Las polémicas encuestas de Morena: un proceso opaco que no convence a nadie
El método para seleccionar a sus candidatos es cuestionado incluso dentro del propio partido porque no aporta pruebas fehacientes para demostrar su honestidad
La selección de candidatos electorales en los partidos políticos es un dolor de cabeza en todos los países, sea cual sea el método que usen, casi siempre acaba en berrinche cuando no en una división interna difícil de superar que, a la postre, es un lastre en los comicios. Morena ha optado por las encuestas, registradas en sus estatutos junto a otros sistemas, y es el método que usará para definir al cabeza de cartel de 2024 para las presidenciales. Pero los antecedentes no auguran nada bueno. En Colima, Zacatecas, Durango, Puebla, Chihuahua y recientemente en Coahuila el resultado de las encuestas fue muy cuestionado, le costó al partido dimisiones, desavenencias públicas, sanciones del tribunal electoral y acusaciones de fraude que no han sido aclaradas en lo más mínimo. La opacidad de la encuesta que levanta el partido es tal que pocos ponen la mano en el fuego por su honestidad. Se desconoce en qué fechas se interroga a los ciudadanos, si es por teléfono o presencial o quiénes son los encuestadores, porque el partido se reserva buena parte de la información. Y cuando ofrece algunos datos, no hay pruebas para contrastarlos. Ese es el motivo de que algunos de los candidatos hayan puesto objeciones a este sistema. El canciller Marcelo Ebrard ha sugerido algunas condiciones para dar confianza al proceso. El senador Ricardo Monreal ya ha advertido de que se retira de la carrera electoral si las encuestas de Morena son como siempre.
Morena utiliza un sistema de espejo, es decir, elabora su propia encuesta, a saber cómo y cuándo, y la contrasta con otras levantadas por casas profesionales, idénticas, como una prueba de limpieza cuando los resultados son coincidentes. Una comisión de encuestas “integrada por tres técnicos especialistas de inobjetable honestidad” se encarga de organizar el proceso, que en ocasiones acaba en otra comisión, la de Honestidad y Justicia.
Pero los estatutos señalan en el artículo 44 que “el resultado de sus sondeos, análisis y dictámenes tendrá un carácter inapelable”. ¿Quiere eso decir que su encuesta privada será la que prevalezca aun si esta no coincide con los datos que arrojen las encuestadoras profesionales? El partido guarda silencio. ¿Utiliza la misma metodología que las encuestadoras o una distinta? ¿Quiénes son sus encuestadores, militantes, profesionales? Consultado el partido que dirige Mario Delgado sobre estas y otras cuestiones por escrito, este periódico no ha obtenido respuesta alguna.
“La metodología debería estar a la vista, toda, y aun con eso caben trampas, que pueden ser finas o burdas. Si el proceso es opaco, harán lo que quieran. Con las encuestas se pueden hacer trucos hasta de magia”, dice con humor María Lourdes Fournier, académica ya retirada de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), experta en encuestas, sondeos y estudios de opinión. “La encuesta no es más que la foto de un momento, como en una boda, alguien sale movido, riéndose, uno falta porque no llegó, pero al día siguiente saldría distinta, el que tenía los ojos cerrados ya los tendrá abiertos y el que no estaba, ahora sí estará”, explica. “La gente es muy manipulable, incluso en el proceso de ser encuestada”, añade la especialista.
El despacho de Covarrubias y Asociados, así como Mendoza Blanco y Asociados son dos de las encuestadoras profesionales que usa Morena habitualmente, ambas han intervenido en la selección de candidato para Coahuila, cuyos resultados se conocieron esta semana, dispares, por cierto: a Covarrubias le salió vencedor Luis Fernando Salazar y a Mendoza Blanco, Armando Guadiana. El partido dio por vencedor a este último, que coincidía con la encuesta privada de Morena. El subsecretario de Seguridad, Mejía Berdeja, quedó tercero y no se conformó. Las casas encuestadoras afirman que fueron resultados cerrados y que las discrepancias entre ambas tienen que ver con los márgenes de error. Ambas han utilizado el famoso cuestionario de Morena, 10 preguntas sobre cuánto conoce la gente al candidato, qué confianza tiene en su posible gestión, si se le presume políticas correctas respecto a la igualdad entre sexos y otras. Cada una lleva su correspondiente puntuación, unas valen dos puntos, otras, uno, y otras 1,5. “Antes del levantamiento nos ponemos de acuerdo las dos empresas en un documento técnico, el número de encuestadores, los supervisores, las grabaciones de control, todo lo técnico y metodológico. Son espejo”, informa Erika Mendoza, quien defiende la ética de las empresas que participan. ¿Se pueden cocinar los resultados? “Si no hay supervisión y no se sigue la metodología y la técnica, claro, pero nosotros lo hemos hecho todo transparente. Tenemos certificados de calidad de la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado (AMAI) y años de experiencia”, dice.
