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La onda expansiva desatada por Snowden

Las filtraciones del extrabajador de la NSA han sacudido en 2013 las relaciones diplomáticas de EE UU con sus aliados

Edward Snowden el 10 de junio de 2013.
Edward Snowden el 10 de junio de 2013.The Guardian (AFP)

Las revelaciones del exanalista de la NSA Edward Snowden sobre el espionaje de Estados Unidos y Reino Unido han provocado un tsunami de consecuencias globales sin precedentes en el mundo de los servicios de espionaje. Han puesto a EEUU en apuros con sus aliados, han generado una enorme desconfianza global y multiplicado la sensación de que vivimos bajo la mirada de un gran hermano.

Las repercusiones internas de la crisis para EE UU

Pese a enfrentarse a un problema común, los países europeos han desarrollado políticas

En la entrevista con el diario británico The Guardian en la que Edward Snowden reveló que era el responsable de las filtraciones que dejaron al descubierto el alcance del espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), el informático de 30 años reconocía que su “único temor era que, a pesar de la transcendencia que para Estados Unidos tenían esas revelaciones, nada cambiara en su país”. El miedo del extécnico de la CIA era infundado. En estos últimos seis meses, el goteo de información sobre las cuestionables prácticas de vigilancia de la Administración que Snowden ha ido destilando cuidadosamente a los medios de comunicación ha abierto un debate sobre el significado de las libertades civiles en el siglo XXI que ha obligado a la Casa Blanca y al Congreso estadounidense a revisar sus programas de inteligencia y ha puesto en jaque la política de seguridad nacional y la agenda internacional del presidente estadounidense. El presidente Obama defendió este jueves la vigencia de los programas de la NSA, pero reconoció la necesidad de introducir algunas reformas. El rediseño se anunciará el mes que viene.

“Sin duda, es al funcionamiento de la NSA y a su estrategia de vigilancia a quienes más han afectado las filtraciones de Snowden”, explica en conversación telefónica Judd Legum, vicepresidente de Comunicaciones del think tank Center for American Progress. La magnitud y extensión del espionaje, la aparente falta de control por parte de la Administración sobre las actividades de la NSA y el creciente enojo de la comunidad internacional, al constatarse que la vigilancia alcanzaba a sus ciudadanos, empresas y líderes motivó al presidente de EE UU, Barack Obama, ha anunciar una revisión del funcionamiento de la agencia.

EL PAÍS

El primero fruto de ese examen es el informe de un comité de expertos que se publicó el pasado miércoles en el que se concluye la necesidad de limitar la recopilación indiscriminada de datos por parte de la NSA y de reestructurar su organización. En esa línea se enmarca una de las reformas legislativas que se han presentado en el Capitolio. La otra iniciativa pretende mantener las actividades de la NSA pero incrementar los controles. Esta semana, un juez federal cuestionaba la constitucionalidad de las prácticas de la agencia.

La fuga y las tentativas de asilo de Snowden, primero, y el descubrimiento, después, de que EE UU controlaba las comunicaciones de decenas de líderes mundiales han afectado seriamente a la estrategia en política exterior del segundo mandato de Obama. Las filtraciones sobre el espionaje de la NSA a China dilapidó la autoridad moral con la que Washington acusaba a Pekín de estar detrás de los principales ciberataques a EE UU. El asilo temporal que Rusia otorgó al analista en agosto puso en entredicho la capacidad diplomática estadounidense y motivó la cancelación del encuentro bilateral entre Obama y Vladimir Putin, enfriando las tensas relaciones con un país cuya complicidad es esencial para sacar adelante el plan de desarme nuclear, una de las principales prioridades en la agenda internacional del presidente estadounidense y para garantizar la retirada de las tropas americanas de Afganistán.

“La relación que más se ha visto afectada es la europea y, en concreto, la alemana, el control de los móviles de los líderes aliados supone un nuevo nivel de vigilancia”, reconoce Legum. El malestar por el espionaje a mandatarios europeos a punto estuvo de frustrar el inicio de las negociaciones del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y EE UU. Este jueves se supo, además, que el espionaje estadounidense, ayudado por el británico, accedió a la cúpula de la Unión Europea: espió al comisario Joaquín Almunia en 2008 y 2009, cuando era el responsable de Asuntos Económicos y Monetarios.

En América Latina, Brasil ha sido el país más beligerante. Su presidenta, Dilma Rousseff, además de suspender su visita de Estado a Washington acaba de preferir la compra de aviones militares a Suecia, en lugar de a Estados Unidos o Francia. La región ha tenido también ocasión de manifestar sus quejas con ocasión del incidente del avión del presidente de Bolivia, Evo Morales. Las presiones de Washington para que los países a los que Snowden había solicitado asilo no se lo concedieran se saldó con la ruptura por parte de Ecuador de su tratado de libre inversión con EE UU.

