Yo hago la sangre de ‘Narcos’
La maquillista Karina Rodríguez, nominada dos veces al Ariel, prepara en su taller de Ciudad de México los litros de sangre que se derramarán en la serie de Netlflix, que se estrena el próximo viernes
Karina Rodríguez tiene un muerto de silicona sobre la camilla. Los ojos cerrados; una gran cicatriz que le atraviesa la panza. Un foco directo lo ilumina y ella lo observa. La piel translúcida deja ver los moretones que deja la muerte. La sangre, seca a los costados de las heridas o sobre la carne viva, sale de unos pequeños botes que la maquillista ha envasado en su taller de Santa María de la Ribera, en el norte de Ciudad de México. La prepara en baldes y la vende de a litros a producciones nacionales e internacionales con una etiqueta que lleva su nombre. La próxima que se podrá ver en pant...
Karina Rodríguez tiene un muerto de silicona sobre la camilla. Los ojos cerrados; una gran cicatriz que le atraviesa la panza. Un foco directo lo ilumina y ella lo observa. La piel translúcida deja ver los moretones que deja la muerte. La sangre, seca a los costados de las heridas o sobre la carne viva, sale de unos pequeños botes que la maquillista ha envasado en su taller de Santa María de la Ribera, en el norte de Ciudad de México. La prepara en baldes y la vende de a litros a producciones nacionales e internacionales con una etiqueta que lleva su nombre. La próxima que se podrá ver en pantallas, a partir del próximo viernes, es la que se derramará en la serie Narcos: México, de Netflix. Unos 20 litros, según calcula, o quizás 30 o 40.
En todos los talleres por lo que pasó en los últimos 15 años, le enseñaron a hacer sangre. Cada quien tiene su método y ella lo fue perfeccionando. No revela su fórmula, solo da algunas pistas: una base –que varía–, una especie de jabón y varios líquidos que le dan espesor y color. “Si la quieres para el piso se necesita súper líquida; si quieres que esté goteando, tiene que ser un poquito más espesa. Si la quieres para piel, hay dos tipos: en gel y líquida”, detalla dentro de su taller, un cubículo luminoso rodeado de plantas. Los maquillistas normalmente hacen su propia sangre, pero algunos han empezado a comprarle la suya –por 696 pesos el litro (IVA incluido)– porque es lavable y puede adquirir el color que haga falta. La ofrece en cuatro tonos: fresca, mediana, oscura y zombi.
El chorro rojo sale disparado a un pequeño recipiente cuando aprieta el envase. Mete el pincel y, de ahí, al hueco de una pierna putrefacta que tiene sobre la camilla. También tiene manos con uñas de gel de colores y caras atravesadas por balazos. Porque además de preparar sangre, hace dummies, que son réplicas de partes de cuerpo o de personas enteras, y prostéticos, apliques que se usan para deformar el rostro de un actor, por ejemplo, o hacer que se vea envejecido. “Viste el prostético de la película de Churchill, está que no te lo puedes creer”, comenta Rodríguez, que nació en Ciudad de México hace 40 años y estudió Artes Visuales.
Los avances tecnológicos de los últimos años –en materiales y posproducción– permiten hacer trabajos hiperrealistas como el que tiene escondido en una bolsa negra porque no se puede mostrar aún. La carnosidad de los labios, el vello, las venas, la celulitis. Desde la primera película en la que trabajó, Apocalypto, de Mel Gibson, hasta la más reciente, ¡Que viva México!, de Luis Estrada, hay un abismo en ese sentido. En el medio, una calva para La casa de las flores; litros de sangre para Limbo, la última película de Alejandro González Iñárritu; el maquillaje y los peinados de Esto no es Berlín –por la que estuvo nominada al Ariel–, o las personificaciones de Historia de un crimen, la serie histórica sobre el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.
Como jefa de Efectos Especiales de la tercera temporada de Narcos: México ha hecho, con su equipo, los muertos, desmembrados y torturados que aparecen en la última entrega de la serie. Pero no dará detalles hasta que se estrene el próximo 5 de noviembre. Los nuevos capítulos, ambientados en los años noventa, muestran la lucha por el control del narcotráfico en México tras el arresto del líder del cartel de Guadalajara, Miguel Ángel Gallardo, interpretado en las temporadas anteriores por Diego Luna. Esta vez, el foco está sobre Amado Carrillo Fuentes, el señor de los cielos, personificado por el actor José María Yazpik.
Rodríguez se incorporó al equipo en enero de 2020. Enseguida empezó la pandemia de la covid-19 y todo se frenó. En los meses que siguieron trabajó en proyectos pequeños, continuó vendiendo sangre de su marca y alquiló algunas de las réplicas que conserva de producciones anteriores. La que más le piden, cuenta, es una panza de embarazada. “Pero hubo un tiempo que ni eso”, recuerda. Al regresar, en septiembre, los productores prefirieron usar dummies en algunas escenas para evitar el contacto entre los actores y su trabajo se intensificó. Cambió temporalmente de taller porque a veces tenía hasta tres cuerpos en proceso.
El mameluco, el muerto sobre la camilla, el olor químico le dan aires de cirujana o forense o científica. Pero no siente su trabajo cercano a ninguna de esas profesiones: “Si me piden un muerto en un río, más que pensar en el muerto, pienso en cómo hacer para que se vea idéntico: qué colores le vamos a poner para que se vea mejor, qué materiales me van a funcionar más”. Hacer la pierna de espuma de poliuretano que tiene sobre la mesa, que se filmará con un plano abierto, puede llevarle tres horas. El cuerpo entero –que incluye hacer el molde del rostro, del torso, de los genitales, de las extremidades–, mucho más. “Cuando no sale a la primera, todos nos miramos con cara de terror porque hay que empezar de cero”, cuenta.
“Ahí te das cuenta de que tienes un buen equipo, cuando tienes la misma cara de desesperación por que salga”, añade. Para producciones como Narcos: México, mira las referencias más crudas para imitarlas, y hay momentos en los que llega a sentirse rara o tener pesadillas. “Te empieza a dar miedo cosas que antes no”, explica. Por eso, el trabajo y el resto de su vida son dos burbujas que no se tocan. “En mi vida normal no estoy viendo muertos”, asegura. De estudiar tantos descuartizados, ahorcados o quemados, tantas escenas reales que a veces le recuerdan a obras de arte gore, saca una conclusión que no es cliché sino certeza: “La realidad es más fuerte que la ficción”.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país