La paz de los valientes
Oficiales israelíes y palestinos reivindican el paso histórico que fue el acuerdo
El primer ministro de Israel, Isaac Rabin, y el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat se dan la mano en la Casa Blanca, arropados por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. Están congelados en una postal, en Jerusalén. “Shalom, salam, peace”. Un euro por la que aún es la estampa insuperable de la paz en Oriente Medio, la de los “valientes”, la que fijaban los Acuerdos de Oslo aquel 13 de septiembre de 1993. La misma mesa que vio forjar el acuerdo de Camp David (1978) entre Israel y Egipto alumbró el primer atisbo de solución al conflicto palestino-israelí.
“Los pesimistas dirán que trajo radicalismo y violencia. Los optimistas, que no ha habido otro instrumento tan eficaz y que sin él hoy no habría diálogo. Fue la piedra angular de la solución por venir”, resume el politólogo gazatí Adnan Abu Amer. Oslo hizo verdad lo que parecía imposible: Israel y la OLP se reconocieron mutuamente; la entidad palestina renunció al uso de la violencia; se implementó un proyecto de autonomía para Gaza y Jericó –sin presencia militar israelí-, ejemplo de la voluntad de crear dos estados vecinos; se sentaron las bases para la seguridad del territorio y una cooperación económica; se creó la Autoridad Nacional Palestina que llevaría las riendas de la administración -seguridad, defensa, economía y política exterior las mantenía Israel- y se estableció una transición de cinco años tras la que debía llegar la paz definitiva, el 4 de mayo de 1999.
Todo se negoció en secreto, recuerda Yossi Beilin, viceministro de Exteriores de Israel, clave en el proceso. El Instituto Noruego de Ciencia Aplicada (FAFO) medió desde 1992. La idea inicial era debatir cuestiones menores pendientes desde los Acuerdos de Madrid (1991). “Nos sentimos seguros de que habíamos dado con un verdadero socio”, dice, y tras 17 meses de encuentros vieron que se podía ir más allá. El 9 de septiembre del 93 las partes se entregaban cartas de reconocimiento. “Eso suponía demoler un pilar del sionismo, que negaba la existencia de un pueblo palestino antes de la creación del Estado de Israel, y el compromiso insólito de la OLP al romper la Carta Palestina que negaba la legitimidad de Israel”, afirma Ury Avnery, fundador del grupo pacifista Gush Shalom.
Beilin destaca que Oslo abrió las puertas a la paz con Jordania y rebajó el boicot económico y diplomático del mundo árabe a Israel, pero la ilusión les impidió ver el extremismo que se levantó de seguido, en ambos lados, que cuajó en el asesinato de Rabin y la Segunda Intifada. Por eso ahora llama a “frenar a los extremistas de ambos bandos”. Es “decepcionante”, dice, que no se haya avanzado más.
Nabeel Shaath era uno de los negociadores palestinos. Para él es “esencial” valorar que, por primera vez, estos acuerdos recogieron los grandes temas aún no resueltos: Jerusalén, refugiados, asentamientos, seguridad, fronteras y recursos. “Pensé: la paz ha comenzado. Luego comenzaron a avanzar los derechistas en Israel y el acuerdo se fue aplicando de forma selectiva”, lamenta. Hanan Ashrawi, que fue portavoz de la OLP, aplaude el retorno a su tierra de sus líderes, desde el norte de África, y de 300.000 familias palestinas, más la puesta en marcha de una administración, pero las colonias, la división de la tierra en zonas A, B y C, con distintos grados de control de Israel, o la falta de conexión de Cisjordania y Gaza “no han cambiado mucho”.
Arafat, Rabin y su ministro de Exteriores, Simón Peres, fueron galardonados en 1994 con el Premio Nobel de la Paz por Oslo. Hoy el 57% de los israelíes cree que el efecto de aquella paz fue negativo –dice una encuesta del diario Maariv- y el aniversario apenas copa minutos del telediario.
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