Romney apuesta por la derecha radical
La campaña de las primarias atrajo al candidato republicano hacia las posiciones conservadoras más intransigentes
Prepárense para semanas de charlas sobre el compañero de campaña de Mitt Romney. Los vicepresidentes tienen su importancia, como nos ha recordado de forma espeluznante la reciente reaparición de Dick Cheney en nuestras pantallas de televisión. Y Paul Ryan importa más que la mayoría. (Ver a continuación). Pero, en los tiempos que corren, uno no elige simplemente una candidatura de dos; elige un paquete completo. Los presidentes vienen con un elenco de asesores, grupos de expertos, cabilderos, legisladores, donantes y perros guardianes. Algunos miembros del séquito terminan teniendo puestos clave; otros actúan como una especie de gabinete en la sombra, vetando decisiones y obligando a seguir la doctrina.
Esto es especialmente cierto en el caso de los republicanos, que han pasado décadas construyendo una disciplinada infraestructura conservadora que recluta talentos, sacrifica a los disidentes e impone la ley. Comparados con los demócratas, que son un centro-izquierda disperso, un Gobierno republicano es más que nunca un proyecto conservador listo para usarse. Cuando era gobernador de Massachusetts, Romney reunió un equipo de tecnócratas, republicanos centristas, e incluso algunos demócratas. “Buscaba la competencia, la experiencia y la creatividad y daba menos importancia a la política o la ideología”, recuerda Scott Helman, un veterano observador de Romney para The Boston Globe. “Pero eso era entonces”, añade. Sí, aquellos eran unos tiempos diferentes, un lugar diferente, un Romney diferente.
Ryan encarna la filosofía de que la mayoría de necesidades de los ciudadanos están mejor cubiertas con mucho menos Gobierno
Es posible que el presidente Romney prefiriese formar un Gobierno de generadores de acuerdos y solucionadores de problemas. Los ayudantes de confianza que se espera que le ayuden a organizar el ala oeste –el exsenador por Missouri Jim Talent; Mike Leavitt, exgobernador de Utah; el antiguo socio de Bain Capital Bob White; y Beth Myers, que fue jefa de personal de Romney en Massachusetts — son más gestadministradores que activistas.La pregunta es si, para un dirigente republicano en el Washington actual, es posible algo que esté por debajo del hiperpartidismo. A escala nacional, los republicanos moderados son una especie escasa y amenazada. Las fábricas políticas, los incondicionales del Congreso y los grupos de interés que Romney necesitará para formar un Gobierno han sido ideológicamente purificados y políticamente adiestrados, y son en su mayoría conservadores de la variedad intransigente. El presidente Romney será tanto un rehén de este Washington republicano como su dirigente. Pregúntenle a John Boehner.
Lo que viene a continuación es un muestrario de lo que trae aparejado un presidente Romney; algunas son elecciones suyas, otras le vienen impuestas. La campaña de las primarias atrajo a Romney hacia la derecha radical. Estas son algunas de las fuerzas que es probable que le mantengan ahí.
El apóstol de los mercados
Ryan habría sido una voz poderosa en un Gobierno de Romney incluso si no hubiese sido elegido para la función de compañero; la mitad más joven, aguda y llena de convicción del equipo. Su manifiesto en favor de tipos impositivos más bajos e importantes recortes en el gasto no militar se ha convertido en el plan maestro de su partido, una alternativa brutal a las recomendaciones de la comisión bipartidista para la reforma fiscal de Simpson y Bowles (en la que Ryan participó aunque luego votase en contra de ella porque contemplaba subidas de impuestos). A Ryan se le sataniza por ser un tipo que quiere privatizar la seguridad social, y no sin motivo. El presidente Obama ha menospreciado el plan de Ryan para los cupones de Medicare tachándolo de “darwinismo social”; hasta Newt Gingrich lo ha llamado “ingeniería social de derechas”. Ryan ha suavizado algunos de los aspectos más radicales de su plan y el otro día me dijo que lo considera el punto de partida de una “conversación entre adultos” bipartidista, no la última palabra. (Ryan es, como Obama, la clase de político con confianza en sí mismo que llama a un columnista crítico si ve una pizca de posibilidad de entendimiento). “En ambos partidos y en el país existe un consenso en cuanto a que la seguridad sanitaria es una misión del Gobierno federal”, decía en una llamada telefónica desde Wisconsin. Pero no se confundan, Ryan encarna la filosofía de que la mayoría de las necesidades de los ciudadanos – incluso necesidades tan delicadas como la atención sanitaria y las prestaciones por jubilación — están mejor cubiertas con mucho menos Gobierno y mucha más confianza en la dudosa merced del mercado.
