Brasil, ante la campaña electoral más tensa
El centro de la carrera a la Presidencia no está en las propuestas de Bolsonaro y de Lula, pero en el elevadísimo grado de tensión provocada por el presidente y sus seguidores
En 1989, y luego de 29 años sin poder votar a raíz del régimen militar impuesto en 1964, los brasileños volvieron a elegir un presidente de la República.
Desde entonces fueron llevados a la presidencia por el voto popular cinco candidatos, siendo que tres de ellos – Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y Dilma Rousseff – lograron ser reelectos.
Hubo campañas electorales tensas, pero nada comparable a la de este año, en que disputan el actual mandatar...
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En 1989, y luego de 29 años sin poder votar a raíz del régimen militar impuesto en 1964, los brasileños volvieron a elegir un presidente de la República.
Desde entonces fueron llevados a la presidencia por el voto popular cinco candidatos, siendo que tres de ellos – Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y Dilma Rousseff – lograron ser reelectos.
Hubo campañas electorales tensas, pero nada comparable a la de este año, en que disputan el actual mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro, y el expresidente de centroizquierda Lula da Silva.
Hay otros candidatos, pero los dos concentran, dicen los sondeos, casi el 80% de intención de voto.
Todo indica que el domingo dos de octubre 156 millones de electores brasileños – una vez y media la población de México, más de tres veces la de Argentina – decidirán si Bolsonaro permanece en el sillón presidencial o si lo devuelve a Lula.
Oficialmente, la campaña electoral empezó el 16 de agosto en las calles y diez días después por radio y televisión.
Pero como suele ocurrir en Brasil, lo oficial y la realidad están separados por millas marítimas.
Desde su llegada al palacio presidencial, el primero de enero de 2019, Bolsonaro se lanzó como candidato. Y desde noviembre del mismo año, cuando la Corte Suprema consideró su condena como manipulación de un juez parcial y Lula dejó la cárcel luego de 580 días, era claro que trataría de volver a la presidencia.
El centro de la actual campaña no está en las propuestas de candidatos, pero en el elevadísimo grado de tensión provocada por Bolsonaro y sus seguidores. No hay registro semejante en los pleitos anteriores.
Lula, frente al cuadro de degradación que sofoca un Brasil cada vez más aislado del mundo, trata de comparar el escenario actual con el de sus dos mandatos presidenciales. Recuerda que sacó el país del mapa del hambre, y que ahora al menos 33 millones de brasileños padecen de “insuficiencia alimentaria”, la manera con que científicos y analistas describen la situación de los hambrientos.
Las comparaciones se repiten al tratar de todos los aspectos de la vida, de las artes y la cultura al medioambiente, de la economía a las investigaciones científicas, de la industrialización al agronegocio, la salud y la educación. También hay críticas duras sobre la actuación del ultraderechista durante la pandemia de Covid que mató a casi 700 mil brasileños, centradas en su desprecio a las medidas de protección y su rechazo a la vacuna.
Bolsonaro, por su vez, exalta lo que clasifica como los logros de su Gobierno e insiste en denunciar los casos de corrupción ocurridos en los gobiernos de Lula y de la sucesora, Dilma Rousseff.
Advierte sobre los riesgos de que “el ladrón” conduzca Brasil al “comunismo” que, acorde a su visión, se instaló en los vecinos. Menciona a Argentina, Chile, Bolivia y ahora Colombia, además, por supuesto, de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
También insiste en su defensa de los de “valores de la familia” y en su rechazo al aborto, a la legalización de las drogas e “ideología de género”. Trata de reforzar el apoyo que recibe de los evangélicos, repitiendo que “el Estado es laico, pero el presidente es cristiano”.
Y mintiendo. Bolsonaro miente de manera descarada, y cuando es criticado por mentir ataca a los medios de comunicación, que según reitera están copados por “izquierdistas”.
Tampoco tiene límites en sus ataques al sistema electoral brasileño y deja claro que solo será derrotado por fraude. Insinúa que frente a la derrota sus seguidores adoptarán la misma postura que los del norteamericano Donald Trump el 6 de enero de 2021, cuando luego de la derrota invadieron el Capitolio en Washington.
Su agresividad creciente encuentra eco entre sus seguidores más radicales, pero preocupa a los responsables por su campaña.
Gracias a sus declaraciones francamente misóginas solamente 26% de las mujeres, acorde a los sondeos, le darán su voto. Más de la mitad – 53% – del electorado brasileño es femenino.
Y para culminar, las recientes – y comprobadas – denuncias de que él, sus hijos, hermanos, exmujeres, excuñados y hasta su fallecida madre compraron, desde 1993, al menos 51 inmuebles que fueron pagos en efectivo – algo nada común en Brasil – debilitan sus ataques a Lula. El valor total de los inmuebles supera, largamente, todo lo que él, sus hijos y exmujeres declararon al Fisco haber recibido.
La agresividad de sus seguidores en las redes sociales, además, eleva la tensión a cada día. Se registraron docenas de casos de ataques a candidatos de izquierda, y hasta el 9 de septiembre hubo dos asesinatos de militantes de Lula de parte de “bolsonaristas”.
El gran temor es que de aquí al dos de octubre, día de elección, esa tensión resulte en más muertes.