Andrés Neuman, escritor: “Un hijo te permite hacer una relectura de tu infancia y una crítica de la crianza recibida”
En ‘Pequeño hablante’ el autor argentino retoma la senda iniciada con ‘Umbilical’ para dar forma a un libro escrito a partir de los fogonazos de asombro de un padre que admira el espectáculo de la adquisición del lenguaje por parte de su hijo
Casi dos años después de que viese la luz Umbilical (Alfaguara, 2022), la carta de amor que Andrés Neuman (Buenos Aires, 47 años) le dedicó a su hijo recién nacido, el autor vuelve a las librerías con ...
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Casi dos años después de que viese la luz Umbilical (Alfaguara, 2022), la carta de amor que Andrés Neuman (Buenos Aires, 47 años) le dedicó a su hijo recién nacido, el autor vuelve a las librerías con Pequeño hablante (Alfaguara). Un libro en el que, manteniendo la estructura y el estilo de su antecesor —textos breves, pequeños fogonazos de asombro paterno—, el escritor argentino afincado en Granada centra su admiración en la adquisición del lenguaje por parte de su pequeño Telmo. “El aprendizaje verbal tiene algo de prodigio, de espectáculo milagroso”, explica. Neuman considera que los niños, al adquirir el lenguaje, tienen una oportunidad que en realidad es una utopía literaria: “Nombrar el mundo por primera vez y vincularse con él palabra por palabra. Transitar ese momento en que todo es posible lingüísticamente hablando. Es un privilegio que no volvemos a tener. Ni siquiera cuando aprendemos una nueva lengua a duras penas y a trompicones podemos rozar ese privilegio”.
Neuman, que no tiene pensado seguir con esta especie de serie literaria paterna, cierra con Pequeño hablante un díptico con el que pretende dejar a su hijo un registro de todo eso que no recordará y que, por tanto, no podrá verbalizar en el futuro. “El cruce de frontera sin retorno al mundo de la lengua es un ritual de iniciación que ha vivido todo ser humano; y que todo ser humano olvida. Pensé que había un sentido especial en que mi hijo pudiera crecer teniendo un ramillete de verbalizaciones referidas a ese periodo tan misterioso desde la condición humana, pero también tan poco trabajado desde lo artístico y desde lo intelectual”, argumenta.
PREGUNTA. La adquisición del lenguaje es un principio, pero también un final. Usted vio cómo crecía su hijo al usar el pretérito para decir “pasó coche”.
RESPUESTA. Siempre me he preguntado cuándo concluye la etapa bebé. Hay respuestas desde lo pediátrico, desde lo neurológico, desde lo fisiológico… Mi respuesta la encontré con ese “pasó coche” con el que se me llenaron los ojos de lágrimas. Lo sentí como un momento trascendente, como que moría el bebé y nacía el hablante. Sentí con claridad que la etapa bebé se termina cuando uno puede nombrar lo que no está, cuando empieza una relación con la ausencia, porque un bebé es 100% presente.
P. “Fui más tu padre hoy que otras mañanas. (…) Sentí que estaba justo en el lugar, en ese aquí y ahora que no existe”, escribe. Un bebé es 100% presente y los adultos se pasan la vida buscando vivir ese presente.
R. Tenemos una cultura del trabajo y también un sistema laboral y económico que dificulta que el ser y el estar coincidan, pero creo que vale mucho la pena hacer un esfuerzo al respecto. En ese sentido, me parece que es muy importante bajar a la tierra y mirar el mundo desde la perspectiva de los niños y las niñas. ¿Y qué vemos? Que su vínculo con el aquí y el ahora es sensacional. Y joder, te das cuenta de que nosotros fuimos así, de que en algún momento supimos habitar el presente pero que lo olvidamos, como olvidamos cómo aprendimos a hablar. Pero algo debe quedar dentro nuestro y podemos reaprenderlo en ese segundo turno de nuestra infancia que son nuestros hijos.
P. En los textos que componen el libro, precisamente, aparecen de forma recurrente su padre, su madre fallecida, recuerdos de su infancia.
