Kosovo vuelve la vista a Serbia
La formación de Gobierno en Prístina tras meses de bloqueo alienta el diálogo con Belgrado
Tras seis meses de bloqueo, Kosovo ha salido de la parálisis institucional. Las dos mayores formaciones políticas del país balcánico han llegado esta semana a un acuerdo para formar gobierno. El pacto acaba una situación que estaba frenando las necesarias reformas económicas en el país, seriamente tocado por la crisis; también las conversaciones para la normalización de las relaciones con Serbia –de la que proclamó su independencia en 2008--. El nuevo Gobierno de coalición entre el Partido Democrático (PDK) y la Liga Democrática (LDK) --dos partidos de centro derecha, el primero más liberal y el segundo más conservador-- tiene ahora por delante completar la aplicación del histórico acuerdo entre Pristina y Belgrado, firmado en 2013 bajo el auspicio de la UE, que abre el camino de la integración europea.
Y es que desde julio, cuando el PDK ganó las elecciones sin mayoría absoluta y no pudo formar gobierno, las conversaciones de alto nivel entre Serbia y Kosovo se habían detenido –aunque las negociaciones técnicas se mantuvieron, pero al ralentí--. Para Belgrado, candidato a entrar en el club comunitario, y en negociación activa desde enero, avanzar en el diálogo es imprescindible. Así lo exige Bruselas --y sobre todo y de manera tajante, Alemania--. Serbia, explica Michael Davenport, embajador de la UE en Belgrado, debe trabajar en sus relaciones con Kosovo antes de que se abra el melón del resto de capítulos que el país debe completar para su integración, prevista para 2020.
El prometedor acuerdo firmado en abril del año pasado –y en el que la UE puso serio empeño-- no ha abierto un camino tan fluido como algunos esperaban. Aunque sí hay avances: Serbia reconoce ya el pasaporte kosovar cuando esos ciudadanos transitan por su territorio, se están abriendo más oficinas de relación entre Pristina y Belgrado y la situación en los puntos de cruce es algo mejor; aunque de vez en cuando se producen disturbios en Mitrovica, el más conflictivo. “Son pequeños pasos, pero muy importantes para el proceso de normalización”, comentó Davenport hace unos días en una reunión con periodistas europeos en Belgrado, a la que EL PAÍS asistió invitado por la Comisión Europea.
La estabilidad de Kosovo (1,8 millones de habitantes, la mayoría de etnia albanesa), uno de los países más pobres de Europa y que registra casi un 30% de paro, es fundamental para avanzar en el deshielo de las relaciones entre ambas partes. Tras el acuerdo, el líder del LDK –hasta ahora en la oposición--, Isa Mustafa, será el primer ministro; mientras que Hashim Thaci, del PDK y primer ministro saliente, ocupará el cargo de viceprimer ministro y titular de Exteriores del país. “En la práctica, habrá dos primeros ministros. Tendrán que cooperar”, dice desde Prístina Lulzim Peci, director del Instituto Kosovar para la Investigación Política y el Desarrollo (Kipred), un laboratorio de ideas. El bloqueo, explica este experto, ha afectado seriamente al desarrollo ya raquítico del país. Durante estos seis meses se han aparcado las necesarias reformas en la economía y la justicia, que solo comenzaban a esbozarse. “Esto ha cronificado aún más la crisis por la que atraviesa Kosovo”, afirma Peci, que cree que el nuevo Ejecutivo no dará grandes giros de timón en las conversaciones con Belgrado.
Kosovo y Serbia (7,2 millones de habitantes) tienen pendiente, entre otras cosas, impulsar un acuerdo regional de cooperación y fomentar la investigación de las denuncias por violencia interpuestas por las minorías étnicas (sobre todo de los serbios que viven en Kosovo). También llegar a una solución para el reconocimiento mutuo de diplomas educativos, un problema, por ejemplo, para los 12.000 estudiantes de la universidad de Prístina que funcionan bajo el sistema universitario serbio.
Aunque el deshielo progresa, el asunto sigue siendo muy espinoso para los ciudadanos de ambas partes. En Kalemegdan, una de las calles más turísticas y comerciales de Belgrado, Sonja Mrkobrada, de 30 años, mantiene que Kosovo debería seguir siendo parte de Serbia. “No me interesa la política, pero no se trata de eso. Kosovo es como el alma de Serbia, es la cuna de nuestra cultura”, asegura esta mujer, que trabaja en una empresa de eventos culturales en la capital serbia. Menciona, por ejemplo, Kosovo Polje, un enclave histórico para Serbia, ahora en la parte kosovar, o los monasterios de ortodoxos de Metohija.
Mrkobrada, que sale cargada de bolsas de una pequeña librería y que cuenta que viaja frecuentemente a Prístina “sin ningún problema”, apunta sin embargo que duda que la región vuelva a manos de Belgrado. Su opinión es la misma que el de la mayoría de los serbios. Una encuesta realizada por la consultora especializada en sondeos Ipsos Marketing hace unos meses muestra que el 65% de los serbios ve aún a Kosovo como parte de Serbia; aunque el 63% contestó que asumía que, en la práctica, es ya un estado independiente.
El Gobierno serbio mantiene que el reconocimiento de Kosovo como país independiente no es una opción. En una sala del Palacio de Serbia –la enorme mole de estética comunista que hace años fue el Palacio de Yugoslavia—, el ministro de Interior serbio, Nebojsa Stefanovic, remarca que la meta es la normalización de las relaciones entre ambas partes. “No vamos a reconocer a Kosovo, de hecho hay cinco países de la UE que no lo hacen [entre ellos España]”, insiste Stefanovic en una reunión con periodistas. Tanja Miscevic, jefa del equipo negociador de Serbia con la UE, reconoce que las conversaciones para lograr un acuerdo jurídicamente vinculante no están siendo fáciles: “Es difícil, pero estamos trabajando sobre ello”. El Ejecutivo del serbio Aleksandar Vucic, que ha señalado como su prioridad número uno entrar en la UE, es consciente de que las relaciones con Prístina no pueden volver a congelarse.
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