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Trabajar cansa
Columna
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Ante el terremoto en Turquía: ¿qué crimen cometieron esos niños?

El seísmo no debería arrasar solo esos edificios de cartón construidos por desalmados, sino toda mezquindad y egoísmo, al menos una semana

terremoto turquía
Mesut Hancer coge la mano de su hija de 15 años, fallecida en el terremoto, el martes en Kahramanmaras (Turquía).ADEM ALTAN (AFP) (AFP)
Íñigo Domínguez

“Pasado el terremoto que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, los sabios del país no encontraron medio más eficaz para prevenir una total ruina que ofrecer al pueblo un magnífico auto de fe. La Universidad de Coimbra decidió que el espectáculo de unas cuantas personas quemadas a fuego lento con toda solemnidad es infalible secreto para impedir que la Tierra tiemble”. Esto es de Cándido, de Voltaire, publicado cuatro años después del terrible seísmo de 1755, que arrasó la capital portuguesa y cambió la filosofía europea, al plantearse qué sentido tiene esto. El pensador francés puso en duda una tendencia de siglos, de base religiosa: todo está bien. Es el mejor de los mundos posibles, Dios sabe lo que hace. Desde entonces, y más aún tras el Holocausto, sabemos que todo está fatal, pero al menos ha perdido su estúpido prestigio como valle de lágrimas.

Ante el terremoto de Turquía y Siria nos preguntamos lo mismo que Voltaire: “¿Qué crimen, qué falta cometieron esos niños?”. También asistimos al milagro de esos críos que vuelven a nacer, literalmente, de las entrañas de la Tierra, como animalillos. Vienen, obstinadamente, a un mundo absurdo que les tendremos que explicar, y a ver qué les decimos. Esa niña recién nacida, rescatada viva, que aún estaba unida a su madre muerta por el cordón umbilical, y ese hombre que sostenía la mano de su hija fallecida entre las ruinas, imágenes del frágil lazo que une los vivos y los muertos, esas fotos tienen, o deberían tener, el poder de parar el mundo. Yo no me explico cómo al día siguiente puede seguir la guerra en Ucrania, ahí al lado. ¿Tú eres Putin y al día siguiente bombardeas como si nada? Tenemos la respuesta justo en el epicentro: Bachar el Asad, el presidente sirio, bombardeó horas después del seísmo zonas rebeldes recién destruidas por el terremoto. Voltaire se enterraría vivo en su jardín, el último reducto personal que consideraba la única solución existencial, aunque eso era antes de internet.

El terremoto no debería arrasar solo esos edificios de cartón construidos por desalmados, sino toda mezquindad y egoísmo, al menos una semana, no pediríamos más para empezar. Una sacudida y volvemos a ser criaturas desnudas en medio del frío y la noche, una brutal revelación de lo que somos, que convierte en cosas preciosas una manta, el fuego, un pedazo de pan, el agua. Si el terremoto de Lisboa causó una conmoción profunda, lo que me impresiona de nuestro tiempo es que nada tiene ya esa capacidad de hacernos reflexionar, ninguna atrocidad humana o natural. Ahora ya tenemos una admirable respuesta de ayuda humanitaria, y es emocionante el despliegue de la fraternidad humana, pero por lo demás hemos perfeccionado la habilidad de seguir sin que nada nos afecte demasiado, cada vez hay más derrotismo en cuanto a nuestra capacidad de mejorar el mundo que tenemos. Desde mi ingenuidad, un tanto infantil, es como si me siguiera preguntando por qué todos los días no pueden ser Navidad o no vivimos todo el año como en vacaciones.

Las religiones nunca han explicado el origen del mal, solo que es culpa nuestra, como todo. En la Biblia hay dos grandes misterios, ese y la total ausencia de sentido del humor, un argumento a favor de que no es obra humana. No es sostenible un tocho así sin un sarcasmo, una ironía, una cierta desdramatización. Pero está claro que, si Dios existe, tiene sentido del humor, aunque algo macabro. Mira cómo nos ha hecho, y qué mundo tenemos.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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