Las filtraciones de Snowden también han dejado al descubierto la connivencia de los gigantes tecnológicos de EE UU con la NSA. Las empresas, conscientes de que necesitan recuperar la confianza de sus clientes, han instado al presidente a que aplique cuanto antes “medidas para proteger a los ciudadanos”.

Obama anunciará las reformas del sistema de inteligencia el próximo mes de enero. La decisión que adopte tendrá muy en cuenta la ponderación entre la protección de la seguridad nacional y el respeto a la privacidad de los ciudadanos, pero no podrá obviar el recelo internacional que han suscitado esas prácticas y la necesidad de enviar a sus aliados el mensaje de que EE UU es sensible a sus quejas y que va a limitar, de alguna manera, el alcance de su sistema de espionaje. Un cambio, al fin, aunque quizás no de la magnitud que Snowden pensaba provocar.

En Europa la indignación se queda en amenaza

Europa ha sido el territorio donde más consternación han causado las revelaciones de Edward Snowden, aunque la respuesta dada al escándalo no haya resultado siempre la más enérgica. La progresiva convicción de que empresas, ciudadanos y gobernantes comunitarios habían sido víctimas de una vigilancia ilegal, según las leyes europeas, elevó por igual la indignación hacia Estados Unidos y las simpatías hacia el exempleado de la NSA. El momento de mayor tensión se produjo al conocerse que el espionaje había afectado a varios líderes europeos, entre ellos la canciller alemana, Angela Merkel, que llegó a telefonear a Barack Obama para pedirle explicaciones. A ello se ha sumado esta semana la información sobre el espionaje a 1.000 objetivos hasta ahora desconocidos, entre los que figura el comisario Almunia. La Comisión ha condenado enérgicamente este hecho "inaceptable". "Este no es el tipo de de comportamiento que esperamos  de nuestros socios estratégicos, mucho menos de nuestros propios Estados miembros", añadía en alusión al Reino Unido.

Pese a la conciencia de enfrentarse a un problema conjunto, los países han preferido lidiar bilateralmente con Estados Unidos –o no lidiar en absoluto- a crear un frente común en el Consejo Europeo. Más allá de esas respuestas individuales, la voz más contundente desde Bruselas provino del Parlamento Europeo, que abrió una comisión de investigación para aclarar lo ocurrido, pidió que se suspendieran acuerdos clave de intercambio de datos con Washington y condicionó su visto bueno al acuerdo comercial que actualmente negocian los dos bloques a que se restaure la confianza. También la vicepresidenta de la Comisión Europea Viviane Reding ha sido contundente con sus socios estadounidenses. El enfado ha servido, al menos, para que una delegación de Washington se desplazase por primera vez a Bruselas y respondiera a las preguntas de sus socios.

Lejos de quedar cerrado, el último enfrentamiento a cuenta de este episodio afecta al propio Snowden. La invitación de la Eurocámara al exanalista para que comparezca –a distancia- ante los eurodiputados ha soliviantado a Estados Unidos, que advierte del daño que este episodio puede ocasionar a la relación transatlántica.

Londres, el gran aliado de la NSA

La difusión de parte de los documentos filtrados por Edward Snowden señalan al aliado británico como cómplice de Estados Unidos en la intercepción sistemática de millones de comunicaciones de voz y datos. Y el Gobierno de David Cameron ha optado por la táctica del contraataque, emprendiendo una campaña contra el diario nacional que se ha hecho eco de esas revelaciones, The Guardian, acusado de “hacer un regalo a los terroristas” y de dañar la seguridad del Reino Unido.

El Cuartel General de Comunicaciones Gubernamentales (GCHG, en sus siglas inglesas) es la rama de los servicios de inteligencia británicos que, según los datos procurados por Snowden, ha jugado un papel imprescindible en la red global de espionaje a través del programa estadounidense Prisma. Esa alegación –que incluye la participación británica en el espionaje de líderes mundiales- orilla la legislación del Reino Unido en la materia y provocaba, a resultas, la inédita comparecencia de los tres máximos representantes de los servicios secretos (GCHQ, la inteligencia nacional del MI5 y la exterior del MI6) ante los diputados de los Comunes, que fue televisada al país en noviembre.

