Alerta máxima en la OTAN y en la UE ante los movimientos de Putin
El órgano de dirección de la OTAN se mantiene en guardia constante. La UE intensifica los preparativos ante posibles emergencias migratorias y energéticas provocadas por Moscú
La OTAN se encuentra desde este viernes en alerta permanente ante el riesgo de que Rusia ataque a Ucrania en cuestión de días. La alianza militar occidental da credibilidad a la información obtenida por los servicios estadounidenses de espionaje, que apuntan a una invasión rusa en torno al 16 de febrero. Los aliados occidentales temen, además, que el conflicto en Ucrania derive en una guerra híbrida de Moscú contra Europa, con una peligrosa combinación de presión migratoria sobre las fronteras polacas y ciberataques contra infraestructuras neurálgicas, incluidas las de suministro energético, que podrían condenar a algunos países europeos a apagones o falta de combustible para la calefacción.
La grave situación en el este de Europa ha llevado al Consejo atlántico de la OTAN, donde se sientan los embajadores de los 30 aliados, a declararse en “sesión permanente”, según señalan fuentes de la Alianza en Bruselas. Los embajadores recibieron el viernes por la mañana la grave información procedente de los servicios estadounidenses de espionaje sobre el inicio de una invasión rusa de Ucrania, que tendría incluso, según esas fuentes, una fecha concreta: el 16 de febrero. Poco después, el presidente de EE UU, Joe Biden, convocaba una videoconferencia con los principales líderes del bloque atlántico y de la UE y les transmitía la misma impresión de que la guerra puede ser inminente.
La primera sesión de emergencia de la OTAN convocada por el secretario general de la organización, Jens Stoltenberg, se prolongó el viernes hasta casi las 23.00. Y ya se convocó de inmediato otra reunión del Consejo atlántico para el lunes a las 10 de la mañana. Durante el fin de semana, según fuentes aliadas, se ha pedido a los representantes en Bruselas de los 30 países de la OTAN que se mantengan constantemente en disposición de reunirse de manera inmediata si hubiera alguna alerta inesperada.
La sensación de alarma en Europa también cunde en el terreno civil, ante las imprevisibles consecuencias de un conflicto armado en un país de la talla de Ucrania (más de 40 millones de habitantes) que es, además, una pieza clave para el suministro de gas ruso a los mercados occidentales. Bruselas y Washington han intensificado los contactos en las últimas horas para coordinar una respuesta que evite una crisis energética en Europa de manera fortuita o provocada por el Kremlin.
El Gabinete de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha asumido en las últimas horas la coordinación con EE UU tanto para la imposición de sanciones contra Rusia en caso de ataque a Ucrania como para paliar las posibles consecuencias para Europa, sobre todo, en el terreno energético.
Von der Leyen informó el viernes a sus aliados occidentales, durante la videoconferencia organizada por el presidente de EE UU, Joe Biden, de los esfuerzos llevados a cabo para aumentar el suministro hacia Europa de gas natural licuado, en previsión de un posible corte del gas ruso. Bruselas y Washington temen, además, que puedan producirse apagones o cortes de suministros provocados.
El consejo energético transatlántico, el foro creado por la Comisión y la Administración estadounidense para coordinarse en materia de energía, ha advertido del “creciente riesgo de ciberataques contra las infraestructuras energéticas”. Los países potencialmente más vulnerables serían los Bálticos, dentro de la UE, y los de los Balcanes fuera del perímetro comunitario.
La UE también teme la repercusión migratoria de un choque armado dentro de Ucrania. En 2014, cuando Moscú se apoderó de Crimea y alentó el separatismo de la región del Donbás, cientos de miles de personas emigraron a Polonia, donde se estima que viven 1,4 millones de ucranios. Aquel conflicto, relativamente menor, también dejó millón y medio de desplazados internos que todavía siguen sin poder regresar a sus lugares de origen.
Una nueva agresión de Moscú contra Ucrania podría provocar la salida del país de entre 1,7 millones y 8 millones de personas, según un reciente estudio, en función del territorio que ocupasen las tropas rusas. La inmensa mayoría se dirigirían inicialmente hacia Polonia y, después, al menos una parte, hacia Alemania y otros países de la UE.
