La oposición mexicana: destino sin rumbo
Hoy es más dable afirmar que la oposición mexicana da demasiadas muestras de su incapacidad para lidiar con un líder abrasivo, más exitoso mediáticamente
Va a hacer 20 años de una de las visitas del entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez a Nueva York para participar en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue el 13 de septiembre de 2002. Además de su participación en la tribuna, el comandante pasó a la sala de prensa de la ONU y ahí lidió durante un par de horas con una prensa recelosa.
Chávez contestó todas las preguntas que los reporteros le formularon. La sesión fue intensa pero él salió airoso del trámite. Horas después fue el turno de la oposición venezolana, que citó a los medios en la sede de la Americas Society de la avenida Park. Intentarían contrarrestar lo que dijo su presidente. Las sesiones, sin embargo, no pudieron ser más contrastantes.
Mientras Chávez fue consistente y hasta ocurrente en la sobria ONU, en el elegante salón del Americas Society los opositores dieron un espectáculo grotesco: terminaron peleados. Quedó claro que no tenían la cohesión necesaria para enfrentar los cuestionamientos de la prensa ni, obviamente, para lidiar estratégicamente con el comandante.
Hay gente que cree que México, con Andrés Manuel López Obrador en la presidencia, llegará a ser Venezuela. Que es cuestión de tiempo para que México presente el desvencijamiento que ha padecido el país sudamericano luego del arribo del chavismo al poder.
En esa línea de pensamiento, hoy es más dable afirmar que la oposición mexicana da demasiadas muestras de su incapacidad para lidiar con un líder abrasivo, más exitoso mediáticamente. Que si hemos de ser comparados con una disfuncional Venezuela, los opositores mexicanos se han esmerado en igualar el símil.
Esta comparación puede hacer poca o nada justicia a valerosos opositores que en Venezuela han enfrentado, y padecido graves consecuencias por ello, a un régimen que ha incurrido en abusos e ilegalidades, a gobiernos que por años han torturado y violado los derechos humanos de muchos ciudadanos, activistas y políticos. No es la intención.
Lo único que se pretende es destacar que la circunstancia de tener un liderazgo populista demanda de todos estar a la altura de las circunstancias. Exactamente, lo que en las últimas 72 horas no ha hecho la oposición mexicana, cuya alianza legislativa ha entrado esta semana en coma y tiene muy mal pronóstico.
La alianza opositora entre PAN, PRI y PRD está oficialmente suspendida luego del albazo legislativo que dio el Revolucionario Institucional, que sorprendió con su anuncio de que propondrá una reforma constitucional para ampliar cuatro años el mandato de los militares a cargo de la seguridad pública, a través de la controvertida Guardia Nacional.
Esa decisión, embozada como una iniciativa introducida por una sola legisladora y luego secundada por la bancada en la Cámara de Diputados y por el presidente nacional del PRI, revienta la promesa opositora de funcionar como un bloque de contención al presidente López Obrador en el Congreso, de resistir la militarización de la seguridad pública, y de presentarse como un frente unido en asuntos legislativos y electorales.
El PRI ha traicionado a sus compañeros aliancistas y le regala al presidente López Obrador el mejor presente rumbo al cierre del sexenio: la oposición desunida, será fácilmente vencida, incluso engullida.
Cuando más se requería de una oposición que hilara fino, ha llegado el priista Alejandro “Alito” Moreno a ejecutar el tijeretazo que echa por tierra las posibilidades de que la ciudadanía vea en la alianza a unos políticos articulados, sagaces, valientes.
La jugada de Alito huele a conveniencia propia antes que a miras patrióticas. El líder nacional del PRI entrega a Andrés Manuel la bancada de diputados para romper las resistencias ciudadanas y políticas ante la simulación que pretende López Obrador: dar un barniz de legalidad a una Guardia Nacional enfundada en la casaca militar.
El PRI salió ayer a decir que lo mueve la responsabilidad, que su propuesta solo obedece al interés superior de no dejar a los mexicanos, y a los militares, en el peor escenario, en el limbo que se produciría porque llegado el plazo, marzo de 2024, la Guardia Nacional no estaría lista para caminar sin el tutelaje de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Pero la forma en que el PRI ha operado esta movida despide un tufo de traición. Alito Moreno, fiel a su naturaleza, ha picado a las ranitas a mitad del río. Sorprendió y chamaqueó a sus socios. Sobre todo al PAN, que siendo un partido con más gobernadores, y más presencia en el Congreso de la Unión, ha quedado balbuceante por el plantón priista a los compromisos adquiridos.
Los fundadores de Acción Nacional deben estar riendo y llorando en sus tumbas. La candidez del actual líder nacional panista Marko Cortés sienta un nuevo precedente: el adversario histórico del panismo les ha dejado colgados de la brocha. Históricamente, el PAN desconfiaba de la cultura priista, contra esa esencia Cortés hipotecó las siglas de la fuerza política que hizo sus mejores servicios cuando fue oposición. Hoy será, a lo sumo, un opositor debilitado por el opositor al que abrazó su suerte.
Los cantos de sirena de Palacio Nacional, y las amenazas del morenismo de llevarlo a la cárcel, han convencido a Alito para doblarse ante el régimen que hace apenas unas semanas él denunciaba en tribunas internacionales.
El líder nacional priista insiste en que él no ha cambiado de parecer, en que si su partido apoyará la militarización que ayer tachaban de inconstitucional es porque AMLO ha fracasado y ellos son los adultos en el cuarto que pueden responderle a las fuerzas armadas para darles cobertura constitucional cuando el presidente se vaya de Palacio en 2024.
Si acaso fuera atendible ese argumento, nada explica las formas en que ha dado el giro el líder nacional priísta y su bancada de San Lázaro. Ha decidido por sí solo romper la moratoria legislativa firmada y comprometida públicamente con PAN y PRD; ha decidido en solitario no sumar a esta aventura desde el primer momento a sus compañeros priistas en el Senado; ha decidido, en contradicción con la mínima de las cortesías y maneras tradicionales del priismo, no grillar ex ante con PAN y PRD el anuncio de la ampliación de mandato para eventualmente capitalizar ese gesto entre las tres fuerzas políticas.
En vez de ello, Alito quiere imponer a sus aliados un desplante que todos ven como producto o del temor o de la conveniencia, o de ambas: quien más gana con este cambio de postura es el campechano, que granjeará el favor de Palacio Nacional, que respirará sin que la gobernadora Sansores le respire cada semana en la nuca.
Ya no será necesario escuchar audios ilegales para horadar (más) la enfangada figura de este presidente nacional del PRI. Bastará contrastar sus promesas de lealtad a la alianza opositora con su traición a la misma.
Cuando más se necesitaba una oposición que obligara al régimen a negociar con altura de miras y pensando en México, ahí estuvo Alito, y sus cándidos aliados, para recordar que siempre se puede estar peor que en los países en los que la democracia va mal.
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