De un monasterio budista en la India a los valles de Zitácuaro: la travesía de Osel Hita, el niño lama español que abandonó la vida monástica
Después de 20 años en el anonimato, el nombre del granadino ha vuelto a los reflectores tras el lanzamiento de un documental sobre su vida en HBO
Osel Hita Torres se identifica a sí mismo como un estudiante al servicio de la humanidad y padre. El granadino, de 38 años, rechaza cualquier título de guía o maestro. Si acaso, asegura, comparte su experiencia, que no es poca: a los 14 meses de nacido fue reconocido como la reencarnación del maestro budista Lama Thubten Yeshe. Bajo el amparo de esta proclamación, sus padres permitieron que el bebé fuese criado lejos de ellos, en un monasterio ...
Osel Hita Torres se identifica a sí mismo como un estudiante al servicio de la humanidad y padre. El granadino, de 38 años, rechaza cualquier título de guía o maestro. Si acaso, asegura, comparte su experiencia, que no es poca: a los 14 meses de nacido fue reconocido como la reencarnación del maestro budista Lama Thubten Yeshe. Bajo el amparo de esta proclamación, sus padres permitieron que el bebé fuese criado lejos de ellos, en un monasterio al sur de la India. En 1987, con dos años de edad, Osel fue entronizado como la reencarnación del maestro tibetano y cuatro años más tarde ingresó a la Universidad Monástica Sera Je, donde vivió y estudió hasta los 18 años, momento en el que abandonó la vida monástica para emprender su propio camino en Occidente.
Hita Torres, la única persona occidental declarada por el Dalai Lama como la reencarnación de un maestro budista, trae al presente esos primeros años de enseñanza en la India: la convivencia con otros niños, estudiar, jugar, caminar por el campo descalzo. “Toda la comida era orgánica, no había teles, no había pantallas. Para mí fue duro no conocer a mi familia, no criarme con mis padres”, admite. A los cuatro años, afirma, ya era consciente de que no era la reencarnación de nadie y a los siete había decidido que abandonaría el monasterio apenas cumpliese la mayoría de edad. “No soy superior, soy igual que todos, porque yo veía a otros niños en mi situación y les afectaba mucho, se creían dioses y yo no quería, yo los veía a ellos y decía: ‘yo no quiero ser así”, explica.
Paradójicamente, revela ahora, una vez que puso un pie fuera del monasterio comenzó a aplicar a plenitud las enseñanzas del budismo: sus primeros amores, su transformación en una playa nudista, el vivir en la calle. Todo ello, señala, ha sumado a su experiencia de vida. “Tardé tres meses para bañarme en pelotas, estuve tres meses con bañador, con camiseta en una playa nudista, pero para mí era un trabajo y yo quería despojarme de todos mis miedos y a los tres meses salté sin ropa al mar y fue una transformación, supuso un renacimiento, literalmente, para mí ese fue un momento especial, ahí me empecé a transformar. Yo quiero vivir mi vida y quiero ser feliz, si yo vivo la vida y estoy súper pendiente de lo que piensa la gente, voy a vivir la vida de los demás, no mi vida”, zanja.
La indagación sobre sí mismo lo ha llevado por numerosos países y latitudes: de las playas nudistas españolas a vivir durante dos meses en las calles de Venecia y Nápoles. De ser un lama entronizado a vivir en descampados. “La gente cuando yo vivía en la calle me trataba igual que cuando yo era Lama, para mí fue una confirmación de que la gente me trataba bien, no por el nombre que me habían dado, sino por quien era, por mi actitud y cómo me relacionaba la gente. Quería ser anónimo y más aún en la calle, donde yo no tenía nada que ofrecer”, relata.
Esta travesía en un mundo por explorar lo ha confrontado, al mismo tiempo, con sus creencias y miedos más íntimos. Incluso, en un punto de ese periplo volvió sobre sus pasos para reencontrarse con su maestro en la India. En ese momento, precisa, no era bien visto que alguien que abandonase la formación tibetana regresara al monasterio, pero él abrió una brecha que ahora han seguido otros. “Yo vengo de dos culturas que son muy diferentes y tengo las dos partes. Si voy a Oriente con la cultura occidental va a crear polémica, si voy con la cultura oriental a Occidente también va a crear polémica”, refiere.