El problema son las encuestas del partido. ¿Se hacen en las mismas fechas? ¿Con las mismas preguntas, la misma ponderación del puntaje? Todo eso son incógnitas que a los candidatos a las presidenciales no les acaban de dar confianza. Marcelo Ebrard propuso esta misma semana una gran encuesta, con una muestra de 20.000 o 30.000 personas, que sea “transparente, representativa y clara”. Ricardo Monreal ha propuesto un sistema de primarias, escaldado de 2017 cuando competía por la candidatura a la alcaldía de Ciudad de México, que ganó Claudia Sheinbaum. Se aviene a una encuesta con las condiciones propuestas por Ebrard. El canciller ha propuesto una sola pregunta, pero “eso no garantiza nada, si se plantea con dobles o triples negaciones, por ejemplo, a ver quién puede interpretarla. A veces varias preguntas bien planteadas son más eficaces”, dice Fournier.
El censo es uno de los elementos que despiertan más suspicacias, o sea, cómo se selecciona la muestra representativa. Los morenistas José Narro Céspedes y David Monreal compitieron para encabezar el cartel a la gubernatura de Zacatecas. El primero, que perdió, acusó al partido de haber usado el padrón de la Secretaría de Bienestar y de que la delegación que se encarga del proceso estaba en manos de parientes de Monreal. Se fueron a tribunales. Los censos son cruciales, porque si la muestra selecciona personas que han recibido ayudas o prebendas de alguna clase la manipulación será mayor. Y poco fina.
Los recelos no acaban, sin embargo, en el proceder del partido. Hay quienes sostienen que las propias empresas de mercados pueden tener conflicto de intereses porque los candidatos también son, a menudo, clientes suyos. Ellos han querido saber de antemano cuáles son sus posibilidades ante un futuro electorado y suelen contratar los servicios de estas mismas casas. “Eso ocurre, sí, pero para mí no hay conflicto de intereses. Al principio puedo hacer un trabajo con el candidato, pero cuando la encuesta es para el partido pues estoy en otra cosa, sencillamente. Yo no pongo la mano en el fuego por nadie más que por mí”, dice Andrés Levy Covarrubias, de Covarrubias y Asociados. Erika Mendoza cree que los candidatos ven defraudadas sus expectativas porque en las encuestas que ellos encargaron previamente les daba ganador “quizá porque el método que usaron fue diferente”. Y los resultados, ya se sabe, cambian de un día para otro.
¿Mejoraría en algo que todas las encuestas las encargaran a profesionales y que el partido no levantara las propias? “No importa quién la haga si está bien hecha, si se respetan los principios básicos, mismas fechas, mismos cuestionarios, etcétera”, sostiene Levy Covarrubias. “Yo creo que las encuestas profesionales son solventes y de prestigio”, dice Roy Campos, “es en la interna [de partido] en la que se puede hacer algo”. En todo caso, remata Levy Covarrubias, “nada acabará con las quejas de quienes pierden”, asegura.
Hay diversas razones por las que el perdedor puede hacer berrinche, señala Roy Campos, presidente de Mitofsky, empresa de investigación de la opinión pública. “Puede hacerse rabieta política en busca de un puesto. Ocurre también que algunos candidatos acuden a estos procesos engañados, les dijeron que sus expectativas eran mejores”, dice Campos. Para Erika Mendoza, la explicación es simple: “A nadie le gusta perder”.
O puede ocurrir que sus protestas sean razonables. Por ejemplo, si el partido se niega a revelar los datos metodológicos, o si proclama a un vencedor antes de conocerse los resultados de las encuestas profesionales, como ha ocurrido en ocasiones.
Andrés Manuel López Obrador tuvo malas experiencias cuando no se hacían encuestas. Llamar a los simpatizantes a votar ocasionó quemas de urnas, acarreados en favor de uno u otro, incluso cabía la injerencia de partidos opositores que movilizaran a los suyos en busca de un resultado más beneficioso para ellos. Un desastre de tal magnitud que cuando López Obrador estaba en el PRD optó por las encuestas como método en Morena. Los estatutos del partido incluyen también asambleas de militantes y una sencilla rifa. Se ponen los nombres de los candidatos y una mano inocente extrae la bolita. Quizá no es el colmo de la democracia, pero limpio parece. Quién sabe.
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