Rocío Carrasco: ¿y si el fin justifica los medios?
Podemos dudar de los motivos que mueven a Telecinco y Rocío Carrasco en su docuserie ‘Contar la verdad para seguir viva’, pero es complicado cuestionar los resultados
La telebasura española, como las lechuzas de Twin Peaks, no siempre es lo que parece. Esa fue una de las más atrevidas revelaciones del fenómeno televisivo del año: Veneno, la serie de los Javis basada en el poderoso trabajo periodístico y humano de Valeria Vegas, vino a decir que, mientras el grueso de la población veía un circo mediático (Esta noche cruzamos el Mississippi) explotando a un personaje vulnerable, un círculo de ...
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La telebasura española, como las lechuzas de Twin Peaks, no siempre es lo que parece. Esa fue una de las más atrevidas revelaciones del fenómeno televisivo del año: Veneno, la serie de los Javis basada en el poderoso trabajo periodístico y humano de Valeria Vegas, vino a decir que, mientras el grueso de la población veía un circo mediático (Esta noche cruzamos el Mississippi) explotando a un personaje vulnerable, un círculo de espectadores más preparado para leer entre líneas (la comunidad trans) estaba asistiendo a una epifanía transformadora.
En fecha más reciente, los espacios dedicados a las cosas del corazón, tradicionalmente juzgados como detrito por los legitimadores culturales, han sido en ocasiones territorios de singular justicia poética: no cabe olvidar que fue ahí y solo ahí donde se cortó en vivo y en directo a una voz emergida de las cavernas de la extrema derecha. Contar la verdad para seguir viva, la controvertida docuserie en que una empoderada y vestida de rosa Rocío Carrasco desvela su condición de víctima de la violencia de género, ha sido la última gran aportación a este pulso de ambigüedades.
Hija de La Más Grande, aquella que, de la mano de Manuel Alejandro inmortalizó el estribillo “Es un gran necio/Un estúpido engreído/Egoísta y caprichoso/Un payaso vanidoso/Inconsciente y presumido/Falso, enano, rencoroso/Que no tiene corazón”, Rocío Carrasco, con su frente despejada y su mirada inquisitiva, lleva años cargando con ese porte melancólico tan propio de los vástagos del famoseo que el altar mediático ofrece en sacrificio.
Su confesión ha abierto una caja de los truenos de implicaciones políticas y sociales que no resulta fácil valorar con justeza: ¿son lícitos los juicios mediáticos aunque el acusado tenga pinta de ser alguien a quien no fiarías ni las vueltas de una ronda de carajillos? ¿Acaso ese incremento exponencial en las llamadas al 016 no habla de una toma de conciencia colectiva que difícilmente se hubiera alcanzado por otros medios?
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