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Guatemala
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Memoria para la esperanza: 25 años de los Acuerdos de Paz de Guatemala

La ejecución del pacto supone la desaparición del recurso a la violencia como instrumento político, pero no conlleva la transformación del modelo socioeconómico y la superación de su violencia estructural

Guatemala Acuerdos de Paz
Un sacerdote maya participa en una ceremonia conmemorativa del 21º aniversario de la firma de la paz en Guatemala en el sitio arqueológico de Kaminal Juyu, en 2018.ORLANDO ESTRADA

Nos decía María Zambrano que no existe el presente, sino el presente del pasado, o la memoria, y el presente del futuro, o la esperanza. Se ha cumplido el pasado 29 de diciembre el XXV Aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz de Guatemala, y nos plantea este el reto de transformar su memoria en esperanza. Difícilmente pudiera concebirse para Guatemala película más hermosa que la escrita en el guion de los Acuerdos de Paz. Sumerge al quetzal en la perplejidad la distancia entre el papel y la realidad, la paradoja de que la perfección del contenido de los acuerdos –su encarnación de la paz positiva y contemplación de las raíces del conflicto, de la problemática de la construcción de la paz en Guatemala en su sentido último– constituya al mismo tiempo razón de la debilidad de su ejecución. Y nos dispara este sus preguntas.

Podemos, para intentar responderlas –como hago en mi libro La perplejidad del quetzal. La construcción de la paz en Guatemala–, aproximarnos a la problemática de la construcción del Estado en Centroamérica, de la pacificación regional en Esquipulas II, del proceso guatemalteco y sus lecciones o del proceso de incorporación de la URNG (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca), y acometer a su luz la reflexión sobre el qué, por qué, para qué y cómo de la construcción de la paz, la democracia y el desarrollo y sobre el hacer de la Historia en Guatemala.

Considerar que, así como el proceso de paz en Guatemala supo hacer de la necesidad virtud tanto en el contenido y concepción positiva de la paz que reflejan los Acuerdos, como en la inclusión de los actores relevantes ausentes de la mesa de negociación a través de la Asamblea de los Sectores Civiles y la composición de las 17 comisiones creadas por los Acuerdos para la traslación en propuestas legislativas y de políticas públicas de los principios definidos por estos, sin olvidar la coadyuvaría del Grupo de Amigos de las Naciones Unidas –del que España, en la estela de su constante compromiso con los procesos de paz en Centroamérica, formó parte destacada– en la labor de estas para su negociación y posterior ejecución; la traslación del papel a la realidad se vio condicionada por el resultado negativo del referéndum del 17 de mayo de 1999 sobre las reformas destinadas a incorporar a la Constitución el contenido de los Acuerdos de Paz, determinante de su sostenibilidad jurídica, y por la no realización de la reforma fiscal –que ambicionaba pasar del 7 al 12% la presión tributaria–, determinante de su sostenibilidad económica. Pierde en definitiva tras el referéndum el proceso guatemalteco, su disfraz o vestimenta de proceso de paz, entendido como un conjunto de compromisos a ejecutar de la entrega de las armas y la incorporación de la legalidad de la URNG, efectivamente producida en un proceso referencial para otras incorporaciones; mas nada impide que el contenido de los Acuerdos y los informes de las comisiones que los desarrollan constituyan referente o meta a alcanzar en el caminar colectivo de Guatemala en la Historia y el proceso, los procesos, en que está inmersa. Pues la paz, la democracia, el desarrollo y la cultura de aceptación del otro y la conformación con él de un nosotros común son un proceso, y están siempre en construcción.

Nos dice Johan Galtung que la construcción de la paz es la evitación del recurso a la violencia para la gestión del conflicto connatural a toda vida en sociedad. Y que la violencia puede ser directa, estructural y cultural. Supone la negociación y ejecución de los Acuerdos de Paz, la desaparición del recurso a la violencia directa como instrumento de acción colectiva con fines políticos, así como la consolidación de un régimen democrático superador de la violencia estructural en el ámbito político. Mas no conllevan, en lo sustancial, la transformación del modelo socioeconómico, y no suponen por ello la superación de la violencia estructural que pueda resultar a este inherente. Y poco podían, más allá de la declaración de intenciones, hacer para la superación de la violencia cultural. Suponen – y ello implica un salto cualitativo respecto a la situación anterior – la posibilidad de hacer objeto de la política la transformación socioeconómica y cultural, el diseño e implementación de políticas públicas que lleven a la superación gradual de ambas.

En clave de esperanza, mirando hacia el pasado para construir el futuro, podemos concebir los Acuerdos de Paz no solo como el guion de una película, y preguntarnos qué pasó con los actores, la dirección, la filmación o la financiación de los decorados; sino también contemplarlos como el cuadro, el esbozo de la escena final de la Guatemala hacia la que queremos dirigir nuestro caminar en la Historia, orientar nuestro navegar, sacar al quetzal de su perplejidad.

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