La eterna estrategia del ataque
López Obrador se ha puesto a inventarse nuevos enemigos cada mañana. Y México, entretanto, va a la deriva, porque nadie está enfocado en resolver los problemas
Al actual presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, le ha resultado muy redituable, a lo largo de su carrera política, sostener una actitud de crítica y denuncia. Como candidato, como líder opositor, como autoinvestido “adalid moral”, su estrategia le permitió ganarse la simpatía de millones de ciudadanos inconformes con las administraciones del PRI y el PAN. Tras dos intentos frustrados de alcanzar el poder, López Obrador capitalizó, en las elecciones federales de 2018, el descontento masivo que provocó la hiperviolencia generalizada, amén de la ineficacia, la corrupción y el dispendio oficiales.
Sin embargo, el colosal conjunto de críticas que dejó por el camino, sobre todos y cada uno de los aspectos del trabajo de los Gobiernos que le antecedieron, crearon un antecedente incómodo. Es posible encontrar, en cada caso concebible, desde la inseguridad a la salud pública, desde la economía al combate a la corrupción, un desdeñoso comentario público del López Obrador del pasado que puede aplicársele críticamente al López Obrador del presente… Y que lo deja muy mal parado.
Esto es inevitable porque el ejercicio del poder siempre desgasta y resulta mucho más sencillo señalar lo que está mal que hacer lo correcto. Aun así, el presidente ha porfiado en mantenerse bélico y no cambia de estrategia. Su rueda de prensa diaria se convirtió, desde el primer momento, en un púlpito y, subido en él, pareciera que el mandatario se transmuta en ese azote eterno del poder que tanto le entusiasmaba ser. Solo que como ahora el poder lo tienen él y los suyos, y como la cantaleta de culpar de todo lo que sucede a las administraciones anteriores se erosiona con el paso del tiempo (y, tres años después del cambio de poderes, ya ha perdido casi todo el filo), la estrategia de la denuncia eterna lo obliga a encontrar nuevos blancos para su ira.
Es por eso que cada mañana parece nacer un nuevo enemigo público número uno en México y ya son tantos que no hay asombro que alcance para abarcarlos a todos… Porque suelen, además, ser “monstruos” a los que nadie sospecharía de ser los causantes de esos grandes males nacionales que López Obrador no se cansó de denunciar y para los que, desde luego, la vigente administración federal no ha encontrado remedio alguno.
Durante la semana pasada, por ejemplo, la mira del presidente se centró en los videojuegos, a los que responsabilizó de ser un medio para el reclutamiento de cuadros para el crimen organizado y de convertir en seres violentos a millones de niños y jóvenes. Y también (sin relación de continuidad con el tema del día anterior) dedicó un par de rondas de fuego a la mismísima UNAM, a la que tildó de neoliberal y cultora del individualismo.
Basta tener un poco de cabeza fría para percatarse de que ambas críticas carecen de fundamentos. Los videojuegos, sin ir más lejos, son tan culpables de la violencia como pueden serlo las películas o los juguetes: Japón es el país que más consume videojuegos el mundo, en gasto per capita, y se encuentra en la lista de las diez naciones más seguras del orbe. Entre los más inseguros y violentos, por cierto, se encuentran Irak, Afganistán o Yemen, en los que la cantidad de gamers es francamente residual. ¿Y qué decir de la Universidad Nacional, cuya diversa y rica comunidad no solo se ha contado siempre entre las más progresistas del país, sino que fue un puntal de la crítica a los gobiernos pasados y de apoyo al movimiento del propio presidente?
En su afán de mantenerse a la ofensiva y no ceder ni un palmo, López Obrador se ha puesto a inventarse nuevos enemigos cada mañana. Y México, entretanto, va a la deriva, porque nadie está enfocado en resolver los problemas reales que lo agobian y que no son, desde luego, culpa de los videojuegos y las universidades.
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