Trump y Johnson: los vencedores que la pandemia transformó en perdedores
La covid-19 ha colocado en su (nuevo) sitio a EE UU y Reino Unido, los países que detentaban el poder cultural absoluto en el mundo. ‘Ideas’ adelanta un extracto de ‘Fanáticos insulsos. Liberales, raza e Imperio’, el nuevo libro del prestigioso ensayista indio Pankaj Mishra
“El abismo de la historia es suficientemente profundo para contenernos a todos”, escribió Paul Valéry en 1919, cuando Europa se encontraba en ruinas. Estas palabras reverberan hoy mientras el coronavirus está poniendo el mundo patas arriba y también dejando en evidencia de manera brutal al Reino Unido y a Estados Unidos, promotores principales de la civilización moderna, orgullosos vencedores en dos guerras mundiales y en la Guerra Fría, y que hasta hace poco se presentaban como ejemplos del progreso ilustrado y de modelos económicos y culturales dignos de ser imitados en todo el globo. “La verdadera prueba de un buen Gobierno”, escribió Alexander Hamilton, “es su aptitud y su inclinación a crear una buena administración”. Durante la crisis actual, Estados Unidos y el Reino Unido han suspendido estrepitosamente dicha prueba. Ambos países contaron con varias semanas de advertencias sobre el brote de coronavirus en Wuhan; podrían haber adaptado y aplicado las estrategias empleadas por naciones que sí le dieron una respuesta temprana, como Corea del Sur y Taiwán. Pero Donald Trump y Boris Johnson prefirieron considerarse inmunes. “Yo creo que todo va a salir bien”, anunció Trump el 19 de febrero. El 3 de marzo, el día en el que el Grupo Científico Consultivo para Emergencias advirtió contra la práctica de estrechar manos, Johnson fanfarroneó tras visitar un hospital en el que se trataba a pacientes de coronavirus: “Les alegrará saber que he dado la mano a todo el mundo y que continuaré dando la mano”.
“Les alegrará saber que he dado la mano a todo el mundo y que continuaré dando la mano”, dijo Boris Johnson el 3 de marzo
Los epidemiólogos se han convertido en los ídolos de una sociedad asustada y el rigor científico ha alcanzado un nuevo reconocimiento en numerosas regiones del mundo. Pero los regímenes actuales en Estados Unidos y el Reino Unido se habían hecho con el poder fomentando el odio a los expertos y al conocimiento. Varios ministros británicos, escogidos por su devoción hacia el Brexit y su lealtad a Johnson, se han revelado como unos chapuceros peligrosos. Trump, defensor de la familia, los aduladores y las teorías de la conspiración, ha forzado a las autoridades científicas de su administración, Anthony Fauci y Deborah Birx, a rodear de puntillas su volcánico ego. Las alegres pasividad e ineptidud derivadas de la vanidad ideológica han tenido como resultado decenas de miles de muertes que podrían haber sido evitadas, una parte desproporcionada de ellas entre las minorías étnicas. Mientras tanto, la rabia contra el supremacismo blanco está estallando en las calles de Estados Unidos. Sea cual sea el resultado de estas protestas, las más importantes desde los años sesenta, tenemos por delante un período de devastación. Es probable que decenas de millones de personas pierdan sus medios de subsistencia y su dignidad.
Ahora que ha hecho erupción una insurrección general contra las desigualdades fundacionales de Estados Unidos, y que se está resquebrajando la identidad nacional británica apuntalada por fantasías imperiales, no basta con lamentarse del “populismo autoritario” de Trump y Johnson, ni con culpar a “las políticas identitarias” o a la “izquierda intolerante”, ni con atribuirse superioridad moral sobre China, Rusia e Irán.
Los vencedores iniciales de la historia moderna aparecen ahora como sus mayores perdedores, con sus sistemas políticos deslegitimados y sus contratos sociales hechos trizas
Los vencedores iniciales de la historia moderna aparecen ahora como sus mayores perdedores, con sus sistemas políticos deslegitimados, sus economías grotescamente distorsionadas y sus contratos sociales hechos trizas.