Los esfuerzos diplomáticos para evitar un desenlace sangriento continúan. Y este sábado, el presidente estadounidense, Joe Biden, ha telefoneado al presidente ruso, Vladímir Putin, para instarle de nuevo a replegar sus tropas. El presidente francés, Emmanuel Macron, que visitó Moscú el pasado lunes sin lograr ningún avance conocido, también ha telefoneado a Putin para buscar una salida negociada a la crisis.
Por si acaso, EE UU y varios aliados han empezado a evacuar de Kiev a parte de sus legaciones diplomáticas. Otros, entre ellos España, han pedido a sus nacionales que abandonen Ucrania cuanto antes por sus propios medios. “Seguimos pensando que una incursión [de las tropas rusas] en Ucrania puede ser inminente”, ha alertado la ministra británica de Exteriores, Liz Truss, informa Rafa de Miguel.
Durante un encuentro en Londres con EL PAÍS y un reducido grupo de medios, Truss ha señalado que durante su reciente visita a Moscú advirtió al ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, de que “el coste [de la agresión] sería muy grave porque habrá sanciones, pero sobre todo porque los ucranios responderán, y derivaría en un conflicto amplio que amenazaría a la propia estabilidad en Europa”.
Los aliados occidentales han descartado entrar en el campo de batalla ucranio para enfrentarse a las tropas rusas. Pero el riesgo de que una agresión rusa desestabilice toda la zona ha llevado a la Alianza reforzar sensiblemente su presencia en los países del Este, en particular en Polonia y Rumania, fronterizos con Ucrania, y en Bulgaria, país costero de un mar Negro que podría ser parte del escenario bélico.
EE UU ha desplazado 3.000 soldados hacia la frontera este de la OTAN y el viernes anunció el envío de otros 3.000. Alemania e Italia han enviado aviones de combate a Rumanía, y España, a Bulgaria. Y los roces aéreos entre la OTAN y Rusia son constantes en el espacio aéreo de los países bálticos. En este mes de febrero, según la OTAN, aviones estadounidenses, británicos y noruegos ya han interceptado varios aviones rusos (SU-35 y Mig-31) y un avión de repostaje suministrando combustible en pleno vuelo a bombarderos rusos.
Los avisos de Biden sobre la inminencia de un ataque ruso se recibieron inicialmente con cierto escepticismo en el Viejo Continente. La falsa alarma de la primavera de 2021, cuando Putin también acumuló tropas junto a la frontera ucrania, abría la esperanza de que en esta ocasión también se tratase simplemente de una treta de Moscú para forzar una negociación con Washington y la OTAN.
Pero fuentes europeas reconocen ahora que la inmensa movilización de tropas rusas (más de 130.000 efectivos en Rusia y Bielorrusia) y el coste financiero y logístico de tamaña operación muestran que Putin está dispuesto a lanzar una ofensiva que podría ocupar, como mínimo, la mitad de Ucrania que se sitúa al este del río Dnieper. EE UU cree que el día elegido para el ataque podría ser el 16 de febrero.
La fecha encaja con los preparativos acometidos por el presidente ruso, Vladímir Putin, que ha logrado acumular un formidable despliegue de fuerzas junto a las fronteras septentrionales y orientales del territorio ucranio. Fuentes aliadas opinan que Moscú no puede mantener mucho tiempo una operación de esa envergadura sin lanzar un fulminante zarpazo o abrirse a una retirada negociada que cada vez se considera más improbable.
Esas fuentes otorgan credibilidad a la información facilitada por EE UU. Y suponen que después del fiasco de 2003, cuando Washington arrastró a sus aliados a una guerra en Irak basándose en información falseada, EE UU no puede jugarse de nuevo la reputación y credibilidad de sus servicios de espionaje, que quedó dañada gravemente por el fiasco de las supuestas armas de destrucción masiva del régimen iraquí de Sadam Husein.
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