización no nos es ajena, es algo muy profundo, que está arraigado históricamente en trauma, tras trauma, tras trauma. Al hablar del sur global, no se puede no hablar de cómo un país se volvió rico o de cómo se construye la blanquitud. Con Bélgica se hablaba de l’Empire du Silence, el imperio del silencio, porque todo eso sucedía fuera, no se confrontaba directamente. En Estados Unidos, en cambio, la alteridad se vivía dentro, con la esclavitud”.
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En la narración de Banda sonora para un golpe de Estado se intercalan también anuncios de Apple o Tesla, compañías que extraen de las minas congoleñas el litio y el cobalto para las baterías de sus productos. “Todo lo que se cuenta en la película no solo sigue en marcha, sino que la situación es peor todavía. Hace tres semanas, el M23 derrotó al Congo este. Se está tratando a 80.000 mujeres que han sido violadas, porque esta milicia privada utiliza la violación como arma de guerra para obtener los minerales”, expone el director. Otro ejemplo de la actualidad del conflicto lo ha encontrado en la dificultad para acceder, incluso a día de hoy, a documentos de la época. En las memorias de la activista centroafricana Andrée Blouin, la llamada “Pasionaria negra” y considerada por Bélgica la mujer más peligrosa del continente, se cuenta cómo ella y Lumumba supieron de una lista de objetivos de la inteligencia belga en la que Blouin figuraba. A Grimonprez le dieron inicialmente permiso para ver los dosieres de la inteligencia sobre Blouin en Bruselas, pero, tras el confinamiento por la pandemia del coronavirus, todos los documentos prometidos “desaparecieron misteriosamente”.
Documentalista de larga trayectoria, con reflexiones en torno a la cultura visual, Johan Grimonprez obtuvo notoriedad en 1997 por el largometraje Dial H-I-S-T-O-R-Y, una película cuya repercusión se disparó tras el 11-S, al hablar precisamente sobre cómo la evolución en la espectacularidad de los secuestros de aviones había ido de la mano de su tratamiento sensacionalista en los medios de comunicación. En Double Take (2009) exploraba la integración de los mecanismos de ficción en los relatos políticos, mientras que Shadow World (2016) se adentró en el comercio internacional de armas. De su primera vez en los Oscar, que será este domingo, solo anticipa que su categoría irá “después de maquillaje y vestuario”. “Los documentales somos como los hijastros de los Oscar, nosotros no tenemos montadores, ni diseño de sonido”, ironiza.
“¿Sabes? Hace unos años quisieron eliminar la rama que vota mejor documental”, dice el artista, aludiendo no a la desaparición de la categoría, sino del grupo que elige de manera diferenciada las candidatas y ganadoras. Al igual que sucede en otras categorías específicas, cuenta con unas reglas propias, si bien recientemente algunas voces propusieron que todos los académicos pudieran votar sobre los documentales, como se hace con mejor película o con los largos de animación. “La rama de documentales tiene 700 miembros. Muchos son de América Latina, Asia, África o Europa, de ahí la sorprendente inclusividad, el que de las cinco nominadas [a mejor documental] ninguna sea estadounidense o la increíble nominación de No Other Land, que habla de Cisjordania. Black Box Diaries, que cuenta un caso de violación que afecta a las más altas esferas del poder en Japón, no ha sido estrenada en su país y también ha conseguido ser nominada. Son historias muy poderosas que encuentran una gran plataforma en los Oscar. Y esto es gracias a la rama de documentales”.
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