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Dominique de Villepin, ex primer ministro de Francia: “Por cada bomba sobre una ambulancia en Gaza, nacen decenas de terroristas”

El veterano político, que en 2003 dijo ‘no’ a la invasión de Irak en un celebrado discurso en la ONU, alerta a Israel ante los riesgos de la guerra masiva en Gaza: “El antídoto del terrorismo no es la venganza; es la justicia”

El ex primer ministro francés Dominique de Villepin, fotografiado en el exterior del edificio de la Asamblea Nacional de París, el pasado 7 de noviembre.
El ex primer ministro francés Dominique de Villepin, fotografiado en el exterior del edificio de la Asamblea Nacional de París, el pasado 7 de noviembre.Samuel Aranda
Marc Bassets

“El terrorismo no se erradica con bombas, porque una vez se ha metido en los corazones y en la cabezas, prolifera”, dice Dominique de Villepin (Rabat, 69 años), exministro de Exteriores y ex primer ministro de Francia. “Por cada bomba que cae sobre una ambulancia o una escuela de Gaza, decenas de nuevos terroristas nacen y se levantan. Es esto lo que hay que entender. Lo vengo diciendo desde hace más de 20 años”.

Con su aire de dandy decimonónico, Villepin tiene también algo de viejo rockero. Un Mick Jagger de la política y la diplomacia, aunque una década más joven. Se mantiene en forma, como el original, y brinca, aunque sea dialécticamente. Cada entrevista con él es una performance. Como un concierto con los grandes éxitos. Su éxito, su Satisfaction particular, es el discurso que pronunció el 14 de febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Él dirigía entonces la diplomacia francesa. Estados Unidos estaba a punto de invadir Irak. Y con la oratoria vibrante y florida del diplomático, lanzó una advertencia contra los peligros de la invasión. El tiempo le dio la razón.

Han pasado 20 años. Desde que dejó la política ha ejercido de consultor internacional y es coleccionista de arte. El pasado 7 de noviembre, en un reservado de la brasserie Le Bourbon —y ante una audiencia más reducida que en su momento estelar: cinco corresponsales de la red de medios europeos LENA— es como un revival. Lo que entonces era la invasión de Irak, ahora es la guerra israelí en Gaza tras el ataque de Hamás contra Israel hace justo un mes. El escenario y el contexto han cambiado. El mensaje, no tanto.

“Lo que ahora digo, lo digo como amigo de Israel, del mismo modo que en 2003 hablé como amigo de Estados Unidos”, dice Villepin. “¿Quiénes eran entonces sus verdaderos amigos? ¿Los que apoyaban la guerra a todo precio?” Cita, entre otros, al británico Tony Blair y al español José María Aznar. “¿O era Francia que, por realismo y amistad, decía: ‘No hagáis esta tontería’? Pues bien, hoy lo digo de nuevo y es necesario que los países europeos tomen consciencia: no es ser amigo de Israel animarle en esta política de la fuerza, porque es un callejón sin salida y nos acabará llevando a una batalla frente contra frente, Occidente contra el resto del mundo, civilización contra civilización, lo que supone una perspectiva terrorífica”. Y añade: “Existe el riesgo de que, a base de incomprensiones, se enciendan frentes interiores”. “Por eso”, completa, “debemos estar del todo movilizados ante el aumento, tanto en Francia como Alemania y otros países europeos, del antisemitismo”.

Cuando hace estas reflexiones, el ex primer ministro lleva casi media hora respondiendo a la primera pregunta, sin interrupción. Como una conferencia. O como si recrease el discurso de la ONU. Después ya vendrá el resto de preguntas.