Aunque tiene estudios en filosofía, en cine y es activista medioambiental a través de su fundación Global Tree Initiative, Hita Torres tiene claro que su principal misión es ser padre y estar codo a codo con su hijo, de cinco años. “Yo le estoy ofreciendo un crecimiento para que tenga una estabilidad emocional, que tenga todo para ser un humano feliz y productivo y eso, para mí, es un legado. Obviamente, le estoy enseñando tibetano, todos mis conocimientos se los voy pasando poquito a poco, si él quiere aprender, pero yo no espero absolutamente nada de él, porque no voy a cometer el mismo error que hicieron conmigo de esperar tanto de mí. Yo era un crío, era un niño y esperaban mucho de mí y eso para un niño crea mucho estrés, es mucha presión”, enfatiza.
Afincado al norte de Barcelona, en un pueblo de apenas 800 habitantes y a escasos metros de donde vive su hijo y su expareja, Hita Torres compagina su tiempo entre charlas y retiros. En su segunda visita a México, en abril pasado, impartió un curso en Zitácuaro, Michoacán. En estos encuentros trata de compartir lo que ha vivido para ayudar a las personas a encontrar su propia armonía interna. “No es un conocimiento, es experiencia, es cometer muchos errores, arriesgar mucho. Yo siempre me he lanzado al vacío. La mayoría de la gente jamás en su vida se lanza al vacío por miedo. Lo que yo estoy buscando es empoderar a cada individuo para que cada individuo sea un líder de su vida y pueda aportar eso a los demás”, detalla.
El granadino tiene redes sociales, pero casi no las usa. En sus charlas por el mundo hace hincapié en la necesidad de ser consciente de los hábitos de consumición y recuperar los valores ancestrales para tener una mejor calidad de vida. “Nosotros llevamos viviendo en tribus durante miles de años y ahora, de repente, nos dan el móvil, nos meten en seis paredes y esperan que nosotros nos creamos que tenemos que vivir así, completamente aislados, ¿y qué pasa, entonces? Buscamos el reconocimiento, el relacionarnos con otros, tenemos Instagram, Facebook, que, de alguna manera, sustituye ese aspecto de calor humano que tenemos en nuestra genética, y ahora estamos todos enganchados a Instagram, a Facebook, buscando likes, pero es completamente ilusorio, ya me dirán lo que sirve en la vida cuatro o 500.000 likes”, expresa.
Alejado en sus primeros años de vida de sus padres y sus ocho hermanos, Hita Torres precisa que la relación con familia actualmente es cordial, más no cercana. “Yo no me crie con mi familia, entonces tengo una relación un poco distante, pero los veo a menudo, los amo mucho, somos muy amigos, pero yo me considero huérfano, no me crie con mi familia, ni con mis padres”, asevera.
A pesar de que abandonó el monasterio budista apenas cumplidos los 18 años, desde hace años es consciente de la valía de esa experiencia excepcional al ser entronizado como la reencarnación de un lama siendo apenas un crío. “Tuve una oportunidad, me hice más fuerte, aprendí muchas cosas, he tenido una infancia muy difícil e inigualable. Yo no hubiera podido entregar a mi hijo jamás, ni lo haré, pero mis padres sí lo pudieron hacer y les doy las gracias porque tuvieron ese desapego de decir ‘bueno, vamos a darle esa oportunidad a mi hijo, aunque sea arriesgado”, comenta.
La experiencia de su vida, siendo solo un bebé de la Alpujarra, captó la atención del director Lucas Figueroa, quien puso en marcha un documental sobre su vida disponible a través de la plataforma HBO, en España. Sobre la docuserie, Hita Torres menciona que decidió participar en el proyecto en aras de dar a conocer lo que ha vivido. “Yo estuve en el anonimato unos 20 años, hasta que decidí salir a la luz porque me pareció importante también tener esa oportunidad para poder llegar a más gente. Lo bonito de la serie es que es muy transparente y así me ha quitado mucho peso. De pequeño tenía que aparentar mucho, era parte del trabajo, y una de las razones por las que me quería salir (del monasterio) era porque ya no quería aparentar más. Preferí cometer errores a falsificar perfecciones”, concluye.
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