Los megadonantes de Romney, que tienen una aversión compartida a las normas, no se conformarán con pasar la noche en el dormitorio Lincoln
El halcón
En política exterior, Romney ha evitado hasta ahora las corrientes dominantes en su partido y ha preferido unos asesores de tendencias claramente neoconservadoras: polémicos, unilaterales, con un impulso misionero de propagar la democracia estadounidense y una especial afinidad con los radicales israelíes. Otros miembros más convencionales del círculo de Romney la llaman la "facción Bolton" por John Bolton, uno de los más radicales intervencionistas del “plan libertad” de George W. Bush. Bolton está ahora en el equipo de Romney, pero Dan Senor es el que goza de la confianza de Romney. Con 40 años, pertenece a una generación posterior a la de Bolton, es más persuasivo, hábil en la televisión, de después de la Guerra Fría por edad pero de la Guerra Fría por espíritu. (Cofundó un grupo de expertos junto al neoconservador de la época soviética William Kristol). Senor ayudó a coreografiar el reciente debut en política exterior de Romney, en el que el candidato ofendió innecesariamente a los británicos y a los palestinos. Uno podría pensar que esa metedura de pata colosal sería un revés para su carrera, pero Senor ha sobrevivido a peores catástrofes. Fue el portavoz encargado de ofrecer una imagen positiva de L. Paul Bremer, quien, cuando era el procónsul estadounidense del Irak posterior a la invasión, dirigió la fase de la ocupación más prepotente y plagada de errores.
El originalista
El nombramiento de Robert Bork, de 85 años, como copresidente de su Comité Asesor de Justicia ha enviado un mensaje claro a la derecha: el Tribunal Supremo será todo vuestro. Bork es el originalista original, defensor de la doctrina que afirma que la Constitución no se adapta a los cambios en la sociedad, el padre espiritual de Antonin Scalia y Clarence Thomas. Elegido por Reagan para formar parte del Tribunal Supremo, fue atacado (justificadamente) por ser un radical y se le negó el nombramiento; para los conservadores, es un mártir y un oráculo. Temperamentalmente, Romney podría sentirse tentado de nombrar alguien a imagen y semejanza del ligeramente menos doctrinario presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, hijo. Pero para el núcleo duro, Roberts está mancillado por su fallo a favor del plan sanitario de Obama. Como dice mi amiga Linda Greenhouse, experta en tribunales: "Creo que podemos dar por hecho sin temor a ser tendenciosos que Romney llegará tan a la derecha como las bases lo quieran y el Senado lo permita".
El economista de la teoría de la filtración
R. Glenn Hubbard, que ha sido uno de los principales asesores de Romney desde la campaña de 2008, es un economista reputado, decano de la Facultad de Empresariales de Columbia. No es uno de esos charlatanes que defienden la abolición de la Reserva Federal y que las bajadas de impuestos se pagan por sí mismas que parecen haber cautivado a tantos republicanos. Pero, cada vez más, ha ido cambiando su sabiduría económica por la política partidista. Cuando era presidente del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush, Hubbard racionalizó las enormes rebajas de impuestos (la prometida bonanza de puestos de trabajo no llegó a hacerse realidad) y la liberalización (a la que la mayoría culpa de haber contribuido al desastre bancario e inmobiliario). Ahora, proporciona un barniz de experto a la afirmación de que el esquemático plan económico de Romney creará 12 millones de puestos de trabajo, una afirmación que dudo que colase en una clase de primero de Economía en Columbia.
El coro de magnates
El eufemismo clásico en Washington es que el dinero no compra influencias; solo compra el acceso. Independientemente de cómo lo llamen, los megadonantes de Romney, que tienen sus obsesiones particulares individuales y una aversión compartida a las normativas de cualquier clase, no se conformarán con pasar la noche en el dormitorio Lincoln. Sheldon Adelson (casinos e Israel), Charles y David Koch (petróleo y políticas ultraliberales) y Bob Perry (constructor de viviendas y financiador de la calumnia de Swift Boat) no tendrán cargos en el Gobierno. Pero no esperen ver un secretario de Comercio o Energía o un director del Organismo de Protección Medioambiental (si es que siguen existiendo esos cargos) o cualquier otro regulador clave que no tenga el visto bueno de los grandes inversores de Romney o no conteste a sus llamadas telefónicas.
El equipo de rivales
Al igual que Obama reclutó a Hillary Clinton y Joe Biden para su Gobierno, un Romney victorioso tendería la mano a Sarah Palin, Newt Gingrich, Rick Santorum, Herman Cain... ¡es broma! Santorum sí tiene un espacio para hablar en la convención y necesita un empleo (secretario de sanidad y dependencia sería una concesión horrible a los conservadores sociales), pero lo más probable es que los competidores republicanos descartados desempeñen la función de perros guardianes visibles y con malas pulgas. Espero que su único contacto personal con el presidente Romney se produzca en la sala verde de Fox News.
(c) The New York Times
Traducción de News Clips.
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