Dominique de Villepin, fotografiado en el exterior del edificio de la Asamblea Nacional de París, el pasado 7 de noviembre.
Dominique de Villepin, fotografiado en el exterior del edificio de la Asamblea Nacional de París, el pasado 7 de noviembre.Samuel Aranda

Tres guerras simultáneas

Villepin explica que Israel libra ahora tres guerras simultáneas y solo una es aceptable, a su juicio. La primera es lo que llama “una guerra de asedio” en Gaza. Inaceptable. La segunda, los “bombardeos masivos” que buscan “romper toda posibilidad de resistencia” y que él considera “una estrategia no solo inoperante sino contraproducente”. Inaceptable, de nuevo. La tercera es la intervención terrestre con objetivos militares y precisos. Esta es más aceptable. “La erradicación de Hamás es ilusoria”, dice en referencia al objetivo fijado por Israel. “El único objetivo militar creíble”, defiende, “me parece que es la eliminación de los responsables de Hamás y del horror del 7 de octubre, y esto significa operaciones terrestres puntuales, sin duda más peligrosas para el ejército israelí”.

Sostiene Villepin que “no se pueden librar guerras en el siglo XXI como se libraban hace 70 o 100 años”. Piensa en los bombardeos aliados sobre Alemania o Japón durante la II Guerra Mundial. “Hoy”, dice el veterano diplomático, “si no se toman en cuenta las poblaciones civiles, se obtiene un resultado inverso al deseado. Por eso pienso que Israel está librando la guerra de ayer, una guerra obsoleta que lleva a la escalada y nos arrastra, también a nosotros, los países occidentales, a lo lógica de lo peor”. Alude a las guerras “que empiezan, pero no terminan”, como las que Estados Unidos y Occidente lanzaron en Irak y Afganistán tras los atentados de 2001. Son fracasos, dice, que “hacen el juego a quienes quieren desestabilizar la escena internacional”. Hoy, Rusia o Irán.

Está convencido de que “la guerra contra el terrorismo no se gana con ejércitos, sino que implica una estrategia política”. “Y es por ello”, añade, “que hay que distinguir la respuesta por medio de la fuerza, a menudo alimentada por la venganza, de la respuesta por medio de la justicia. Lo que permite responder al terrorismo es la justicia”.

La palabra “justicia”, contrapuesta a “venganza”, la repite como un estribillo. “Para salir del ciclo de violencia y de venganza, no hace falta solamente una política que se apoye en la fuerza, que es vana, y estas son las mismas palabras que empleé en la época de la guerra de Irak. Hace falta una estrategia política”, dice. “El antídoto es salir de la venganza y restablecer la justicia. Y no hay justicia posible sin la creación de un Estado palestino”.

Durante la conversación, de más de una hora, el hombre que dijo no en la ONU aludirá varias veces a la guerra de Irak y a 2003. Entonces él era el ministro del presidente Jacques Chirac y hoy él sigue encarnando, quizá en solitario, la tradición chiraquiana. Algo de gaullismo —una defensa desacomplejada y a veces grandilocuente de los intereses franceses en busca del equilibrio entre potencias— combinado con tercermundismo —la atención al mundo árabe y lo que ahora se denomina el sur global y el escepticismo ante todo intervencionismo en nombre de la democracia o los derechos humanos. Con sus intervenciones en las últimas semanas, ha cosechado más aplausos de la izquierda crítica con Israel que en su familia política de origen: la derecha.

Villepin ve una “trampa múltiple” para Francia, Europa y Estados Unidos en el mundo actual. “La primera [trampa] es el occidentalismo, un Occidente antaño triunfante que intenta mantener su dominio, pero el mundo ha cambiado”. La segunda es el militarismo. La tercera, “el democratismo”. Es decir, “creer que, por ser democracias, tenemos derecho a imponer nuestros valores al resto del mundo”. Y la cuarta, el “moralismo”. “Demasiado a menudo”, lamenta, “se trata de una moral de geometría variable, una moral de doble rasero”. “Miren lo que se hace con Ucrania y lo que se hace con Oriente Próximo: resulta que no es lo mismo. En un caso se defiende el derecho internacional; en el otro, no. Y esto el mundo entero lo ve, y esto crea un abismo entre ellos y nosotros”.

Dominique de Villepin, poeta y ensayista además de sus otras profesiones, se levanta al terminar la entrevista. De niño y adolescente vivió en Venezuela, por el trabajo de su padre. Se despide con unas palabras en español. Un acento dulce, americano. “Es el mismo acento de Hugo Chávez”, sonríe.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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