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Las guerras de Ucrania y Gaza elevan el peligro del uso de armas nucleares en el mundo

El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo alerta de que el arsenal atómico no desempeñaba un papel “tan destacado” en la diplomacia desde la Guerra Fría

Lanzadores de misiles balísticos intercontinentales, en el desfile militar del Día de la Victoria en Moscú, el pasado 9 de mayo.
Lanzadores de misiles balísticos intercontinentales, en el desfile militar del Día de la Victoria en Moscú, el pasado 9 de mayo.YURI KOCHETKOV (EFE)
Diego Stacey

Hace poco más de dos años, en enero de 2022, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y China coincidían en que “una guerra nuclear no se puede ganar y nunca debe librarse”, según expresaron en un comunicado conjunto. Un mes después, el ejército ruso invadía Ucrania y hacía saltar por los aires cualquier tipo de consenso sobre el uso de este tipo de armas. Desde entonces, el peligro de que algún líder recurra al botón nuclear en alguno de los conflictos activos —a los que en octubre pasado se sumó la guerra en Gaza— ha hecho que las potencias nucleares modernicen su arsenal en un contexto global en el que cada vez más se presume del inventario, pero en el que el hermetismo se ha convertido en la norma.

Este es el panorama que dibuja el informe anual del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), publicado este lunes, que analiza las tendencias de los nueve países con arsenal atómico. “Hemos tenido un tabú a las armas nucleares durante 75 años [tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki], pero ahora están tan normalizadas en el debate que, en una crisis, los líderes pueden sentirse obligados a recurrir a ellas”, advierte Matt Korda, investigador del instituto sueco.

La cifra total de cabezas nucleares listas para usarse en el mundo sigue subiendo, en parte por el empuje de China. Mientras que Estados Unidos y Rusia mantuvieron relativamente estables sus arsenales nucleares (con 3.708 y 4.380 ojivas, respectivamente) durante 2023, Pekín impulsó su depósito en un año de 410 a 500 cabezas, por encima del aumento de otras potencias como la India o Corea del Norte.

Este crecimiento se explica sobre todo por la probabilidad de que China considere que su arsenal ya no tiene el suficiente peso en comparación con otras potencias, según especula Korda. “Hace unas décadas, Pekín podía estar satisfecho con tener solo 200 cabezas nucleares, pero ahora ve que EE UU y Rusia están construyendo defensas avanzadas contra misiles y que tienen capacidades avanzadas de defensa que podrían eliminar sus armas”, sostiene el experto.

El caso chino es un buen ejemplo para mostrar el alto grado de tensión entre las potencias atómicas durante los últimos meses. Según el informe, las armas nucleares no desempeñaban un papel “tan destacado en las relaciones internacionales” desde la Guerra Fría. Este planteamiento se ha visto reflejado en las declaraciones de numerosos líderes en los últimos meses, que usan su poderío nuclear como método de disuasión.

El presidente ruso, Vladímir Putin, ha amenazado en diversas ocasiones con armas capaces de “destruir la civilización” y ha afirmado que Rusia está “preparada para una guerra nuclear”. Hace apenas una semana, Moscú llevó a cabo maniobras nucleares junto con Bielorrusia. En la misma línea, uno de los ministros del Gabinete de guerra de Israel en el Gobierno derechista de Benjamín Netanyahu, aseguró en noviembre que lanzar una bomba atómica sobre la franja de Gaza era “una posibilidad”. Líderes de países como Corea del Norte o Pakistán también han hecho afirmaciones intimidantes.

Sin embargo, resalta Korda, no se puede dejar a un lado el papel de Occidente: “La OTAN también ha dado señales firmes de que tiene poder nuclear. Es muy cuidadosa y no hace declaraciones porque no quiere sonar tan beligerante como Rusia. Pero si nos fijamos en sus ejercicios militares, muchos son cerca de la frontera rusa”.