Habrá que dejar de lado esa tendencia intelectual tan narcisista que otorga la virtud moral y la sabiduría política a países como India, tan sólo porque parecen haber hecho suyas las ideas angloamericanas de democracia y capitalismo. Y habrá que prestar más atención a las experiencias históricas y tradiciones políticas individuales de Alemania, Japón y Corea del Sur, países que han sido descritos, y condenados, como autoritarios y proteccionistas, y también a los métodos que han puesto en práctica para mitigar el sufrimiento causado tanto por la intervención humana como por una catástrofe repentina. Resulta entonces necesario examinar la idea de construcción estratégica del Estado, ajena históricamente al Reino Unido y a Estados Unidos. La Covid-19 ha puesto de relieve que las democracias más grandes del mundo son víctimas de perjuicios que llevan autoinfligiéndose mucho tiempo; también ha demostrado que países con un Estado con gran capacidad de intervención han tenido mucho más éxito a la hora de contener la expansión del virus y parecen mejor equipados para enfrentarse a las consecuencias sociales y económicas de la epidemia.
Alemania, que puso en marcha con éxito un programa muy básico de pruebas y rastreo, está reintroduciendo el sistema de Kurzarbeit (jornada reducida), que había usado por primera vez a principios del siglo pasado y que resultó especialmente útil tras la crisis financiera de 2008. Corea del Sur aplicó un sistema de pruebas en cabinas móviles en todo el país, y después utilizó el historial de las tarjetas de crédito y los datos de localización de los teléfonos móviles para rastrear los movimientos de personas infectadas —una táctica que el Reino Unido no ha conseguido dominar ni siquiera tras varios meses de intentarlo—. También les está yendo mucho mejor a otros países del Este asiático como Taiwán y Singapur. Vietnam derrotó rápidamente al virus. China logró contener su propagación y desde entonces ha enviado médicos y suministros clínicos por todo el mundo. Hace mucho que se ha vuelto patente la sombría situación de Angloamérica: desindustrialización, empleos mal pagados, subempleo, encarcelamiento masivo y sistemas de salud debilitados o excluyentes. Sin embargo, para algunos ha sido un shock descubrir la miseria moral, política y material de dos de las sociedades más ricas y poderosas de la historia. En un artículo muy leído de The Atlantic, George Packer afirmaba que “en el interminable mes de marzo, muchos ciudadanos se despertaban cada mañana con el descubrimiento de ser ciudadanos de un Estado fallido”. En realidad, el Estado lleva décadas con “ausencia injustificada”, y tareas que muchos países reservan sólo a sus Gobiernos se habían dejado a cargo del mercado: salud, pensiones, viviendas sociales, educación, servicios sociales y prisiones. En 1986, Ronald Reagan lo expresó así: “Las palabras más terroríficas del idioma inglés son: 'Soy del Gobierno y he venido para ayudarles”. (…)
Ahora que Estados Unidos y el Reino Unido se enfrentan a defunciones masivas y a la destrucción del sustento de muchos, ya no es posible seguir desoyendo las señales de alarma cada vez más insistentes que avisan de que el poder cultural absoluto provoca el provincianismo o incluso corrompe, al aumentar el desconocimiento de la realidad política y económica tanto en el extranjero como en el propio país. La covid-19 ha hecho pedazos lo que John Stuart Mill llamó “el sueño profundo de la opinión ya admitida” al obligar a muchos a aceptar que están viviendo en una sociedad rota, con un Estado que ha sido minuciosamente desmantelado. Como afirmaba en mayo el Süddeutsche Zeitung, las sociedades desiguales e insalubres son “un buen caldo de cultivo para la pandemia”. No parece que se pueda confiar en los individuos y las empresas que persiguen maximizar los beneficios a la hora de crear un sistema de salud justo y eficiente ni para incluir en la seguridad social a quienes más lo necesitan.
Pankaj Mishra (Jhansi, India, 1969) es escritor y ensayista. Este extracto es un adelanto editorial de su libro ‘Fanáticos insulsos. Liberales, raza e Imperio', de la editorial Galaxia Gutenberg, que se publica el próximo miércoles 30 de septiembre.
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