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Macron nombra a François Bayrou primer ministro para cerrar la crisis política francesa

El nuevo jefe de Gobierno, líder del partido centrista MoDem, deberá ampliar la base de apoyos, aprobar un presupuesto y evitar una nueva moción de censura

El nuevo primer ministro francés, François Bayrou, este viernes en París.Foto: Stephanie Lecocq (REUTERS) | Vídeo: EPV
Daniel Verdú

La solución a la crisis, o la maniobra para detener la hemorragia por la que se desangra estos días el mandato del presidente Emmanuel Macron, se llama François Bayrou, líder del partido de centroderecha Movimiento Democrático (MoDem). Será el nuevo primer ministro de Francia y la persona que deberá coser las heridas abiertas en los últimos meses, que han acentuado la profunda división que las elecciones legislativas de julio dejaron en el Parlamento. “La reconciliación es necesaria”, lanzó en sus primera declaraciones tras el nombramiento.

Bayrou, de 73 años, los mismos que su predecesor, Michel Barnier, deberá ahora conformar un Ejecutivo y un programa que respete distintos equilibrios y que permita evitar mayorías en la oposición capaces de volver a tumbar su Gobierno. Lo necesita Francia para salir del atolladero político y financiero y aprobar una nueva ley de presupuestos. Lo necesita Macron, a quien Bayrou ya echó una mano para ganar en 2017, para acallar el creciente runrún que pide su dimisión. Su nombramiento, sin embargo, ha ido acompañado de un suspense y una sensación de improvisación que auguran un comienzo complejo.

A las 8.30, Bayrou, alcalde de Pau, viejo zorro de la política francesa, entró en el Palacio del Elíseo para desayunar con Macron. Nadie conocía entonces todavía las intenciones del presidente de la República, que toma las decisiones cada vez más en solitario y en el último momento. El suspense era total. La reunión se fue tensando. Al parecer, Macron ni siquiera tenía claro en ese momento el nombramiento y le propuso algunas opciones que encolerizaron a su interlocutor. Pero a esas alturas, una hora y media después, mientras ya se preparaba el traspaso de poderes en la alfombra roja de Matignon y los operarios no sabían a qué altura poner el micro para el potencial primer ministro, no había mucho espacio para otros experimentos. Minutos antes de la una del mediodía, llegó el comunicado oficial que ponía fin a un extraño sainete matinal.

Bayrou, un hombre dialogante y de convicciones más bien fluidas, tres veces ministro, encarna una tercera vía, una bisagra entre derecha e izquierda muy útil para un momento en el que el Gobierno deberá ampliar su base de apoyo para evitar nuevos descarrilamientos. El entorno de Macron hizo saber tras su nombramiento los motivos que lo consumaron. “El nombre de François Bayrou se ha impuesto en los últimos días como el más consensuado. A medida que avanzaban las consultas, el alcalde de Pau apareció como la figura más capacitada para garantizar la unidad y formar el Gobierno de interés general deseado por el presidente de la República en su último discurso. Tendrá la misión de dialogar con todos los partidos políticos reunidos el martes 10 de diciembre en el Elíseo, con el fin de encontrar las condiciones para la estabilidad y la acción”, señalaron. El paisaje que deberá transitar, sin embargo, no será agradable.

Inestabilidad

Francia ya es oficialmente uno de esos países capaces de naturalizar la inestabilidad: cuatro primeros ministros en 2024, un récord ante el que palidecen titanes de las crisis políticas como Italia. El anterior Gobierno, liderado por el conservador Michel Barnier, duró solo tres meses: el más corto de la V República. Su Ejecutivo fue víctima de una moción de censura hace dos semanas. Desde entonces, el país ha vuelto a afrontar múltiples problemas con un Gabinete en funciones, tal y como hizo durante todo el pasado verano. La falta de mayorías claras en el Parlamento, y la voluntad de Macron de ignorar el resultado electoral de las pasadas elecciones legislativas que otorgó la victoria al Nuevo Frente Popular (la alianza que integraban las izquierdas), dejó el Ejecutivo en una situación de fragilidad extrema y en manos de la ultraderecha.