Más secretismo

A pesar de estas demostraciones de fuerza, el Sipri argumenta que cada año hay menos transparencia en lo relacionado con las armas atómicas. Rusia suspendió en febrero de 2023 de manera unilateral el Tratado sobre Reducción de Armas Estratégicas (New START), creado en 2010 para intercambiar datos con EE UU sobre sus fuerzas nucleares dos veces al año. Washington mantuvo su parte del trato al revelar las cifras el primer semestre de 2023, pero desde entonces dejó de hacerlo. Lo mismo hizo Londres, uno de sus mayores aliados. “Desde hace tres años no sabemos mucho del tamaño del arsenal británico, pese a que previamente era uno de los países más transparentes en este aspecto”, denuncia el experto.

“Irónicamente, algunos de los Estados más autoritarios son algunos de los menos opacos”, añade el experto. Uno de los ejemplos más claros es Corea del Norte, que, aunque es uno de los países con mayor hermetismo en casi cualquier aspecto, es de los que más presume de su capacidad atómica. “Allí se hacen desfiles de misiles, se muestran fotos y todo es un mensaje de su fuerza”, indica.

El Sipri consigna que el régimen de Kim Jong-un ha ensamblado al menos unas 50 cabezas nucleares, unas 20 más que hace un año (es el país que más crece después de China). Además, desde septiembre, la Constitución consagra el estatus de Corea del Norte como un “Estado con armas nucleares”. Su arsenal, según una nueva ley, debe estar “listo para la acción” y puede utilizarse de forma preventiva, en contradicción con la doctrina generalizada de no first use, es decir, de contención, en la que los países se comprometen a responder pero no atacar.

El regreso de Trump

La cumbre del G-7 cerró la semana pasada con reclamos a Corea del Norte e Irán por su respaldo a Rusia en la guerra con Ucrania y con un elefante en la habitación: el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en las elecciones de noviembre. Pero, ¿qué significaría esto en materia nuclear? “[Con Trump] siempre hay un elemento de imprevisibilidad. Sin embargo, podemos ver que durante su mandato (2017-2021) envió mensajes a sus aliados para que no dejaran su seguridad exclusivamente en manos de EE UU”, apunta Korda. Como en febrero, cuando el candidato republicano puso en duda la base funcional de la OTAN, al declarar que Washington no defenderá a aquellos socios de la Alianza que no cumplan con el objetivo de gasto del 2% del PIB.

El experto subraya también el caso de Corea del Sur, un país que cuenta con los medios técnicos para forjar su propio arsenal nuclear y que, además, cuenta con el apoyo de gran parte de la población en esta materia ante la amenaza del Norte. “El mensaje que envía Trump es que otros países desarrollen armas nucleares para su propia seguridad. Eso haría que más líderes tengan acceso [al botón nuclear] y todos ellos están sujetos a sus propios caprichos e irracionalidad”, añade.

De cara al futuro, preocupa también cómo se desarrolle la tensión bélica en Oriente Próximo. Irán sigue enriqueciendo uranio y está muy cerca de la línea del desarrollo nuclear, como señala el informe. Según Korda, que Teherán cruce o no ese límite dependerá de un cálculo político, más que estratégico: “Las armas nucleares pueden ser muy valiosas para la seguridad de un país y esa necesidad puede tener resonancia internamente”. Israel, en contra de los llamamientos a la contención, lanzó en abril un ataque limitado sobre la provincia iraní de Isfahán en respuesta a la inédita andanada de misiles y drones que Teherán había dirigido previamente contra territorio israelí. Esa provincia alberga el complejo de investigación nuclear más importante de Irán.

El informe pone de relieve dos avances en seguridad nuclear. En junio del año pasado, la visita del secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, a China abrió el camino al diálogo sobre el control de armamento. El mismo mes, Washington y Teherán llegaron a un acuerdo informal para desescalar las tensiones entre ambos. Sin embargo, lamenta el Sipri, los ataques de milicias respaldadas por Irán a fuerzas estadounidenses en Siria e Irak pusieron fin a los esfuerzos diplomáticos.

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Sobre la firma

Diego Stacey
Periodista de la sección Internacional. Anteriormente trabajó en 'El Tiempo', en Colombia. Es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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