Anielle Franco: “Si he llegado hasta aquí, es por Marielle y por mi madre”
La ministra de Igualdad Racial de Brasil y hermana de Marielle Franco, asesinada hace cinco años, habla en esta entrevista con EL PAÍS sobre la presencia femenina en la política, racismo, el derecho al aborto y el daño causado por Bolsonaro
La vida de Anielle Franco dio un giro radical e inimaginable con el asesinato que le arrebató a su única hermana y sacudió Brasil hace exactamente cinco años, el 14 de marzo de 2018. A Marielle Franco, una concejala izquierdista de Río de Janeiro con carisma y una prometedora carrera política, le descerrajaron cinco tiros. Un crimen con la firma de profesionales. Tenía 38 años, la edad que tiene ahora su hermana pequeña, que desde enero es ministra de Igualdad Racial. Anielle era una joven madre que se ganaba la vida como profesora de inglés en colegios privados. Antes fue profesional del voleibol, estudió dos carreras y vivió en Estados Unidos. Pronto saltó a la esfera pública como guardiana de la memoria y el legado político de su hermana mayor. “Si he llegado hasta aquí, es por Marielle y por mi madre”, dice en su despacho del ministerio.
A la entrada de su gabinete y encima de su mesa de trabajo, sendas pañoletas amarillas con su rostro y el lema “Justicia para Marielle”. Espera que a los sospechosos de matarla, dos policías militares encarcelados hace cuatro años, los juzguen pronto. Pero sobre todo, ella y sus padres quieren saber quién ordenó matarla.
La ministra recibe a EL PAÍS para esta entrevista, realizada para el proyecto Lideresas de Latinoamérica, en su despacho de Brasilia el 8-M, Día Internacional de la Mujer, una fecha que siempre fue especial en su casa. Acaba de asistir a la ceremonia en la que el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, ha decretado que el 14 de marzo es el Día Marielle Franco contra la Violencia Política por Raza y Género. “Es un día que da un poco de sentido al esfuerzo (de estos años) y hace que la lucha, el trabajo arduo… valgan la pena. Todavía faltan muchas mujeres en la política. Mari [como se refiere a su hermana] siempre solía decir que soñaba con un 50/50 como mínimo”. Esta imponente mujer de sonrisa fácil que desborda entusiasmo, admite: “Todavía estamos un poco lejos de eso”.
Este martes se cumplen cinco años —”media década”, apunta— de la travesía que la llevó del luto a la lucha. Es una de las protagonistas de la transformación que vive la democracia en América Latina. Como mujeres negras criadas en una favela carioca, las Franco encarnan un cambio incipiente y aparentemente imparable en las estructuras de poder en Brasil. Personas como ellas, excluidas durante siglos, van abriendo grietas en el dominio de los hombres blancos de clase media-alta.
El trabajo al frente del Instituto Marielle Franco le dio una proyección que su hermana nunca tuvo en vida. Tras rechazar ofertas de presentarse a las elecciones al Congreso, aceptó la invitación presidencial. “En estos cinco años estaba convencida de que solo cambiaría mi vida y mi opinión por algo muy grande. Y no hablo de dinero. La vuelta del presidente Lula al Gobierno, tras la cárcel, y seis años de desgobierno [los transcurridos desde el impeachment de Dilma Rousseff], significaba mucho para mí”. El líder de la izquierda brasileña fue persuasivo: “Me senté frente a él, me miró y dijo: ‘Sabes que estás obligada a aceptar mi invitación”.
La revista Time la acaba de nombrar una de las 12 mujeres del año. Hace un lustro recogió el relevo de su hermana, dejó la enseñanza y se dedicó a impulsar la entrada en política de otras mujeres negras y mestizas. “No basta elegir mujeres negras, conseguir que sean candidatas. Tenemos que cuidarlas, protegerlas, porque hay una pregunta que todavía me persigue. ¿Cómo es que nadie nos dimos cuenta de la enorme fuerza de Marielle, de que era necesario protegerla? No tenía protección. Nadie pensó nunca en eso, creo que ni ella misma. (…) Como dice Angela Davis: ‘Cuando una mujer se mueve, remueve toda la estructura social’, y Mari [como cariñosamente llama a su hermana mayor] removió muchas cosas importantes”. Marielle respondió sin amedrentarse al machismo de otros políticos, criticó la corrupción y la violencia policial, a los diputados corruptos, el poder de las mafias de antiguos uniformados en Río… Además era bisexual, madre de una adolescente y estaba casada con otra mujer. También la ministra despierta un odio feroz y sufre frecuentes amenazas.
