Brexit: la apuesta de Johnson a un solo número
El primer ministro cierra un año fatídico con la única victoria que siempre tuvo en su mano, un acuerdo comercial que permita al Reino Unido sortear una salida catastrófica de la UE
Muchos años antes de que Boris Johnson fuera una estrella política, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow explicó la clave de su éxito: al hombre que solo dispone de un martillo, todos los problemas le parecen clavos. Sus enloquecidas crónicas contra la UE, en su época como corresponsal de The Daily Telegraph en Bruselas, le trajeron fama y contribuyeron a crear un euroescepticismo frívolo y gamberro. Su apuesta por el Brexit en el referéndum de 2016 le acabó aupando al lideraz...
Muchos años antes de que Boris Johnson fuera una estrella política, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow explicó la clave de su éxito: al hombre que solo dispone de un martillo, todos los problemas le parecen clavos. Sus enloquecidas crónicas contra la UE, en su época como corresponsal de The Daily Telegraph en Bruselas, le trajeron fama y contribuyeron a crear un euroescepticismo frívolo y gamberro. Su apuesta por el Brexit en el referéndum de 2016 le acabó aupando al liderazgo del Partido Conservador. Su pulso final con la Comisión Europea para cerrar un futuro acuerdo comercial a partir del 1 de enero le ha proporcionado la única victoria política en un desastroso año ensombrecido por la errática gestión de la pandemia.
Johnson entendió mejor que nadie el error de su predecesora, Theresa May, quien tuvo el mismo destino que Margaret Thatcher y acabó traicionada por sus propias filas. Después de su arrolladora victoria electoral de diciembre de 2019, el recién elegido primer ministro se rodeó en Downing Street de una corte de leales y depuró el grupo parlamentario de voces proeuropeas como las de Kenneth Clarke, Dominic Grieve o David Gauke. En la noche del miércoles, cuando el pacto con la UE se tocaba ya con la punta de los dedos, hizo una ronda telefónica con sus ministros para pedirles que le ayudaran a “vender un acuerdo” que finalmente aseguraba “la soberanía del Reino Unido”. “Yo también soy un gran defensor de la soberanía. Me considero un patriota inglés. Pero creo que mis excompañeros tienen una visión equivocada de lo que eso significa en un mundo como el actual, en el que cualquier acuerdo supone inevitablemente entregar parte de esa soberanía”, reconocía el jueves por la mañana el ex abogado general del Estado, Dominic Grieve, uno de los conservadores que resistió con más entereza las maniobras avasalladoras de los euroescépticos.
Hubo un momento, a lo largo de 2020, en el que Johnson estuvo solo. Los ciudadanos habían pasado página en el debate del Brexit, hartos de un asunto que daban por concluido. El ala dura del partido, la misma que conspiró con todas sus energías para asegurar que se llegara hasta el final en la ruptura con la UE, se reorganizó para dar nuevas batallas. Los diputados que consideraban Bruselas el origen de todos los males encontraron un nuevo enemigo en las restricciones a la libertad impuestas por el Gobierno para combatir el virus. “Yo doy mi trabajo por concluido. El acuerdo, si llega un acuerdo, pertenecerá en exclusiva a Boris Johnson, y ya veremos entonces si es el más adecuado para los intereses británicos”, se lavaba las manos a mediados de año Steve Baker, el cerebro detrás del European Research Group (Grupo de Investigaciones Europeas) que sumó uno a uno los votos para derribar a May y consagrar a Johnson.
A tenor de las portadas del jueves de los tabloides británicos conservadores, que celebraban la piel del oso y lo daban por cazado —”Hallelujah! It´s a Merry Brexmas”, ¡Aleluya, será un Brexmas Feliz!, proclamaba The Daily Mail con un enésimo juego de palabras entre Brexit y Christmas—, Johnson no tendrá complicado lograr el apoyo de los euroescépticos cuando lleve el acuerdo a la Cámara de los Comunes antes del fin de año. Con suerte, logrará una mayoría arrolladora gracias a la oposición. Keir Starmer, el hombre elegido para sacar al Partido Laborista de la ruina en que lo dejó Jeremy Corbyn, quiere dejar atrás una pesadilla que fraccionó a la izquierda británica tanto o más que a los conservadores. Starmer se aferró a la promesa de Johnson, realizada a principios de año, de que el Reino Unido tendría un “acuerdo listo para meter al horno” cuando llegara el momento. Su estrategia fue la de permitir que el primer ministro se cociera en su propio jugo y si, llegado el momento, fracasaba, asestarle el golpe definitivo. “Si no alcanzamos un acuerdo, será un fracaso total y los ciudadanos británicos pagarán un precio muy alto”, decía en el Parlamento el pasado septiembre, cuando más intensa era la sombra de una salida desordenada del Reino Unido de la UE. Starmer deberá ahora dar su apoyo al pacto alcanzado, y gestionar la previsible rebelión de parte de sus filas, que preferiría una abstención o incluso un voto en contra.
Desde una perspectiva racional, Johnson coloca al Reino Unido en peor situación que cuando tomó las riendas hace un año. El acuerdo con la UE no incluye al sector de los servicios, que supone el 80% de la economía del país. Los intercambios comerciales con el continente, aunque no haya aranceles ni cuotas, perderán la fluidez de las últimas décadas y tendrán mucha más fricción. El Gobierno británico ya ha calculado que se necesitarán al menos 50.000 nuevos agentes de aduanas. Escocia está revuelta, y amenaza con un nuevo referéndum de independencia en cuanto la pandemia se relaje. Irlanda del Norte queda más alejada del Reino Unido, y la inercia de la nueva situación unirá cada vez más su destino y sus intereses con Dublín y los alejará de Londres.
Johnson ha tenido que ceder en su política, pero no ha dado un paso atrás en su retórica. Hasta el último minuto ha prometido a los británicos que el Reino Unido “prosperará poderosamente en el futuro, con o sin acuerdo con la UE”. El PIB británico ha sido uno de los más golpeados en Europa, con una caída de más de 11 puntos. La deuda pública se ha disparado, y la promesa de inundar el empobrecido norte de Inglaterra —cuyos votantes laboristas decidieron en diciembre dar un voto de confianza a Johnson— de inversiones en infraestructuras y tecnología se ha comenzado a esfumar. Pero el primer ministro, siempre con el ojo puesto en su futuro lugar en la historia, cierra el año con la promesa cumplida de haber concluido la aventura con la que todo empezó: Get Brexit Done. Cumplir de una vez con el Brexit.