En contraste con el trato de guante blanco que entonces recibieron, la misma comisión parlamentaria de Interior sometió semanas después al director de The Guardian, Alan Rusbridger, a un verdadero acoso que incluso cuestionó su patriotismo. El periódico había recibido antes presiones privadas del gobierno, como reveló Rusbridger a raíz de la detención, el pasado agosto de David Miranda, compañero sentimental del periodista que les había hecho llegar los documentos del empleado de la CIA (Glenn Greenwald). Londres fue alertado por EE.UU. de la presencia de Miranda en la lista de pasajeros en tránsito del aeropuerto de Heathrrow y, en un claro abuso de poder, le aplicó inmediatamente la ley antiterrorista.

Las escuchas masivas recuerdan a los alemanes su historia más oscura

Las revelaciones de Edward Snowden causaron una fuerte impresión en la opinión pública alemana ya desde la primavera. Un país que padeció los abusos de la Gestapo Nazi y la Stasi en la Almenia comunista recibió con especial rechazo el espionaje a su canciller. El revuelo comenzó con las primeras informaciones en diarios extranjeros. El entonces ministro de Interior Hans-Peter Friedrich dijo enterarse por la prensa de los sucesos. La canciller Angela Merkel recibió al presidente estadounidense Barck Obama en Berlín. Le pidió que equilibre “seguridad y libertad, pero le quitó hierro al asunto asegurando que “internet es un terreno ignoto”.

 A finales de junio, el semanario Der Spiegel publicó una exclusiva sobre el espionaje masivo de las agencias estadounidenses y británicas en Alemania y en el resto de Europa, incluidas las representaciones comunitarias en Washington. El escándalo fue mayúsculo y puso al Gobierno de Angela Merkel a la defensiva apenas 8 semanas antes de las elecciones generales. Los principales medios alemanes se hicieron eco del escándalo y aumentaron la presión sobre el Ejecutivo, que reaccionó con palabras más duras y enviando a Friedrich a una visita relámpago a Washington. El Ministro dio el caso por solucionado.

Pero en octubre, Der Spiegel publicó que los estadounidenses tenían vigilado el móvil de Merkel. Ahora sí contra las cuerdas, la canciller llamó a Obama para protestar y puso en marcha negociaciones para un acuerdo de no espionaje mutuo con Estados Unidos. El parlamentario de Los Verdes Hans Christian Ströbele se reunió con Snowden y propuso que lo invitaran a Berlín para declarar sobre el espionaje. Alemania ha impulsado la resolución para pedir más privacidad en internet.

España gesticuló una queja de rigor

La sangre no llegó al río en la crisis entre Madrid y Washington por el caso Snowden. Bastó que el embajador estadounidense en Madrid, James Costos, asegurase, el 8 de noviembre, que la NSA “respeta la privacidad de los ciudadanos españoles y el debido marco legal” para que el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, decidiera olvidar que, solo unos días antes, había advertido que, de confirmarse el espionaje masivo, se quebraría la confianza entre los dos aliados. España tenía prisa por pasar página: los Príncipes de Asturias se disponían a viajar a Florida y California y Rajoy estaba pendiente de una cita en la Casa Blanca, finalmente fijada para el próximo 13 de enero.

Ante la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso, el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Félix Sanz, dio por buena la versión de la NSA de que los más de 60 millones de metadatos recopilados en un mes correspondían a comunicaciones realizadas fuera de España. Una versión tan difícil de creer como de rebatir.

La tormenta pasó sin dejar rastro salvo, quizá, un frenazo en los planes del Gobierno para flexibilizar el marco legal y permitir que el fiscal, y no solo el juez, puede acceder a los metadatos. Si la confianza entre los gobiernos no se deterioró no puede decirse lo mismo de la de los ciudadanos en el secreto de sus comunicaciones.

Consecuencias económicas

El llamado “caso Snowden” no solo ha tenido consecuencias políticas sino también económicas. Empresas y también instituciones públicas de medio mundo desconfían ahora de las compañías norteamericanas que ofrecen correo, almacenamiento etcétera porque están sometidas a la legislación a la legislación estadounidense con el Patriot Act y el Cispa que otorgan amplios poderes a los servicios secretos empezando por la NSA.

Un sondeo efectuado en julio por la Cloud Security Alliance, una asociación que promueve las buenas prácticas en la nube de Internet, reveló que, sobre un total 207 empresas no americanas que aceptaron contestar, nada menos que el 56% es ahora reacio a contratar con proveedores de EE UU. Un 10% había incluso decidido cancelar proyectos relacionados con ese país. De ahí que el analista David Castro, de la Fundación Tecnologías de la Información e Innovación, con sede en Washington, opine que “las políticas de seguridad de EE UU son perjudiciales para sus intereses nacionales”.