Como las políticas en el resto del mundo, las brasileñas sufren una hostilidad mayor que sus colegas varones, sea en el hemiciclo o las redes sociales. Un estudio del Instituto Marielle Franco, que creó la familia y ella dirigió hasta asumir como ministra, constató que más del 98% de las candidatas en las últimas municipales sufrió algún tipo de violencia política, la inmensa mayoría, ataques en redes. Recuerda que las políticas negras y mestizas encuestadas denunciaban hasta “siete u ocho tipos de violencia política sin que los partidos las ayudaran”. Bolsonaro y el bolsonarismo son ejemplo emblemático de esa estrategia de virulencia misógina.
Lula preside el Gabinete con más mujeres que Brasil ha tenido nunca, pero a duras penas llegan a un tercio. La situación en el Congreso es bastante peor. Suponen solo el 17%, muy por debajo de la media mundial; Y solo un 2% de sus señorías son mujeres negras, aunque son el 28% de la población en este país que instauró el voto femenino hace 90 años.
“Los hombres blancos no quieren ceder esos espacios de poder, pero los vamos a tomar porque estamos capacitadas. ¡Qué bueno que tenemos el ejemplo de Francia Márquez en Colombia!”, dice antes de recalcar que Lula también ha nombrado sendas mujeres al frente de dos bancos públicos.
Pero, en términos de presencia femenina en el ámbito político, Brasil sale muy desfavorecido si se compara con los principales países de la región. Basta mirar a México, con un 50% de parlamentarias, a Colombia y Argentina (con sendas vicepresidentas del Gobierno) o a Chile (con un Gabinete paritario y un presidente feminista). Confiesa que le resulta duro asumir que “Brasil es tan retrógrado”.
Las hermanas Franco fueron niñas estudiosas, de misa dominical y baile funk. Crecieron en un hogar politizado en la favela de Maré, una de las mayores de Río de Janeiro. “Crecí siendo lulista, vistiéndome de rojo. Una vez mi hermana y yo nos llevamos una doble bronca porque le mentimos a nuestra madre y nos fuimos al centro (de Río) a hacer campaña”. Pasado el enfado, doña Marinete se mostró más comprensiva. Aunque Marielle siempre destacó como la activista combativa mientras Anielle estaba volcada en el voleibol, la vena política les viene de familia. “Mi abuela materna y mis tías se movilizaron durante la dictadura para proteger a mujeres”, recuerda. Cuenta que su madre, una abogada que el día de la entrevista estaba de visita en el ministerio, trabajó de empleada doméstica para pagarse la carrera de Derecho.
Clave en la vida y la trayectoria de la ministra, la década larga que vivió en Estados Unidos. Cuando a los 16 años consiguió una beca para jugar allí al voleibol, la familia puso todo el empeño en reunir dinero para que pudiera mudarse. Allí estudió periodismo y relaciones étnico-raciales y cobró el mejor sueldo de su vida, según contó en una reciente entrevista. Le pagaban 150 dólares a la hora por ejercer de traductora para los inmigrantes irregulares brasileños recluidos en una penitenciaria de Texas.
Inolvidable también cuán diferente fue la acogida en Estados Unidos cuando regresó en febrero como ministra, junto a Lula, para reunirse con Joe Biden. “En aquel momento pasó una película por mi cabeza. Entrar en EE UU es muy distinto cuando no vas en una comitiva presidencial… Entonces, me olfateaba el perro, en inmigración preguntaban por el visado, que a qué iba… Y yo explicaba con dulzura que iba a estudiar. ¡Hasta me llegaron a confundir con una prostituta!”, explica.
Aprovechó para decirle al presidente de EE UU que ambos países, marcados por el legado de la esclavitud, tienen un amplio terreno en el que colaborar. “Porque los problemas que tienen allí, los tenemos aquí. Es George Floyd, es Marielle Franco…”.
El desafío que afronta como ministra de Igualdad Racial es descomunal porque la deuda histórica de Brasil con los descendientes de los cinco millones de africanos trasladados a la fuerza a lo largo de más de tres siglos es inmensa, y de consecuencias cotidianas para el 56% de los brasileños mestizos o negros. Más aún de la mitad más vulnerable, las mujeres. Necesitará colaborar con otros ministerios.
Como considera imposible señalar una sola prioridad como ministra, apunta cinco asuntos de peso que se complementan: la violencia, el acceso a la salud, el hambre (porque el 70% de los que sufren hambre son negros o mestizos), el acceso a la educación, las cuotas universitarias (“yo también soy fruto de las cuotas”, suele decir orgullosa), y el acceso a la tierra, crucial para explicar el origen histórico de la desigualdad actual.
