Marine Le Pen, la hijísima que blanquea el extremismo
La candidata del Frente Nacional creció en la ultraderecha guiada por su padre hasta que lo echó del partido
El despertar político de Marine Le Pen tiene una hora, un lugar y hasta un peso exacto: los cinco kilos de dinamita que a punto estuvieron de acabar con su vida, la madrugada del 2 de noviembre de 1976 en el número 9 de Villa Poirier, una tranquila calle en el acomodado distrito 15 de París.
Hasta entonces, Marine Le Pen era solo Marion Anne Perrine, la tercera y última hija de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne, aunque casi desde su nacimiento, el 5 de agosto de 1968, todos la llamaban Marine. Esa noche Marinou, como también la llamaba su padre, aprendió que ser un Le Pen era algo más complejo. “Hizo falta esa noche de horror para descubrir que mi padre hacía política”, contaría 30 años más tarde en su autobiografía À contre flots (A contracorriente) la mujer que ha conseguido lavarle la cara a la extrema derecha, hasta el punto de que este domingo llega a la segunda vuelta presidencial con una intención de voto de alrededor del 40%.
“A partir de esa noche, ya no lo puedo ignorar. Entro de lleno en la política, y por su faceta más violenta, la más cruel, la más brutal”, dice sobre la bomba que destruyó la vivienda familiar. El atentado, nunca aclarado, les llevó a trasladarse a una mansión cedida por un empresario amigo de la familia en Saint-Cloud, uno de los barrios más ricos de París.
Allí, Marine y sus dos hermanas, Yann —madre de Marion Maréchal-Le Pen, la nieta favorita de Jean-Marie y uno de los dos únicos diputados del FN en el Parlamento nacional— y la mayor, Marie-Caroline, crecerían en un entorno contradictorio: por un lado, la activa vida política de su padre, que hizo de la casona de 400 metros cuadrados rodeada de un espléndido jardín el epicentro del FN y, por otro, la vida de clase alta de sus vecinos y compañeros de escuela, en la que Marine siempre dijo encontrar un entorno hostil por ser hija de quien era.
“Es entonces, a la edad de jugar a las muñecas, cuando tomo conciencia de esa cosa terrible e incomprensible para mí: que a mi padre no lo tratan igual que a los otros, que no nos tratan igual que a los otros”, afirma con un rencor que guarda hasta hoy. Con aquel libro, en 2006, empezó a labrar su camino hacia la cúpula del FN, cuya dirección le cedería su padre cinco años después.
Porque puede que Marine Le Pen abjure ahora de la política de Jean-Marie, al que expulsó del partido en 2015 —“un parricidio”, sigue considerándolo el padre hasta hoy— tras una de sus declaraciones negacionistas del Holocausto. Pero durante años, su ascenso en las filas del movimiento fundado por excombatientes de la guerra de Argelia y simpatizantes del régimen colaboracionista de Vichy estuvo patrocinado por el patriarca de los Le Pen.
Segunda opción
Es posible que Marine hoy no le dirija ni la palabra a su padre, como asegura. Pero fue él el que le abrió el camino en el partido, creando a finales de los años noventa para su hija menor, que ejercía como abogada, un puesto a su medida en la célula jurídica de la formación. Y cuando su hija mayor y primera heredera política, Marie-Caroline, apostó durante la escisión en 1998 del FN por su rival, Bruno Mégret, el legado del partido recayó en la menor del clan. “¿Marine? ¡Es el clon de su padre!”, llegó a decir de ella su madre Pierrette, según recuerda la biografía no autorizada La verdadera Marine Le Pen, una burguesa progre entre los fachas.
Marine, madre de tres hijos del primero de sus dos matrimonios rotos (hoy tiene como pareja a Louis Aliot, eurodiputado y uno de los vicepresidentes del FN) estuvo 15 años sin hablarse con su propia madre, después de que esta huyera de la casa familiar, en 1984. Durante el divorcio, Pierrette posó desnuda para la revista Playboy como “venganza” contra el patriarca. Hoy madre e hija se han reconciliado, hasta el punto de que Marine, que ignoró los mensajes de teléfono que le dejó su padre cuando pasó a la segunda vuelta presidencial, el 23 de abril, invitó a su madre a la fiesta organizada esa noche por la líder del FN en Hénin-Beaumont, su feudo electoral.
“Creo que ellos se siguen queriendo, pero políticamente se ha acabado”, señalaba Pierrette el sábado en Le Parisien respecto a la relación de padre e hija. No siempre fue así. En 2005, pese a que ya había tenido un primer enfrentamiento con su padre por decir que la ocupación nazi “no había sido tan inhumana” —muchos expertos coinciden en que Le Pen hija no es antisemita, aunque mantenga en su entorno a conocidos filonazis—, Marine lo seguía considerando “un patriota visceral, un hombre de Estado”.
Pero ya entonces, tres años después de la derrota de su padre en 2002 en la segunda vuelta electoral a la que había pasado para sorpresa de todos, incluso del FN, Marine era consciente de que el partido tenía que cambiar su imagen. “Cuando vi a todos esos franceses en la calle para decir no a Le Pen, comprendí que la demonización tenía sus límites, que había que cambiar todo eso”, reconoció.
Esa “desdemonización” que emprendió a conciencia a partir de 2011 la ha llevado seis años después hasta el extremo de despojarse del apellido y hasta de las siglas del partido para la campaña electoral que culmina ahora con su segundo asalto al Elíseo.
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