En Europa es entre los empresarios de Alemania y, en menor medida, de Francia y Suecia, donde más alarma ha causado la colaboración de las compañías de IT con la NSA. Buscan ahora alternativas para poner sus metadatos a buen recaudo. Una de ellas consiste en dejarlos en “casa”, que no se almacenen en servidores allende sus fronteras. Suiza se ofrece también como una solución de recambio dejando caer que los datos estarán allí tan seguros como el dinero. España puede también aspirar a ser alternativa porque figura entre los cuatro países del mundo más solventes a la hora de proteger la privacidad de sus ciudadanos, según la consultora BackgroundChecks.org.

El asilo ruso del filtrador agrió las relaciones de Moscú con Washington

El caso Snowden ha sido uno de los temas más discutidos en el año en curso en Rusia. Y el nombre del jóven ex-analista de la CIA no fue omitido durante la tradicional conferencia de prensa del presidente de Rusia, Vladímir Putin, celebrada este jueves. El líder ruso precisó que no conoció personalmente a Snowden ni habló con él, pero que le parece "una persona interesante" ya que gracias a él "ha cambiado algo en la mente de millones de personas, incluso de destacados líderes políticos contemporáneos".

Putin subrayó que Rusia no tenía intenciones de sacar del ex-analista de la CIA alguna información sobre el labor de los servicios secretos estadounidenses: "Hablando en términos profesionales no trabajamos ni hemos trabajado con él en plano operativo y no le fastidiamos con preguntas sobre los detalles del trabajo", señaló.

Edward Snowden pasó 38 días en la zona de tránsito del aeropuerto Sheremétievo de Moscú esperando la solución de su caso y fue obligado por las circunstancias a pedir asilo político a Rusia. La decisión de Moscú de concederle asilo politico temporal el 1 de agosto llevó a un nuevo agravamiento de las tensas relaciones entre Moscú y Washington.

El presidente norteamericano Barack Obama se negó oficialmente viajar a Moscú para encontrarse con su homólogo ruso, Vladímir Putin. Esa reunión estaba prevista en el marco de la cumbre de los líderes del G-20 en San Petersburgo a principios de agosto. Y aunque después el ministro ruso de relaciones exteriores Serguéi Lavrov aseguró que el caso Snowden no afectaría a las relaciones bilaterales, la reunión bilateral de los dos presidentes aplazó y, según fuentes del Kremlin, no se realizará ya en el 2013.

El mismo Lavrov insistó la semana pasada en que en varias instituciones norteamericanas "hay gente dispuesta a hacernos una mala jugada" por dar asilo a Snowden. "No fuímos nosotros los que anularon el pasaporte de Edward Snowden, indispensable para viajar por el mundo, ni fuímos los que escogimos la ruta, lo hizo él mismo. No fuímos los que organizaron horrores como el aterrizaje forzoso del avión del presidente boliviano Evo Morales", agregó el diplomático.

Según Lavrov, el problema consiste en que Rusia y Estados Unidos no han firmado hasta el momento un acuerdo de extradición, aunque Moscú lo había propuesto durtante años. "No niego, en primer lugar lo hicimos para conseguir la extradición de personas acusadas en Rusia de cometer graves crímenes, incuso actos terroristas, que ha encontrado refugio en el territorio de EE.UU. y a quienes no nos entregan ni entregarán nunca", concretó Lavrov. Pero Lavrov dejó entre paréntesis otros casos de extradición deseada – los de Victor But y Konstantín Yaroshenko, acusados ambos en EE.UU. por tráfico de armas.

Crisis diplomática entre Brasil y EEUU

Las revelaciones del exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) tuvieron especial repercusión en Brasil. No solo porque el periodista que recibe los archivos de Snowden, Gleen Greenwald, cambió Nueva York por Río de Janeiro para escribir, sino porque afectaron a la propia presidenta. La primera semana de julio, solo un mes después de que The Guardian publicase que los Estados Unidos registraban comunicaciones en cualquier parte del planeta, Brasil se despertaba con que las llamadas e emails de millones de sus ciudadanos aparecían en los registros de la NSA. Hubo condena, pero también cautela por parte del Gobierno Rousseff, hasta que en septiembre un programa de televisión, con el que colaboró Greenwald, revelaba que también se espiaron los emails y las llamadas de la propia presidenta y su círculo de colaboradores, además de los ordenadores de la petrolera estatal Petrobras. Rousseff escenificó su enfado cancelando la visita oficial a los EE UU prevista en octubre y, junto con sus ministros, insistió en la idea de que el episodio era un claro caso de espionaje económico, lejos de la lucha contra el terrorismo. La presidenta pasó semanas pidiendo explicaciones que, al menos públicamente, no llegaron al pueblo brasileño. Pueblo que, con casi un millón y medio de firmas a través de la web Avaaz.org, se está movilizando para presionar a su país para que conceda asilo político a Snowden.

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