Todos necesitamos un psiquiatra

Pretender mitigar depresiones graves, ansiedad crónica o estrés severo con yoga o libros de autoayuda es tan peligroso como pretender extirparse el apéndice uno mismo

Reconstrucción tridimensional de las neuronas de oxitocina (en verde) y vasopresina (en rojo) en el hipotalamo.Imaris x64 9.3.0 [Apr 5 2019] (Europa Press)

En las representaciones mainstream es el especialista que siempre aparece como inquietante, cuando no es directamente el malo de la película. Al psiquiatra se le suele dibujar como un terrible manipulador capaz de controlar la mente de sus pacientes o bien como quien se ocupa de trastornos psíquicos graves. Pocas personas admiten visitar al psiquiatra, no sea que se les tome por locos, mientras que ir al psicólogo o al terapeuta parece denotar un malestar menos grave, incluso se puede concebir como un simple apoyo para la tarea de vivir. Nada que ver con perder la cabeza.

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En las representaciones mainstream es el especialista que siempre aparece como inquietante, cuando no es directamente el malo de la película. Al psiquiatra se le suele dibujar como un terrible manipulador capaz de controlar la mente de sus pacientes o bien como quien se ocupa de trastornos psíquicos graves. Pocas personas admiten visitar al psiquiatra, no sea que se les tome por locos, mientras que ir al psicólogo o al terapeuta parece denotar un malestar menos grave, incluso se puede concebir como un simple apoyo para la tarea de vivir. Nada que ver con perder la cabeza.

En realidad todo profesional de la salud mental, si es bueno, tiene el mismo objetivo que cualquier otro especialista: aliviar el sufrimiento de sus pacientes, conseguir que recuperen un estado de salud óptimo y, por lo tanto, que puedan vivir la mejor vida posible dentro de sus propias circunstancias. Casi todo el mundo que recela de los psiquiatras es por el hecho de que pueden prescribir medicamentos, como si fuera lo único que hacen. Algo, por otro lado, que no nos haría desconfiar de un cardiólogo, pongamos por caso. Por eso se conciben los psicofármacos y la psicoterapia como opciones opuestas y excluyentes. En realidad no es más grave tomar un antidepresivo que un medicamento para la tensión o la diabetes, pero hay un miedo general a la medicación destinada a restablecer el equilibrio de este órgano tan particular que es el cerebro. Miedo a la dependencia, a los efectos secundarios, a que cambie nuestra personalidad o a que nos anestesiemos con una alegría artificial. ¿Dónde queda mi identidad individual si una diminuta pastillita consigue que pase de ser una pesimista fatalista a una simpática optimista? Y es que el dolor, incluso el psíquico, cuando persiste en el tiempo acaba convirtiéndose en rasgo distintivo.

Hay dolencias imposibles de curar solamente con psicoterapia, hay momentos de crisis que afectan la química de nuestros tejidos porque, en efecto, la separación entre cuerpo y mente no existe, es una simple organización conceptual para pensarnos mejor. Incluso en situaciones de enorme sufrimiento nos resistimos a ser medicados, algo que nunca haríamos con una pierna rota o una infección. Por otro lado, no toda psicoterapia es necesariamente inocua. Pretender mitigar depresiones graves, ansiedad crónica o estrés severo con mindfulness, yoga o libros de autoayuda es tan peligroso como pretender extirparse el apéndice uno mismo o con la ayuda del curandero del pueblo.

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