Entre lo muy urgente, la violencia. “El primer tema del que tenemos que hablar es el genocidio de la población negra. Cada cuatro horas una persona negra es asesinada (…), estamos en una necropolítica, creen que somos descartables”, declara indignada. Conoce bien la violencia, incluida la que ejerce el Estado brasileño: lo aprendió en el día a día en su barriada. “Me cansé de saltar cuerpos, de que me impidieran salir de mi casa para estudiar o trabajar muchas veces por la violencia estatal”. La semana pasada, Maré, donde creció, tuvo dos días de operaciones policiales intensas. Los datos oficiales son realmente estremecedores. El año pasado la policía brasileña mató a 6.000 personas, la mayoría, negros; son 500 víctimas al mes. La estadounidense mató a un centenar al mes.
El miedo de las madres negras de Brasil a que sus hijos no regresen a casa es cotidiano. “Tenemos que pensar en una manera de limpiar la policía para que entiendan que, cuando entras a una favela, hay gente de bien, gente que trabaja. No podemos ser percibidos solo como una amenaza. Necesitamos una policía más racializada, alfabetizada, más humanizada, no una policía de guerra”.
Franco es partidaria de abordar dos de los debates que se han abierto paso en América Latina, pero todavía son tabú en Brasil. Apuesta por abordar la despenalización de drogas en el marco de la discusión sobre seguridad pública. Y sobre el derecho a la interrupción del embarazo, es clara: “Siempre es momento de debatir el aborto, primero, el legal”. Cree que la prioridad ahora debe ser garantizar que todas las brasileñas, también las negras y más pobres, que mueren más que las blancas en abortos clandestinos, tengan acceso a la interrupción en el sistema público de salud en los tres supuestos legales: violación, riesgo para la salud de la mujer y cuando el feto no tiene cerebro (anencefalia).
Después, quisiera que el debate se ampliara a la despenalización porque “el cuerpo es de la mujer. Ya estamos cansadas de tener a una banda de hombres decidiendo sobre nuestros cuerpos”. Pese a los avances en América Latina y a que cada dos días una brasileña muere en un aborto clandestino, el ambiente político es extremadamente hostil por el conservadurismo imperante y el poder de las iglesias evangélicas.
El año pasado, el último del mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro, el presupuesto para combatir la violencia contra las mujeres fue el menor en una década. Y eso tiene consecuencias, recalcan los especialistas. “Las agresiones físicas, las ofensas sexuales, los abusos psicológicos se han vuelto aún más frecuentes en las vidas de las brasileñas. El acoso sexual, en el trabajo, el transporte público, ha alcanzado cotas inimaginables. Y estamos ante un aumento agudo de la violencia física más grave”, alerta un reciente informe del Fórum Brasileño de Seguridad Pública. Entre sus datos más escalofriantes, estos dos: 1.410 brasileñas fueron asesinadas en 2022 por el mero hecho de ser mujeres, casi cuatro al día; y un millón sufrieron un intento de agresión con arma blanca o de fuego; casi una de cada cien brasileñas. Destaca la ministra Franco que también aquí la desigualdad racial es evidente: “Crece la violencia contra las mujeres negras y disminuye contra las blancas”. Y en los últimos años las políticas públicas para combatir esa lacra se han debilitado, destaca.
Durante estos años se ha hablado mucho del retroceso impulsado por el anterior presidente, Jair Bolsonaro, en la política medioambiental. Pero menos del daño a las políticas sobre raza y género. “Está el destrozo de las partidas presupuestarias. Empezamos 2023 con apenas cuatro millones (770.000 dólares para el Ministerio de Igualdad Racial). Odiaba a las mujeres y personas negras. Ignoraba los números que prueban que las mujeres negras siguen en la base de la pirámide en materia profesional, de acceso a la salud, a la educación, pero están en la cima de la pirámide cuando hablamos de violencia”.
Recuerda que este departamento que ahora es ministerio era una secretaría. Pero ese no era el único problema: “Las personas que la dirigían creían que la cuestión racial no era importante. Así que retomar la tarea desde ese punto requiere reestructurar, reconstruir y restablecer políticas públicas”.
Sus dos hijas ya han empezado el colegio en Brasilia. Y el espíritu de Marielle la acompaña a diario. A menudo piensa que la que debía estar allí es su hermana, como cuando la entrevistaron en un mítico programa de la televisión brasileña con el que crecieron, entró en el Gobierno o en la lista de Time. “Cuando llego al ministerio, pienso en el proyecto de mi hermana”.
¿Y dónde cree que estaría Marielle si no la hubieran asesinado hace cinco años? “Tengo la certeza absoluta de que habría llegado a senadora de la República, ese era su gran sueño”.
EL PAÍS ofrece en abierto el proyecto Lideresas de Latinoamérica, en colaboración con la fundación Luminate por su aporte al impulso de la democracia en la región y el fortalecimiento de los derechos de las mujeres. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.