¿Quién querría ser mujer?
Recuerdo aquello que escribió hace poco una autora en Twitter: un editor de una gran editorial española le confesó que lo que más les interesa ahora son nuestras voces. Se dan prisa por publicar escrituras “femeninas” antes de que pierdan interés para el mercado
Camina hacia adelante con paso firme. Quiere avanzar ―cavando túneles, escalando montañas, dando ridículos saltitos, si hace falta― pero tiene los pies pegados al suelo de un inmenso balancín que no le permite ver con perspectiva. De pequeña le dicen que el mundo le pertenece de la misma manera que le pertenece a su primo, pero acaban de comer y es él el que se va directo al sofá mientras ella ayuda a su madre a quitar la mesa. Comprueba que los adjetivos con los que la agasajan suelen ser delicados y frágiles, y que la fuerza y la contundencia se quedan al otro lado. En el suelo del patio del colegio hay pintado un campo de fútbol que también es de ellos, y si una quiere jugar, la llaman marimacho y se ríen en su cara (entre ellos usan otros insultos: nenaza, maricona). Después lee obras que han sido escritas por hombres, así que su imaginario se sigue construyendo a partir del de ellos, con sus deseos, sus anhelos y sus conquistas apoderándose del relato. Le explican que puede leer a algunas mujeres porque firmaron con nombre de hombre y piensa que, si eso es algo que ya se sabe, no tiene sentido que no aparezcan en la cubierta de los libros los nombres reales. A Mary Ann Evans, Amantine Dupin, Caterina Albert, Karen Blixen o Cecilia Böhl de Faber poca gente las conoce. A George Elliot, George Sand, Víctor Català, Isak Dinensen y Fernán Caballero, casi todo el mundo. Sigue existiendo un sesgo evidente a favor de la autoridad masculina. “Todas las creaciones intelectuales y artísticas (…) tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas.” ¿Habéis leído Un mundo deslumbrante de Siri Hustvedt?
La mujer intuye que si quiere ser respetada tiene que parecerse a ellos, y es un elogio cuando alguno le dice que ha hecho algo (escribir un texto, pintar un cuadro, conducir una moto) “como un hombre”. Ser mujer es complicado porque a una mujer se le suele hablar con condescendencia y como le han enseñado a ser muy educada tarda en aprender a enfrentarse también a eso. Si va por la calle sin un hombre al lado no es de nadie, así que es de todos, y todos se sienten libres de gritarle lo que les venga en gana. Mi piropo favorito es el siguiente: “Lindura, le comería un mojón”. Eso es así porque, como dice Nerea Barjola, los relatos sobre los que se construyen nuestro pensamiento y nuestra manera de habitar el mundo han sido diseñados por ellos y funcionan como una caza de brujas en la medida en que aleccionan, vigilan y castigan nuestra actitud si no es la que se espera de nosotras. Nuestros cuerpos (apunta Barjola) se adaptan a un guion concreto que, mediante la repetición, se materializa, se renueva, persiste y resiste. Así que es casi imposible no ser esa alteridad vista con prisma sexista, porque el sexismo está enraizado también en las buenas costumbres.
Hace unos días leía con estupefacción que mientras las mujeres de mi generación estaban en un patio intentando darle una patada a un balón, las feministas luchaban para que desaparecieran conceptos como “abusos deshonestos” o “perdón de la ofendida”: en caso de violación, “si la víctima perdonaba antes de que se dictase sentencia, el delito desaparecía, incluso aunque el agresor lo hubiera reconocido”. En 1983. ¿Quién querría ser mujer?
Ayer una amiga me dijo: “¿Sabes Fulanita? ¿La de los dibujos nosequé? Pues resulta que es un tío, nos la ha estado colando todos estos años, hasta cuando nos mandaba privados”. Busco su trabajo y veo un dibujo de una mujer usando unos grandes cojones como saco de boxeo: “Basta hombres decidiendo sobre las mujeres”. Se me escapa la carcajada y recuerdo aquello que escribió hace poco una autora en Twitter: un editor de una gran editorial española le confesó que lo que más les interesa ahora son nuestras voces. Se dan prisa por publicar escrituras “femeninas” antes de que pierdan interés para el mercado.
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