La primera oportunidad que tuvo el partido de Marine Le Pen, la aprobación de los presupuestos, fue suficiente para liquidar a Barnier y su equipo. Lo inquietante es que nadie sabe cuánto durará el nuevo artefacto que liderará Bayrou, cuyo perfil no era del agrado de la izquierda. El presidente del ultraderechista Reagrupamiento Nacional, Joan Bardella, señaló que “no habrá censura a priori”. “Nuestras líneas rojas permanecen, no van a cambiar”, añadió, precisando: “Nada de eliminación de reembolsos de medicamentos, no debilitar la situación económica y social de los jubilados”. Bardella criticó luego a un “presidente atrincherado que ha optado por un nuevo primer ministro que debe tener en cuenta la nueva realidad política”.

Más allá del nombre del primer ministro, y de los 36 diputados que tiene su partido, la noticia es el aislamiento en el que Macron ha sumido a los dos extremos ideológicos del Parlamento: La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, y la ultraderecha del Reagrupamiento Nacional de Le Pen. Una pequeña victoria del jefe del Estado, rebajado en los últimos días a mero árbitro de un partido poco atractivo. Pero la jugada, que cuenta con una mayoría muy frágil, permitiría al nuevo Gobierno avanzar, como mínimo, hasta el próximo junio, la fecha en que podría volver a disolverse la Asamblea (la Constitución no permite hacerlo más de una vez en un año), cuando volverían a barajarse las cartas.

La otra noticia es la ruptura de facto del Nuevo Frente Popular, el artefacto electoral que unió a las izquierdas en las pasadas elecciones (principalmente, LFI, el Partido Socialista, los comunistas y los ecologistas). Los socialistas, pese a haber votado la moción de censura que tumbó al ex primer ministro Barnier, se cansaron de la negativa perenne de los de Mélenchon —su partido ya ha anunciado otra moción de censura— a construir una alternativa y decidieron entablar negociaciones con Macron. Les siguieron los comunistas y los ecologistas, que se comprometieron a no votar una moción de censura si el nuevo Gobierno renunciaba a utilizar el artículo 49.3 de la Constitución para aprobar las medidas que vaya a tomar por decreto. De hecho, ese fue el detonante de la última crisis: Barnier quiso utilizar ese recurso para aprobar los presupuestos.

Francia deberá ahora pisar el acelerador para formar el Ejecutivo y trabajar en una nueva ley de presupuestos. De momento, el país funciona con una ley especial que permite hacer frente a los asuntos corrientes y con una prórroga de las anteriores cuentas que aumentará más de lo previsto el alto déficit del país.

Balón de oxígeno para Macron

El nombramiento de un nuevo primer ministro es un balón de oxígeno para Macron, que vuelve a tener un pararrayos para atravesar la tormenta que azota Francia. El problema es cuánto durará esta nueva protección. Tanto la ultraderecha de Le Pen como la Francia Insumisa de Mélenchon intentarán por todos los medios volver a tumbar al nuevo Ejecutivo. Un antiguo consejero de Macron, que asegura no entender las decisiones del presidente, indicó a este diario con la condición del anonimato: “No aguantará tres mociones de censura, y la idea de Le Pen es provocarlas antes del 30 de marzo, fecha en la que podría ser inhabilitada [por un proceso de desvío de fondos europeos] y no poder presentarse a las presidenciales”.

La debilidad de Macron, que el jueves tuvo que acortar su viaje a Polonia para hacer frente a los problemas domésticos que lastran su credibilidad en el exterior, se expresa en todos los frentes. Incluso la negociación mantenida con todas las formaciones, otorgando derecho a veto a un partido como los ecologistas, que tiene 17 diputados, habla de un presidente cuya fuerza no se corresponde ya con los poderes casi monárquicos que otorga el régimen de la V República.

La situación de estos meses es fruto del resultado de las últimas elecciones legislativas, en las que el Parlamento quedó fragmentado en tres bloques casi iguales. El Nuevo Frente Popular (NFP) —la alianza integrada por LFI de Mélenchon, socialistas, comunistas y ecologistas— logró 182 de 577 diputados, pero quedó muy lejos de la mayoría absoluta de 289. El bloque presidencial, formado por tres partidos de centro y centroderecha, obtuvo 168; y el ultraderechista RN, 143. El partido de Le Pen, pese a terminar tercero en ese esquema de bloques, se convirtió en el árbitro de la contienda al no encontrar el presidente Macron una mayoría absoluta estable en el Parlamento.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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