R. Creo que la infancia no termina nunca. Todo lo que hacemos está condicionado por nuestros aprendizajes y traumas de infancia. Estamos gobernados por lo que pasó en esos primeros años de vida. Un hijo organiza un marco sensacional para poder volver a revisar tu infancia, a releer el vínculo con tu madre y con tu padre. Un hijo te permite recuperar de entre las sombras episodios de tu niñez que no recordabas, hacer una relectura de tu infancia, una crítica de la crianza recibida y, al mismo tiempo, un ejercicio de comprensión hacia todas las dificultades históricas a las que se tiene que enfrentar cada generación de madres y padres.
P. El texto de la cocinita de juguete es muy significativo en ese sentido. A usted se la negó su madre.
R. Fíjate si remueve cosas la maternidad y la paternidad que yo viví más de 40 años sin conocer la anécdota de la cocinita, que ahora me parece fundamental en la educación que recibí. En los años ochenta, en la Argentina de la dictadura y en lo más áspero del patriarcado del siglo XX, una cocinita era un deseo tristemente censurable. Y a mi madre, que rompió varios moldes de su generación en muchos aspectos, se le impuso la ideología de su tiempo y me disuadió de comprarla. Para el cumpleaños de mi hijo, su abuelo, mi padre, le regaló una cocina. Yo digo que nos la regaló a los dos.
P. “Ya no puedo escribir lo que escribía. Interrumpiste todo y lo empezaste de nuevo”, escribe. Renato Cisneros se preguntaba en Algún día te mostraré el desierto (2019) si es compatible el oficio de escritor con la tarea mental y físicamente agotadora de criar un hijo.
R. Son preguntas, dudas e incertidumbres que las mujeres trabajadoras han tenido siempre. Ya era hora de que las tuviéramos los padres… Yo me identifico con esa pregunta y con ese temor; y, al mismo tiempo, digo qué importante sería, sin olvidar que ese temor existe, generar referentes de goce para los padres, sin idealizaciones. Creo que es muy de la educación que hemos recibido los varones el concederle mucho espacio mental y, por tanto, muchas de nuestras preocupaciones iniciales cuando nos pensamos como padres al lugar que perderemos, a las cosas que nos costará seguir haciendo; y no nos han enseñado a pensar en todo lo que adquiriremos, en todo lo que aprenderemos. A mí, por ejemplo, me pasó con la escritura una cosa interesante. Estaba escribiendo una novela larga y pensaba “Dios mío, ¿cómo podré sostener esta novela con tantas noches sin dormir, cuidando a una criatura tan vulnerable?”. La respuesta que me dio la realidad a este temor fue compleja y muy fascinante. Por un lado, en efecto, no pude continuar con esa novela. Se cumplió el temor. Y, sin embargo, empecé a escribir otros libros que nunca en mi vida habría escrito sin mi hijo, se me abrió otra escritura que me importa tanto o más y que yo desconocía.
P. “Ya no hablo de nada con tu madre, salvo de ti, que es mucho (…) Nos has quitado todo nuestro espacio. Nos has abierto un campo gigantesco”. Creo que este fragmento de Pequeño hablante sintetiza muy bien esta idea que comentaba.
R. Exacto. El gran temor que yo tenía antes de ser padre no era qué pasará con mi trabajo o con mi tiempo, sino qué pasará con mi pareja. Es difícil reconstruir ese espacio tras la llegada de un hijo. Creo que a muchos hombres nos han educado para ver al hijo como un anuncio del cetro perdido, para temer el momento en el que un niño viene a meterse en nuestra cama. Yo pensaba que me iba a molestar, que iba a interrumpir mi vida conyugal. Tiempo después veo asombrado que, aunque efectivamente es muy difícil construir un espacio nuevo de pareja, soy el primero que muchas veces elijo estar con mi hijo, que se me da mejor salir con él y con su madre que salir a solas. He desarrollado una especie de adicción a estar con él y casi temo el momento en que decida salir de nuestra habitación.
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