La batalla contra los monopolios
El capitalismo sin competencia no es capitalismo, es explotación. Y avanza
De sorpresa en sorpresa (positiva). Joe Biden sentencia: “Permítanme ser muy claro: el capitalismo sin competencia no es capitalismo, es explotación”. Cuando el mundo se estaba acostumbrando a las continuas analogías entre el actual presidente de EE UU y Franklin Delano Roosevelt, y se compara el New Deal de este último con los planes de rescate del primero, Biden cambia el terreno de juego, da un salto atrás en la historia (a principios del siglo XX) y parece decir: me parezco a Roosevelt, pero no sólo a Franklin Delano, el héroe de la Gran Depresión, sino sobre todo a Theodore Roosevelt, un presidente que pretendió hacer del Partido Republicano una formación avanzada, e incluso intentó crear un Partido Progresista, que resultó efímero.
Theodore Roosevelt puso en circulación el Square Deal (acuerdo justo y honesto), basado en principios de ayuda a la clase media (“la espina dorsal de América”). Incorporaba un fuerte poder federal capaz de regular la actividad económica, con tres puntos fundamentales: control de las grandes empresas (pugna contra los monopolios), conservación de los recursos naturales (antecedente de la lucha contra el cambio climático) y protección del consumidor. El Square Deal no implicaba una transformación radical de la economía americana, sino que apuntaba a objetivos muy específicos que Roosevelt consideraba elementos de influencia decisiva sobre el bienestar de los ciudadanos. Para el primer punto se apoyó en la Ley Sherman, del año 1890, que consideraba ilegales los trusts por restringir la competencia. Con esta ley como herramienta se confrontó con los grandes monopolios del ferrocarril, el petróleo, tabaco o la industria agroalimentaria. Apellidos como los Rockefeller o los Morgan fueron sus enemigos. Se cuenta una anécdota que define la personalidad de este presidente: no se le cayeron los anillos para intervenir en una larga huelga entre los mineros de una zona y la patronal; el resultado de su arbitraje fue la jornada diaria de ocho horas y unos salarios más justos, en lo que fue calificado como “un acuerdo equitativo”.
Hace pocos días Biden presentó un decreto antimonopolio con 72 iniciativas a cargo de 12 agencias federales, con una única finalidad: favorecer la competencia en todos los ámbitos de la economía (farmacéutico, agroalimentario, transporte, salud, proveedores de internet, servicios financieros, laboral, grandes tecnológicas…). La orden ejecutiva apelaba a las agencias encargadas de vigilar la competencia a tomar medidas para abordar inmediatamente algunos de los problemas de competencia más urgentes. Dijo Biden: “No más tolerancia frente a acciones abusivas por parte de los monopolios, no más nocivas fusiones que den lugar a despidos masivos, precios más altos y menos opciones para los trabajadores y consumidores”. ¿Quién diría hoy algo parecido en España?
En EE UU el porcentaje de creación de nuevas empresas (datos divulgados por la Casa Blanca) se ha reducido casi un 50% desde los años setenta por la concentración en unas pocas compañías que copan gran parte del mercado en el 75% de los sectores económicos del país. Si a principios del siglo XX el principal problema estaba en la Standard Oil, la Northern Securities o la American Tobacco, ahora se concentra sobre todo en el gigantesco poder de las grandes empresas tecnológicas. En el decreto de Biden se insta a la Comisión Federal de Comercio a impugnar las malas fusiones y adquisiciones del pasado, a un mayor escrutinio de las fusiones tecnológicas y una mayor atención a las “compras asesinas” en las que los oligopolios adquieren marcas más pequeñas para sacarlas del mercado. Se trata de poner coto al poder omnímodo de las grandes firmas de Silicon Valley (como las que se agrupan en el acrónimo GAFA: Google, Amazon, Facebook y Apple), que se han hecho gratuitamente con los datos personales de centenares de millones de ciudadanos y obtienen beneficios fabulosos cobrando por ellos.
Como en el caso de los paquetes de rescate, la orden ejecutiva de Biden se confrontará en el Congreso con los brutales intereses de los monopolios, a través de los lobbies. Es segura la resistencia de los mismos en la política y en los tribunales.
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