Gaita y sofá
Darle a una mujer el sitio del sofá es una insinuación propia del más odioso machismo
La música colmó el espacio vacío del más bello gótico inglés, la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor, y además de Bach y del Jubilate de Britten (una coral encargada en su día por el difunto duque al compositor), fue emocionante, en la impecable filmación de la BBC servida por el Canal 24 horas, ver al gaitero mayor perdiéndose en la galería después de un lamento de gaita que decía más de la muerte que el luto riguroso de la familia real.
En los grandes eventos se cuela a veces lo que parece nimio, y no sé por qué asociación de ideas rebobiné el recuerdo de lo ocurrido unos días antes en Ankara. De esa escena hemos visto el gesto despagado de los brazos de Ursula von der Leyen, el aplomo arrogante de Erdogan, el aire bobo de Charles Michel, como si la afrenta no le afectara a él. Acabada la larga reunión vinieron las armas cortas: la puñalada certera de Draghi al dictador, la rabieta del turco y sus amenazas comerciales, la tardía excusa del misógino Michel. ¿Y el sofá qué?
Alguien sugirió que dejarle a la presidenta europea una otomana para ella sola era un honor. Yo expongo aquí a la consideración de todas ustedes mi lectura a lo Don Juan Tenorio. Esta obra inmortal de Zorrilla tiene un momento cumbre que se suele situar en un sofá; el libertino, que ama a la novicia doña Inés pero la ha raptado y llevado a la “apartada orilla” donde “se respira mejor”, la seduce con sus palabras, y ella, ya predispuesta, se enajena, alucina, literalmente, y cede.
Darle a una mujer el sitio del sofá es, o así lo ve mi mente calenturienta, una insinuación propia del más odioso machismo. Los hombres parlamentan de tú a tú en sus butacas individuales, mientras la dama se queda quietecita en su apartada orilla del tresillo: la cama-turca.
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