Trapos sucios y familias irreales
Los enredos de Villarejo y la encrucijada de Felipe VI. Ser buen hijo o ser buen rey, esa es la cuestión. Lo más lejano a una familia normal es una familia real
Hace falta mucho desahogo y mucha desfachatez para estar grabando de manera subrepticia la conversación que mantienes con una persona y, mientras mueves la cucharilla del café, decirle mirándola a los ojos:
—Espero que esta conversación no exista...
Ya ha quedado claro que el comisario Villarejo no es el mejor tipo al que comprarle un coche usado, pero también que en lo suyo —el engaño, la extorsión, el chantaje— llegó a un cierto nivel de sofisticación. Tanto, que desde que fue detenido en noviembre de 2017 por la Unidad de Asuntos Internos de la Policía Nacional y se descubrió su afición a grabar sus conversaciones con todo bicho viviente, hay al menos tres colectivos —políticos, jueces y periodistas— cuyos miembros se dividen entre los que estuvieron alguna vez con Villarejo y quienes, afortunadamente, no tienen el gusto de conocerlo. No hace falta decir que los primeros —los que sí compartieron francachelas con el agente triple— viven desde hace cinco años con la preocupación de aparecer cualquier día en los papeles en actitud indecorosa.
Ahora le ha tocado, entre otros, a Esperanza Aguirre, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, una mujer que llegó al cargo tras un oscuro episodio de transfuguismo jamás aclarado y que hasta ahora había logrado caminar con garbo sobre las aguas fecales de Génova 13. Sin embargo, aquel día de hace ocho años, cuando sentada frente a Villarejo le dijo que por supuesto, que esa conversación no existiría —”es que no hemos estado”—, cruzó el umbral del mayor almacén de trapos sucios. Y lo hizo, además, acompañada por un juez, José Luis González Armengol, quien hasta unos días antes había sido el juez decano de los juzgados de Madrid.
La reunión no podía ser más obscena, y por eso, pese al tiempo transcurrido y la certeza de que la corrupción jamás le pasó factura en las urnas al PP, su publicación —junto a otras del comisario con María Dolores de Cospedal— no puede ser más pertinente, por más que pueda provocar cierta sensación de repetición, de hartazgo e incluso de hastío. Sobre todo porque las grabaciones, además de retratar a una cierta generación de políticos, ponen también el foco en otros colectivos más sensibles si cabe para el correcto funcionamiento de la democracia. Lo explica el tuit del periodista Pepe Fernández: “Oyendo esta charleta de una hora de duración sorprende mucho el papel de jueces, fiscales y policías que en sus resoluciones han exculpado a quienes aparecen aquí hasta las trancas. Qué desahogados y qué poca vergüenza. La obscenidad de las cloacas”.
Oyendo esta charleta de 1 hora de duración sorprende mucho el papel de jueces, fiscales y policías que en sus resoluciones han exculpado a quienes aparecen aquí hasta las trancas.
— Pepe Fernández (@Pepe_Fdez) May 17, 2022
Qué desahogados y qué poca vergüenza. La obscenidad de las cloacas.
Oigan🔻https://t.co/un31Bx6ANa
El estruendo en las redes sociales es considerable, aunque nada en comparación con el que está provocando el regreso inminente a España de Juan Carlos I. Si en la calle las opiniones van por barrios, y no faltan quienes a cara descubierta defiendan el derecho del anterior jefe del Estado a regresar a su país, en Twitter —donde el anonimato facilita el insulto— las críticas son prácticamente unánimes, unidas a las chanzas por el hecho de que Felipe VI viajara hace unos días a Abu Dabi y solo hablara con su padre por teléfono. No parece Twitter el lugar más apropiado para debates profundos, pero por lo que ahí se lee no le va a resultar fácil a Felipe VI salir airoso de esa encrucijada diabólica entre salvar su relación con el padre y mantener la institución a salvo de sus escándalos, sobre todo porque ya son muchos los que quieren cobrarse a dos reyes por el precio de uno. Ser buen hijo o ser buen rey, esa es la cuestión.
Definitivamente, lo más lejano a una familia normal es una familia real.
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