Ulises Lima vuelve a caminar de espaldas por México
La compañía La Soledad traza una ruta apócrifa tras las huellas de Mario Santiago, el poeta anónimo que Roberto Bolaño eternizó en ‘Los detectives salvajes’
José Alfredo Zendejas escribió cientos de poemas, se perdió por años entre Barcelona y Tel Aviv, y murió atropellado en Ciudad de México en 1998. Tenía 45 años. Fundador anónimo de un movimiento literario que moldeó generaciones, firmó sus poemas como Mario Santiago Papasquiaro y apenas publicó en vida. Roberto Bolaño dijo que leía en la ducha y le mojaba los libros, y Juan Villoro ...
José Alfredo Zendejas escribió cientos de poemas, se perdió por años entre Barcelona y Tel Aviv, y murió atropellado en Ciudad de México en 1998. Tenía 45 años. Fundador anónimo de un movimiento literario que moldeó generaciones, firmó sus poemas como Mario Santiago Papasquiaro y apenas publicó en vida. Roberto Bolaño dijo que leía en la ducha y le mojaba los libros, y Juan Villoro contó alguna vez que le grababa recados con poemas de madrugada. El año de su muerte, el escritor chileno lo convirtió en protagonista de Los detectives salvajes y lo bautizó con el nombre de su leyenda: Ulises Lima. Poco más se sabe de él. El mismo Bolaño, que usó su verso más popular como epígrafe en una de sus primeras novelas, descubrió tiempo después que su amigo lo había tomado del final de un poema de Gilberto Owen:
“Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama / (...) / Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio”
Tras la novela cumbre de Bolaño, la obra caótica y la vida apócrifa de Mario Santiago Papasquiaro se volvieron piedra de movimientos, antologías y homenajes. El último se estrena este viernes en la capital mexicana, en un propuesta fugaz que celebra su poesía como fue escrita: caminando las calles sin rumbo. El escritor y dramaturgo Marc Caellas (Barcelona, 1974) y el escritor y performer Esteban Feune de Colombi (Buenos Aires, 1980) presentan Sin timón y en el delirio, un paseo por la colonia Santa María la Ribera y alrededor de los poemas de Mario Santiago.
Los creadores definen la performance como “teatro a pie”, “deriva poética”, “ruta apócrifa”. “En el fondo da igual”, dice Feune de Colombi. “Dependemos de los artistas que nos provocan, cuyo arte estaba tan cerca de su vida que se confundían. En ese sentido, Mario Santiago es paradigmático: vivió de forma artística antes que de su arte”.
“Es una suerte de antiteatro”, define Caellas. “Hemos intentado crear algo alejado del teatro tradicional, de las emociones impostadas. Queremos conectar el arte con el barrio vivo, el azar, los encuentros imprevistos. Mario Santiago escribió en movimiento, en papeles que encontraba, siempre en la calle”.
La obra, que se presenta este viernes hasta el domingo en el programa Artes Vivas del Museo Universitario El Chopo, cierra un ciclo sobre el legado y márgenes de Roberto Bolaño que comenzó el año pasado en Barcelona. Como un Cristo residual de los movimientos juveniles de los sesenta, el escritor chileno vivió una juventud intensa y solo logró reconocimiento pasados los 40 años. En el medio, un desierto que después llenó entre la épica y el caos de su novela. En Bolaño, vuelve a casa, Caellas y Feune de Colombi buscaron reconstruir los años silenciosos que el escritor pasó en El Raval, epicentro mestizo y multicultural de Barcelona. “Armamos una ruta sobre cafés, cines, varios lugares esenciales para su literatura que hoy ya no existen”, dice Caellas. “Nos ayudó Bruno Montané, que nos contó varias cosas y nos conectó con vecinos para iluminar ese costado del Bolaño marginal que llegó a la ciudad en los setenta”.
Montané, uno de los últimos poetas vivos del movimiento infrarrealista fundado por Bolaño y Mario Santiago, dijo una vez a este periódico que en Los detectives no había “más de un 30% de material real”. Para el caso es lo de menos. Si Bolaño hizo de ciudades como México, Santiago de Chile o París personajes vivos de su narrativa a partir de recuerdos e invenciones, Mario Santiago creó una ciudad con poemas que caminaban igual por los hoteles fétidos de la colonia Guerrero y los caserones señoriales de La Condesa. Los artistas tampoco pretenden un mapa rígido. “Buscamos sacar la poesía de los cajones solemnes y regarla por la calle”, afirma Caellas.
“Los infrarrealistas caminamos de espaldas, mirando un punto y alejándose de él, en línea recta hacia lo desconocido”, dice el Ulises Lima de Bolaño. El movimiento nació entre la vanguardia poética y los movimientos juveniles, del Mayo Francés a la izquierda incipiente en Latinoamérica. Los infrarrealistas tenían como enemigo a Octavio Paz, el poeta e intelectual oficial de la hegemonía del PRI, y ante él reivindicaban cierto surrealismo. Lo último, decían, era publicar. Lo primero para estos adolescentes era llenarse de sí mismos.
Mario Santiago publicó apenas dos libros en los últimos años de su vida. El poema de Gilberto Owen que se apropió terminó como título de otro que hoy se encuentra en antologías del Fondo de Cultura Económica o la Editorial Almadía. Caellas y Feune de Colombi lo reivindican como el nombre de su performance. “Es un mantra, un hermoso epitafio. Ya me gustaría que alguien dijese eso de mí”, dice Caellas.
En una entrevista en pleno éxito editorial, Roberto Bolaño bajo humos sobre la frase. La vida del poeta no se la deseaba a sus hijos. “Creo que Bolaño tenía muy en claro que la muerte le acechaba”, dice Feune de Colombi. “Hablaba sobre la muerte con profundo amor por la vida. Vivir sin timón tal vez es mejor ya de grande, con cierta perspectiva. No hay como sentirse amado, es algo que Bolaño le deja muy claro a Mario Santiago en una carta al final de su vida”.
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